Bionergía, el patito feo de la transición energética de México

A pesar de las iniciativas locales, México desaprovecha el potencial de bioenergía, especialmente los biocombustibles sólidos, y que abarca todas las formas de aprovechamiento energético de distintas formas de biomasa.
Dos mujeres llenan sacos de carbón vegetal elaborado en iglús de barro, en el pequeño pueblo de San Juan Evangelista Analco, en plena sierra del estado de Oaxaca, en el suroeste de México. En la localidad, un grupo de mujeres del pueblo zapoteca creó en 2017 una empresa de carbón vegetal, para aprovechar la madera que extrae la comunidad. Foto: Emilio Godoy/IPS

Con delicadeza, la mexicana Rosa Manzano acomoda trozos de leña en un iglú de barro que, una vez lleno y luego de una preñez de siete días, dará a luz carbón vegetal de alto contenido calórico.

“Nuestro monte produce también encino, que antes se vendía solo como leña y tenía poco valor, pero con el manejo forestal y el trabajo de las mujeres organizadas iniciamos este proyecto”, relató Manzano a IPS, mientras apilaba ordenadamente y sin dejar espacios las piezas de madera dentro del gran receptáculo semiovalado.

Manzano pertenece al Grupo de Mujeres Productoras de Carbón “Ka Niulas Yanni”, “mujeres activas” en lengua zapoteca, el pueblo indígena mayoritario en su comunidad. Lo fundaron en 2017 10 mujeres y dos hombres, en San Juan Evangelista Analco, un municipio que no alcanza los 500 habitantes, enclavado en la sierra norte del sureño estado de Oaxaca.

Con financiamiento de la estatal Comisión Nacional Forestal, las mujeres instalaron siete crisoles de ocho metros cúbicos de capacidad y habilitaron una bodega, para acompañar la explotación forestal que hace la comunidad mediante un plan a 10 años, iniciado en 2013, que les permite extraer anualmente 1500 metros cúbicos de encino para fabricar muebles y vender madera.

Las carboneras encienden los hornos por un orificio llamado “rozadera”, por otro similar revisan la marcha del fuego y luego tapian la entrada con ladrillos de barro. Mientras el fuego baja por la estructura, las esferas enardecidas echan humo por las orejas debido a la alta temperatura.

“Trabajamos duro, porque el carbón vegetal es algo que tiene mercado, pero el hecho de ser pioneras implica esfuerzos”, dice Manzano, casada y madre de un hijo, cuya jornada laboral arranca bien temprano y concluye a media tarde. Además, trabaja en el restaurante de un sitio ecoturístico propiedad de la comunidad.

Las mujeres hornean dos veces al mes, para obtener sacos de 23 kilos del carburante negro y que venden a aproximadamente cinco dólares el saco.

Bionergía desperdiciada

A pesar de estas iniciativas locales, México desperdicia el potencial de bioenergía, especialmente los biocombustibles sólidos, y que abarca todas las formas de aprovechamiento energético de distintas formas de biomasa.

La alternativa representa 10 por ciento de consumo final energético, pues cuenta 23 millones de usuarios para cocinar –especialmente en el medio rural–, 10 millones para calefacción –sobre todo en zonas urbanas–, 100 000 pequeñas industrias y 100 medianas y grandes, según la Red Temática de Bioenergía (RTB), una asociación de investigadores del tema y empresarios.

En México, la segunda economía latinoamericana, se producen y consumen casi 19 millones de toneladas de materia seca por año en el sector residencial para cocción de alimentos, calefacción  y calentamiento de agua.

La capacidad instalada totaliza unos 400 megavatios, basada en materias primas como leña para uso doméstico e industrial; bagazo, carbón vegetal y biogás. El país genera unos 70 millones de toneladas al año de materia orgánica, aprovechables en este rubro.

Los usos industriales de la biomasa ganan terreno en México, como el aserradero del Grupo Industrial Sezaric, propiedad de la Unión de Ejidos y Comunidades Forestales General Emiliano Zapata y situado en el municipio de Santiago Papasquiaro, en el estado de Durango, en el norte de México. En la instalación se queman los residuos boscosos para alimentar la caldera que seca la madera y generar electricidad. Foto: Emilio Godoy/IPS
Los usos industriales de la biomasa ganan terreno en México, como el aserradero del Grupo Industrial Sezaric, propiedad de la Unión de Ejidos y Comunidades Forestales General Emiliano Zapata y situado en el municipio de Santiago Papasquiaro, en el estado de Durango, en el norte de México. En la instalación se queman los residuos boscosos para alimentar la caldera que seca la madera y generar electricidad. Foto: Emilio Godoy/IPS

En generación eléctrica, su contribución es modesta –894 gigavatios-hora (Gwh)–, en comparación con otras alternativas. En el primer trimestre de 2019, la generación bruta totalizó 80 225 Gwh, por encima de los 78 167 del mismo periodo del año anterior. Las plantas de ciclo combinado a gas aportaron 40 094, la termoeléctrica convencional, 9306 y la carboeléctrica, 6265.

Las centrales hidroeléctricas contribuyeron con 5137 Gwh, los campos eólicos, con 4285; la energía nuclear con 2382 y las estaciones solares con 1037.

