Cuando líderes políticos de Estados Unidos instaron a Donald Trump a reducir o suspender el suministro de armas a Arabia Saudita, como castigo a los inclementes bombardeos contra civiles en la guerra de cuatro años en Yemen, el presidente replicó que si el país no lo hacía, lo harían los chinos o los rusos.
En teoría eso sería posible, pero en la práctica es una probabilidad remota, principalmente porque cambiar los sistemas de armas occidentales a los de los chinos y rusos, particularmente en medio de una guerra devastadora, sería un proceso demasiado largo, porque implica mantenimiento, servicio, entrenamiento, asesoramiento militar y suministro ininterrumpido de recambios.
Pieter Wezeman, investigador principal del Programa de Gastos de Armas y Militares del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri, en inglés), dijo a IPS: «Si, (hipotéticamente) Estados Unidos y Gran Bretaña dejaran de suministrar armas a Arabia Saudita, esto sería un problema importante para los saudíes, en términos militares y financieros».
En su opinión, a Arabia Saudita le resultaría muy difícil mantener las armas adquiridas en esos dos países, en las que confían sus militares sin el apoyo con que cuentan ahora de gran cantidad de personal estadounidense y británico en el país en este momento.
El ejército saudí podría mantener el funcionamiento de las armas por un tiempo, pero presumiblemente a un nivel operacional mucho más bajo.
Wezeman consideró que ese precario mantenimiento le resultaría muy costoso a los saudíes y más sustituir su armamento actual, que adquirieron para que les sirviese durante décadas. Además, las armas chinas y rusas no serían de la alta calidad de las que ahora reciben de Estados Unidos y Europa occidental.
El corresponsal itinerante del New York Times, Nicholas Kristof, en la zona, aseguró que «algunos saudíes (del gobierno) trataron de sugerirme que si bloqueamos las ventas de armas a Riyadh, el reino se convertirá en Moscú».
«Eso es absurdo. Necesita nuestras piezas de repuesto y, lo que es más importante, compra nuestras armas porque vienen con una garantía implícita de que rescataremos a los saudíes militarmente si se meten en problemas con Irán», argumentó el periodista en un artículo de opinión para su diario.
Kirstof se planteó que si las Fuerzas Armadas saudíes son incapaces de derrotar a una milicia como la de Yemen, entonces, ¿cómo podrían hacer frente a Irán?
«Es por eso que tenemos influencia sobre Arabia Saudita, no al revés», dijo. A su juicio, el siguiente paso debería ser una suspensión de la venta de armas hasta que saudíes terminen su guerra en Yemen, ya ese comercio ha hecho cómplice a Washington en la hambruna masiva que soporta ese país del sur de la Península Arábiga.
The Nwe York Times dijo el año pasado que a algunos legisladores en Washington les preocupa que las armas estadounidenses se estén utilizando para cometer crímenes de guerra en Yemen, incluidos los bombardeos intencionales o no intencionales sobre funerales, bodas, así como contra fábricas y otras infraestructuras civiles.
Esos bombardeos provocaron la condena de la Organización de las Naciones Unidas y de grupos de derechos humanos, que también acusan a los rebeldes hutíes de violar las leyes humanitarias de la guerra y la paz en Yemen.
En su Informe Mundial de 2017, Human Rights Watch recordó que la coalición árabe liderada por Arabia Saudita ejecuta desde marzo de 2015 operaciones militares, apoyadas por Estados Unidos y Gran Bretaña, contra las fuerzas rebeldes, leales al expresidente Ali Abdullah Saleh y en conflicto con el gobierno instalado en Saná.
Durante el conflicto, esa coalición ha atacado ilegalmente hogares, mercados, hospitales, escuelas, empresas civiles y mezquitas, según el informe de la organización con base en Washington.
«Ninguna de las fuerzas en el conflicto de Yemen parece temer ser responsabilizada por violar las leyes de la guerra», dijo Sarah Leah Whitson, directora para Medio Oriente de Human Rights Watch. «Los miembros de la ONU deben presionar a los partidos para poner fin a la matanza y el sufrimiento de los civiles», insistió.
Además de Arabia Saudita, la coalición original incluía a los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Kuwait, Qatar (hasta 2017), Egipto, Jordania, Marruecos, Senegal y Sudán.
En un informe publicado en febrero, Amnistía Internacional dijo que las armas para la coalición, principalmente a Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, provienen principalmente de Australia, Bélgica, Brasil, Bulgaria, República Checa, Francia, Alemania, Sudáfrica, Corea del Sur y, además de Gran Bretaña y Estados Unidos.
