No más generaciones perdidas busca programa de educación para las crisis

Los niños rohinyás refugiados en los campos de refugiados de Cox's Bazar, en Bangladesh, no podían asistir a la escuela formal hasta que en enero el gobierno del país anunció en enero que lo permitirá. Ahora es la pandemia de covid la que se lo impide. Foto: Stella Paul / IPS
Los niños rohinyás refugiados en los campos de refugiados de Cox's Bazar, en Bangladesh, no podían asistir a la escuela formal hasta que en enero el gobierno del país anunció en enero que lo permitirá. Ahora es la pandemia de covid la que se lo impide. Foto: Stella Paul / IPS

Humaira, de 15 años, sentada en el piso de barro de su precaria vivienda en el campamento de Ukhiya, en Cox’s Bazar, en el este de Bangladesh, escucha cómo la lluvia cae sobre el techo de lona.

Hace tres años, Humaira, un nombre ficticio a su pedido, llegó al complejo del campo de refugiados de Cox’s Bazar, el mayor de su tipo del mundo y que alberga a casi un millón de rohinyás. Su familia había huido de su hogar en el estado de Rakhine, en Myanmar (Birmania), después de que el ejército matara a su padre.

Como niña refugiada, a Humaira no se le permitió matricularse en una escuela local. Confinada en casa, Humaira, quien sueña con convertirse en maestra de escuela algún día, sufrió en silencio.

Pero las cosas cambiaron en enero cuando el gobierno de Bangladesh anunció que los niños refugiados también podrían recibir una educación formal y que serían educados dentro de los planes de estudios escolares que se utilizan tanto en Bangladesh como en Myanmar. Además, también podrían aprender habilidades profesionales que podrían ayudarlos a encontrar trabajo en el futuro.

La noticia emocionó a Humaira, que había estado deprimida, contó su madre, Samuda Khatun. «Por primera vez desde la muerte de su padre, mi hija volvió a sonreír», dijo Khatun a IPS.

El cambio en la política del gobierno se produjo después de que Bangladesh anunció su plan para repatriar a los rohinyás a Myanmar, cuyos preparativos ya han comenzado.

Una educación formal y certificada ayudaría a los niños refugiados a regresar a las escuelas en Myanmar después de ser repatriados.

Regresar al estado de Rakhine, donde la minoría musulmana sigue siendo acosada por los militares birmanos, no es vista como opción por la mayoría de refugiados rohinyás, pero esos son temas que a Humaira no parecen importarle. «Todo lo que quiero es estudiar», dice.

Se suponía que el año escolar comenzaría en abril, pero para entonces la pandemia de covid-19 resultó en un cierre nacional en Bangladesh. Y los sueños de Humaira de ir a la escuela se pospusieron.

Financiación de la educación infantil en crisis

Humaira es uno de los 75 millones de niños y jóvenes de todo el mundo que viven actualmente en situaciones de crisis humanitarias.

Muchos de ellos nunca han ido a la escuela o han perdido dos o tres años de educación debido a la guerra y el desplazamiento.

Eso revela el programa La Educación No Puede Esperar (ECW, en inglés), un fondo mundial  multilateral de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)  destinado a promover el acceso a la enseñanza de los millones de niños y adolescentes que viven en medio de crisis, conflictos, desastres naturales y brotes de enfermedades.

De hecho, las cifras de ECW muestran que tan solo en 2015 unos 39 millones de niñas no asistieron a la escuela debido a la guerra y los desastres.

Desde 2016, la ECW ha llegado a casi 3,5 millones de niños y jóvenes en 29 países afectados por crisis humanitarias, incluido Bangladesh. De ellos, 48 por ciento son niñas.

Trabajando con 75 organizaciones asociadas, ECW ha proporcionado hasta ahora  662,3 millones de dólares para apoyar la educación en emergencias, según su Informe Juntos Más Fuertes ante la Crisis-Resultados Anuales 2019, lanzado el 11 de agosto.

Según el documento,  ECW ha comprometido 12 millones de dólares para apoyar la educación de los niños refugiados rohinyá en Bangladesh, de los que seis millones ya se erogaron.

Hasta ahora, la financiación ha ayudado a 6000 estudiantes rohinyás a matricularse en varios centros de aprendizaje administrados por socios de ECW y comunidades locales. El objetivo es llegar a 88 500 niños, de los cuales 51 por ciento son niñas.

Los desafíos que rodean a los niños rohinyás son muchos.

Alrededor de 65 por ciento de ellos solo pueden leer letras, no palabras ni una oración. Solo siete por ciento de los niños refugiados rohinyá leen un párrafo de un texto o realizan operaciones básicas de matemáticas.

Para abordar esto, ECW adoptó un enfoque holístico de la educación, que incluye la adopción de una serie de técnicas «listas para usar».

En los campos de refugiados rohinyá, los profesores de los centros de aprendizaje reciben formación en educación inclusiva, protección infantil, preparación para emergencias y apoyo psicosocial a los niños que enfrentan traumas.

Se ha prestado especial atención a las oportunidades de aprendizaje no formal, como la instalación y el mantenimiento de energía solar, la costura a mano, el bordado y la confección. Además, se han construido baños separados para niños y niñas para ayudar a las niñas a sentirse seguras y cómodas.

