Gradualmente, como es usual en la política de Brasil, el gobierno presidido por Jair Bolsonaro se despoja de sus adornos y se reduce a su esencia: en este caso la militar. La nueva diana apunta al área económica.
El ministro de Economía, Paulo Guedes, antes considerado todopoderoso y un pilar del gobierno de extrema derecha, enfrenta ahora una rebelión contra sus reformas liberales y medidas de austeridad fiscal, encabezada principalmente por colegas militares y por esa razón de pésimos pronósticos.
La crisis provocada por la pandemia de covid-19 debilitó su política económica y favoreció las propuestas de mayores gastos públicos e inversiones, ante la necesidad de recuperar la economía y la maltrecha popularidad de Bolsonaro.[pullquote]3[/pullquote]
El presidente hizo declaraciones en respaldo a Guedes, cuya salida podría restarle el respaldo de los empresarios y alejar inversionistas que prefieren políticas favorables al libre mercado, al sector privado y a la reducción de trabas estatales.
Pero el gobierno ya perdió otro pilar, el exministro de Justicia Sergio Moro que como juez condujo la operación Lava Jato, que desde 2014 condenó a centenares de políticos y empresarios acusados de corrupción.
Aportó al oficialismo su credibilidad, pero su renuncia en abril poco afectó el gobierno, pese a sus acusaciones a Bolsonaro de que habría intentado interferir en la Policía Federal, dependiente del Estado y no de gobierno y vinculada al Ministerio de Justicia.
Superar sin graves daños la pérdida y las denuncias de Moro, además de otros tropiezos, como la destitución en abril del exministro de Salud, Henrique Mandetta, popular por su gestión de la covid, y varias investigaciones que apuntan a casos de corrupción en la familia presidencial, ponen el foco en que los militares son el sostén y la matriz de este gobierno.
Su carácter no se etiqueta aún como militar, aunque tengan origen castrense 10 ministros, de un total de 23, y 6157 funcionarios en cargos civiles de los ministerios, según el Tribunal de Cuentas de la Unión, órgano auxiliar del legislativo Congreso Nacional, en un informe publicado el 17 de julio.
La cifra más que duplica la de los 2765 militares que ocupaban funciones civiles en 2018, durante el gobierno anterior a la llegada al poder con Bolsonaro, en enero de 2019.
La mayoría de los ministros actuales son oficiales del Ejército retirados, uno de la Fuerza Aérea y otro de la Marina. El único general activo es el ministro de Salud, Eduardo Pazuello, formalmente interino, pero en ejercicio hace tres meses y sin sustitución en el horizonte.
Además, la Secretaría General de la Presidencia tiene como titular, con rango de ministro, un policía militar también retirado, Jorge Oliveira, que junto a tres generales del Ejército componen el grupo más allegado a Bolsonaro, con oficinas en el Palacio del Planalto, la sede presidencial en Brasilia.
La influencia de los militares creció en los 18 meses del actual gobierno, pero no son esos signos más visibles que dictan la naturaleza del gobierno, sino el significado del propio Bolsonaro en la presidencia de este país sudamericano de dimensiones continentales y 211 millones de habitantes.
Su triunfo electoral por 57,8 millones de votos, en la segunda vuelta el 28 de octubre de 2018, devolvió a los militares el poder que ellos habían dejado en 1985, tras 21 años de dictadura, a la que el estamento castrense no reconoce como tal.
Para los militares, la elección de un líder que fue capitán del Ejército por una mayoría de 55,1 por ciento de los votos válidos, representó la rehabilitación popular de los militares como gobernantes.
La popularidad de las Fuerzas Armadas fue probablemente decisiva para ese triunfo, ya que las encuestas las colocaban hace tiempo como una de las instituciones más confiables para los brasileños, lo que alcanzó su apogeo precisamente en las elecciones de 2018.
“Es la alternancia democrática”, después de 33 años de gobiernos de izquierda, según su calificación, ha sostenido en entrevistas y artículos el vicepresidente, Hamilton Mourão, un general retirado, en lo que aplica el concepto de alternancia entre democracia y dictadura o entre civilismo y militarismo, y no ya entre corrientes democráticas.
El golpe militar de 1964, que instauró la dictadura, fue “un marco para la democracia brasileña”, según el mensaje que el ministro de Defensa, el también general Fernando Azevedo e Silva, destinó a los cuarteles el 31 de marzo para celebrar el aniversario del “Movimiento de 1964”, que según él habría evitado una dictadura comunista en Brasil.