Una modalidad con avance significativo son los biodigestores para el tratamiento de excrementos y residuos agropecuarios para obtener biogás y electricidad, de los cuales unos 900 operan en zonas rurales. De ellos, unos 300 generan electricidad,  según el estatal Fideicomiso de Riesgo Compartido.

En este país con 130 millones de habitantes, unos 19 millones utilizan combustibles sólidos para cocinar, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía. El principal material consumido por 79 por ciento de esos hogares es el GLP, seguido por la leña o carbón (11 por ciento) y gas natural (siete por ciento).

En el estado suroccidental de Oaxaca, el gas y la leña representan cada uno 49 por ciento del consumo familiar, mientras que el resto recae en otros combustibles.

“Es una energía renovable muy desaprovechada en los ámbitos agropecuario, de residuos urbanos e industrial”, afirmó Abel Reyes, presidente de la no gubernamental Asociación Mexicana de Biomasa y Biogás.

El experto subrayó a IPS que, si el país desarrollara la cadena de valor del sector, equivaldría a cinco o seis puntos del producto interno bruto (PIB), con beneficios energéticos, económicos, laborales, sanitarios y climáticos.

Si bien el bioetanol y biodiesel cobraron auge durante la década pasada, ahora parecen perder velocidad por costos altos frente a alternativas y competencia con cultivos alimenticios.

Teresa Arias, presidenta de la no gubernamental Naturaleza y Desarrollo, señaló que al sector industrial le interesa el uso de residuos para alimentar calderas, mientras que residencias, hospitales, restaurantes y hoteles pueden consumir pellets, pequeños cilindros de aserrín aglomerado.[related_articles]

“Las variables más viables las determina el mercado. Tiene mucho que ver con competitividad contra los fósiles. La biomasa sólida no compite con gas natural, en calefacción de hoteles podría competir con el gas licuado de petróleo», explicó a IPS.

La ambientalista destacó que «para electricidad hay biomasa suficiente, solamente sus costos tienen que ser más bajos o iguales que el combustible que usan actualmente. Pero no podría competir con solar, aunque podría instalarse sistemas mixtos”.

El manejo de bosques y selvas, los residuos agroindustriales, las plantaciones forestales, la caña de azúcar y los desechos agrícolas ofrecen el mayor potencial de biomasa. La sustitución de carburantes fósiles por bioenergía y biocombustibles sólidos equivaldría a un ahorro de unos 6700 millones de dólares anuales, además de prerrogativas sociales y ambientales, según la RTB.

Si bien México adoptó metas ambiciosas en bioenergía, las políticas consideradas  profósiles del presidente izquierdista Andrés Manuel López Obrador, en el gobierno desde diciembre de 2018, oscurecen el panorama a juicio de analistas del sector.

El “Mapa de ruta tecnológica biogás”, de 2017, avizora una producción entre 32 millones y 120 millones de metros cúbicos anuales de biometano, proveniente de la descomposición de excretas animales y residuos, en 2024 y de 57 millones a 100 millones en 2030, frente a barreras como escaso atractivo de producción y falta de financiamiento para proyectos.

Respecto a biocombustibles sólidos en 2030, el mapa avista 160 petajulios de energía, de los cuales 130 corresponderían al segmento residencial, 20 al comercial y 10 a instituciones gubernamentales. El julio es la unidad de medida de la energía que equivale a un vatio por segundo y estima la cantidad de calor necesaria para efectuar una actividad. Cada petajulio representa un billón (millón de millones) de julios.

La ambientalista Arias, quien elabora diagnósticos de biomasa en el norte del país, alertó de un panorama desalentador, pues “no hay una política definida y decidida para empujar energías alternas”.

“Es una posición viendo hacia el pasado y no hacia el futuro, es dar pasos hacia atrás después de muchos esfuerzos para tener una matriz diversa que no nos haga tan vulnerables y transitemos hacia un beneficio climático”, cuestionó.

Ante ese contexto, propuso incentivos para su utilización en residencias y negocios; adecuar tecnologías comerciales al contexto mexicano; aumentar la eficiencia de las cadenas de suministro; difundir los beneficios de la bioenergía; aplicar políticas favorables para esa variante y diseñar programas para zonas rurales.

Por su parte, Reyes, de la Asociación de Biomasa, planteó el desarrollo de políticas regionales y locales, tendientes al aprovechamiento de la bioenergía y con apoyos financieros adecuados.

Mientras, las carboneras de San Juan Evangelista lo tienen claro: quieren cuidar el bosque, fomentar el autoempleo y cimentar su organización y de esa manera su comunidad.

“Estamos tratando de tener un ingreso, pero precisamente trabajamos porque sabemos que tiene futuro. Hemos tratado de organizarnos como mujeres, porque  en el ámbito social es difícil salir”, aseguró Manzano durante la jornada que IPS compartió su actividad en la localidad, a unos 48 kilómetros de Oaxaca, la capital del estado, y unos 540 de Ciudad de México.

Junto con otras empresas comunitarias oaxaqueñas, el grupo ofrece sus productos en nuevas plataformas digitales.

Frente a quienes aseguran que hay un desdén gubernamental por iniciativa como las de su grupo, Manzano y sus compañeras confían en que la leña y el carbón permanecerán en las cocinas mexicanas gracias a esfuerzos sostenibles como los suyos.

Ed: EG

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