Un enfoque holístico

Henritetta Fore, directora ejecutiva del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), que encabeza el fondo mundial y ostenta la secretaría de ECW, describió ese enfoque holístico para apoyar la educación en situaciones de crisis.

«Hemos creado un enfoque en cinco áreas. La primera: asequibilidad. Tenemos que asegurarnos de que una niña pueda permitirse ir a la escuela. La segunda: educación a distancia. Tenemos que intentar que todas las niñas lleguen a través de la educación a distancia. La tercera: hay que movilizar a las comunidades, para que así que haya mucha ayuda (para los programas educativos)”, explicó.

“La cuarta: protección. Hay tantas dificultades si eres un desplazado interno o un refugiado, así que tenemos que ayudar. Y por último, realmente queremos que los jóvenes participen”, añadió Fore durante un seminario telemático de alto nivel organizado por ECW el 12 de agosto.

A su juicio, “la educación es una escalera para salir de la pobreza. Es el mayor activo que podemos dar a los jóvenes».

El webinario fue codirigido por el ex primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para los Refugiados, el ministro de Educación de Afganistán, H.E. Rangina Hamidi, la ministra de Desarrollo Internacional de Noruega, Dag-Inge Ulster, y el secretario parlamentario de Canadá, Kamal Khera, entre otros.

Deborah Kalumbi, estudiante de tercer año en la Universidad de Cavendish, en Lusaka, y ganadora de una beca del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, fue otra de las participantes en el seminario virtual.

La familia de Kalumbi huyó a Zambia desde su hogar en la República Democrática del Congo, devastado por el conflicto cuando ella tenía solo siete años. A diferencia de muchos otros niños refugiados, Kalumbi pudo matricularse en la escuela, lo que describe como desafiante y enriquecedor.

«Fue difícil porque todo era nuevo y diferente. También nos trataron como diferentes. Sin embargo, la educación me hizo comprender la diversidad que existe y valorar su importancia», dijo Kalumbi, quien ahora es una firme defensora de los derechos y la educación de los refugiados en edad infantil y juvenil.

Un logro colectivo

Desde el principio, ECW se ha centrado en la creación de asociaciones sólidas a nivel mundial y local, para ofrecer una educación inclusiva, equitativa y de calidad para niños y jóvenes atrapados en crisis.

Según su nuevo informe, este enfoque ha tenido éxito, ya que hay un marcado crecimiento en el compromiso político del sector de la educación de emergencia. Asimismo, la educación en situaciones de crisis humanitaria también se está convirtiendo en una prioridad.

Por ejemplo, a nivel mundial, la participación de la educación en toda la financiación humanitaria aumentó de  4,3% en 2018 a 5,1% en 2019, lo que representa una cantidad récord de más de 700 millones de dólares.

En el webinario, la directora de ECW, Yasmin Sherif, atribuyó el progreso al modelo de asociación que había adoptado el fondo. «Se trata de estar juntos. Pudimos movernos rápido porque actuamos juntos», dijo Sherif, señalando como positivo que los aportes hacia el fondo se hayan mantenido durante la pandemia de la covid-19.

En los primeros cuatro meses de 2020, ECW proporcionó 60 millones de dólares a 33 países para educar a los niños y jóvenes refugiados y desplazados de entre tres y 18 años, a los que impactó de manera especial la covid.

Más apoyo

Sin embargo, a pesar del progreso significativo de los últimos años, ECW aún no cuenta con fondos suficientes. Por lo tanto, ahora está pidiendo a otros donantes y socios que intensifiquen y proporcionen más financiamiento para llenar el vacío.

«ECW y sus socios están trabajando para movilizar urgentemente 310 millones de dólares adicionales para apoyar la respuesta educativa de emergencia a la pandemia covid-19 y otras crisis en curso. Junto con la movilización de recursos en el país, esto nos permitirá llegar a cerca de nueve millones de niños anualmente «, dijo Sherif.

Khera, secretaria parlamentaria de Canadá dijo que cuando estalla una crisis como esta, la lista de prioridades generalmente excluye la educación, y que hace falta que esto cambie para evitar el peligro de que una generación se quede sin educación.

«Debemos combinar medidas para asegurar la continuidad de la educación durante la crisis de la covid», dijo Khera.

Manteniendo viva la esperanza

Brown, el ex primer ministro británico y actual presidente del grupo directivo de alto nivel de ECW, subrayó que justamente cuanta más grave es la crisis, más necesario y urgente es apoyar la educación de niños y jóvenes.

A medio mundo de distancia, en Cox’s Bazar, Humaira también ansía el día que pueda comenzar sus estudios.

Desde septiembre de 2019, los servicios de Internet móvil se prohibieron en el campamento, por lo que los niños aquí saben muy bien lo que es vivir en el lado malo de la brecha digital, sin poder participar en clases a distancia o telemáticas, establecidas durante la pandemia.

Así que Humaira se ve obligada a suspender sus estudios durante mientras duren las restricciones por la covid.

«Una vez que esta enfermedad haya pasado, podré ir a la escuela. Una vez que me convierta en maestra, mi madre obtendrá un poco de alivio. Nuestras vidas cambiarán», aseguró esta adolescente rohinyá de 15 años con la esperanza brillando en sus ojos.

T:  MF

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