Bolsonaro fue un capitán rebelde, acusado en 1987 de planificar atentados con explosivos en Río de Janeiro. Un año después dejó el Ejército y pasó a la política, primero como concejal y luego como diputado nacional durante 28 años.
Pero siempre mantuvo su cordón umbilical con los militares. Estuvo frecuentemente en la graduación de los nuevos oficiales en la Academia Militar de Agulhas Negras, en Resende, a 160 kilómetros de esta ciudad carioca. En noviembre de 2014 aparece en un video coreado como “líder” por los cadetes.
Con la crudeza de su lenguaje, en que celebra la violencia dictatorial y al “héroe” Carlos Brilhante Ustra, un coronel muerto en 2015 que comandó un centro de torturas en 1970-1974 en São Paulo, Bolsonaro se convirtió en el líder que rescató el orgullo y el autoestima de los militares, y les propició una aprobación popular mayoritaria en las elecciones.
Además los despertó del letargo político de tres décadas, bajo permanente recriminación de los nuevos protagonistas y de los historiadores.
La actual generación de generales fueron casi todos formados durante la dictadura militar. Los ministros allegados a Bolsonaro y él mismo se graduaron entre 1969 y 1978, el período de mayor violencia represiva de los militares, pero también el más glorioso, cuando la economía brasileña crecía más de 10 por ciento anual.
En esa época se construía, en la propaganda militar, el “Brasil Grande”, con carreteras que cruzarían el país, el programa de energía nuclear, y una acelerada industrialización que multiplicaba la clase media y la población urbana.
Además, el país se hizo tricampeón mundial de fútbol, buscó alfabetizar toda la población, inició la colonización de la Amazonia y el desarrollo agrícola que resultaría en abultadas exportaciones de soja, carnes y maíz, no solo de café.
Es la época de referencia, un pasado que sirve de utopía a los militares. Bolsonaro dijo, durante la campaña electoral en 2018, que buscaría recrear “un Brasil similar al de 40 o 50 años atrás”, cuando predominaban la familia, valores y educación tradicionales.[related_articles]
El marxismo cultural es probablemente la “teoría” que mejor ordena las convicciones militares, que son expresadas por los oficiales retirados, considerados reservas de las fuerzas castrenses, en simbiosis con el bolsonarismo. No es novedad para los militares que hace mucho ya hablaban de “guerra sicológica adversa” y enemigos internos.
Aquellos comunistas, según su diccionario ideológico, que ellos derrotaron estarían por detrás de la evolución de las ideas y de los movimientos surgidos en el proceso desde antes de la redemocratización iniciada en 1985. Ven “comunistas” o, para no parecer ridículos, “izquierdistas” en todas partes.
Eso explicaría el encono y la terquedad con que actúan contra las artes, el periodismo, la enseñanza, el ambientalismo, los derechos indígenas y otras áreas que consideran contaminadas, si no dominadas, por la nueva forma de penetración “marxista”: la prédica insidiosa.
“Tendencioso, deshonesto, mentiroso y canalla” es como 93 oficiales retirados del Ejército califican al periodismo, en un manifiesto del 23 de mayo en solidaridad al general Augusto Heleno Pereira, ministro de Seguridad Institucional, en una polémica con el Supremo Tribunal Federal (STF).
Confiesan preferir las redes sociales, que el bolsonarismo usa para orientar sus activistas y difundir informaciones falsas contra sus adversarios.
El Ministerio de Educación ya suma cuatro titulares en 19 meses de medidas moralistas y religiosas, intentos de criminalizar profesores, difamación de universidades y construcción de escuelas militares.
En la cultura, cuyo ministerio fue degradado a una secretaria del Ministerio de Turismo, también se suceden titulares y se paralizan actividades. El Ministerio de Medio Ambiente desactiva sus órganos, dentro de una serie de medidas que alejan las inversiones que Brasil necesita para sostener la conservación de sus ecosistemas.
Son activistas civiles, del llamado grupo “ideológico”, que encabezan esas batallas de destrucción, pero no son ajenos ni tampoco discrepantes los ministros generales, como se creía tiempo atrás. Están juntos en esa guerra cultural que libran civiles y uniformados de la derecha radical.
ED: EG