Amnistía, con sede principal en Londres, pidió a esos Estados que dejen de suministrar armas a las partes en el conflicto en Yemen, «hasta que deje de existir un riesgo sustancial de que esos equipos se usen para cometer o facilitar violaciones graves a las leyes internacionales humanitarias de la guerra y de derechos humanos»
Los únicos cuatro países que anunciaron su suspensión del suministro de armamento a los Emiratos fueron Dinamarca, Finlandia, Holanda y Noruega, según Amnistía.
Sobre la dependencia saudí del armamento estadounidense, Wezeman subrayó que Estados Unidos es, con mucho, el mayor proveedor de armas de Arabia Saudita.
El Sipri estima que en periodo 2014-2018, Estados Unidos aportó 68 por ciento de las importaciones de armas de Arabia Saudita, seguido por Gran Bretaña con un distante 16 por ciento. Otros países europeos representan la mayor parte del porcentaje restante.
En ese quinquenio, China desempeñó un pequeño papel como proveedor a Riyadh y Rusia aún no se había incorporado como proveedor armamentístico a los saudíes.
Wezeman precisó que Estados Unidos suministra todo tipo de armas a Arabia Saudita, dentro de las cuales lo más valioso son los aviones de combate F-15, equipados con un equipo completo de armas de última tecnología y sistemas de defensa aérea Patriot y THAAD.
Pero la lista también incluye tanques M1A2, fragatas, aviones de reconocimiento, vehículos blindados ligeros, equipos de comunicación y básicamente todo lo necesario para equipar a unas fuerzas armadas modernas.
Lo importante es que estas armas incluyen un paquete de servicio. Aunque los datos exactos son escasos, las compañías que suministran los equipos también brindan servicios vitales de mantenimiento y reparación, anotó.
Es una gran diferencia con lo que ocurrió en Irán cuando se produjo la revolución de los Ayatolás en 1979. Ese país tenía una gran dependencia de las armas estadounidenses y británicas y el nuevo régimen de Teherán tuvo que aprender por su cuenta cómo operar los equipos.
Posiblemente los iraníes estuvieran mejor preparados y entrenados para eso que lo están ahora los militares saudíes, pero lucharon por seguir usando los equipos estadounidenses en la guerra con Iraq, aunque tuvieron que importar armas de peor calidad desde China y Corea del Norte.
Es muy probable, dijo Wezeman, que China y Rusia compitan por suministrar armas al reino saudí. Pero, insistió, llevará tiempo antes que puedan aportarles el alto número de equipos que requieren y entrenar a los militares saudíes en doctrinas muy diferentes. Completar esa transición tomaría muchos años, aseguró el especialista del Sipri.
Hay varios otros casos en los que los Estados cambiaron de proveedores, con diferentes niveles de éxito, señaló. Los países del Pacto de Varsovia se transfirieron hacia armamento de países de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), mientras que Venezuela reemplazó a Washington como proveedor por Beijing y Moscú.
Ole Solvang, director de Políticas del Consejo Noruego para Refugiados (NRC), dijo a IPS que unos 17.700 civiles han muerto en los combates en Yemen desde 2015, con base en las conservadoras cifras de la ONU.
Además, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente 2.310 personas han muerto de cólera y 85.000 niños menores de cinco años murieron de inanición.
Solvang insistió en que más bombas y armas en Yemen solo significarán más sufrimiento y muerte. «Al brindar un apoyo militar y diplomático tan amplio a una parte del conflicto, Estados Unidos está profundizando y prolongando una crisis que tiene consecuencias inmediatas y graves para Yemen, y los civiles están pagando el precio», señaló.
Descrito como uno de los países menos desarrollados a nivel mundial y el más pobre del mundo árabe, Yemen sigue devastado por una guerra sin un final a la vista.
Mientras tanto, los resultados de un estudio encargado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicado a mediados de este mes de abril, confirman lo peor: el conflicto ha hecho retroceder el desarrollo humano de Yemen en 21 años.
Ese estudio advierte sobre los impactos exponencialmente crecientes del conflicto en el desarrollo humano. Proyecta que si la guerra termina en 2022, los avances en materia de desarrollo habrían retrocedido en 26 años, casi una generación. Si continúa hasta 2030, el desarrollo humano caerá en cuatro décadas.
«Los impactos a largo plazo del conflicto son vastos y lo ubican entre los conflictos más destructivos desde el final de la Guerra Fría», advierte el informe, que alerta que un mayor deterioro de la situación «aumentará significativamente el sufrimiento humano prolongado, retrasará el desarrollo humano en Yemen y podría deteriorar aún más la estabilidad regional».
«El desarrollo humano no solo ha sido interrumpido. Se ha revertido», dijo la representante residente del PNUD en Yemen, Auke Lootsma. «Incluso si hubiera paz mañana, a Yemen le podría llevar décadas regresar a los niveles de desarrollo previos al conflicto. Esto es una gran pérdida para la gente de Yemen», afirmó.
T: EG