“Combatir la ideología de género” y el socialismo fueron las reiteradas promesas deJair Bolsonaro, al tomar posesión como nuevo presidente de Brasil, en un acto en la capital en que destacó su mujer, Michelle de Paula Firmo Reinaldo, quien se dirigió a la adiencia en el lenguaje para sordos.
Un paquete de proyectos de asistencia social contará con el liderazgo de la nueva primera dama, de 38 años, que consideró las elecciones presidenciales de octubre un mensaje de que “el ciudadano brasileño quiere seguridad, paz y prosperidad en un país en que todos sean respetados”.
Su mensaje en la Lengua Brasileña de Signos (Libras), traducido al portugués hablado por una intérprete, fue ovacionado por las 115.000 personas que concurrieron a la Plaza de los Tres Poderes en la tarde del 1 de enero, según estimación del Gabinete de Seguridad Institucional, un ministerio especial para asesorar y proteger el presidente.
Elegante y austera, ella reveló carisma en la comunicación con el público. Su dedicación a la causa de los no oyentes, cuyo lenguaje aprendió por solidaridad, no por necesidad, se extiende a los demás colectivos de personas con discapacidades. Sirve como intérprete de Libras en la iglesia evangélica Batista Actitud, de la que es asidua en Río de Janeiro.
Reinaldo tendrá posiblemente notable influencia en el área social del gobierno presidido por Bolsonaro, de 63 años, de la que es su segunda esposa y cuya familia incluye a un senador, un diputado y un concejal de esta ciudad carioca entre sus cinco hijos y constituye un importante apoyo político.
Puede ganar importancia su actuación al lado de un gobierno que cuenta con solo dos mujeres entre los 22 ministros que asumieron sus funciones este miércoles 2 de enero en Brasilia, y cuyo marido calificó a la hija que ambos tuvieron en común como “un momento de debilidad”, por haber procreado una mujer tras cuatro varones en su anterior matrimonio.
Además suaviza un poco el belicoso discurso del presidente, un capitán retirado del Ejército, que al ser investido reafirmó su disposición de eliminar “las ideologías que destruyen nuestros valores y tradiciones, destruyen nuestras familias, base de nuestra sociedad”.
Género es un concepto con que los marxistas tratan de “desconstruir la familia tradicional”, según los bolsonaristas, que pretenden excluir el tema en la enseñanza.
“Ideología de género” es la expresión elaborada por sectores conservadores, especialmente religiosos, y utilizada por la extrema derecha en alza en el mundo para combatir el feminismo y las luchas por legalización del aborto, diversidad sexual y los derechos reproductivos.
Hoy “el pueblo empezó a libertarse del socialismo, de la inversión de valores, del gigantismo del Estado y de lo políticamente correcto”, afirmó Bolsonaro en su discurso a la multitud en la plaza, tras ser investido presidente en la cercana sede del bicameral Congreso legislativo.
Diez jefes de gobierno o de Estado estuvieron presentes en Brasilia, una concurrencia dificultada por la singularidad brasileña de realizar la toma de posesión presidencial el primer día del año.
La presencia de los primeros ministros Benjamin Netanyahu, de Israel, y Victor Orban, de Hungria, y del presidente chileno, Sebastián Piñera, confirmaron el alineamiento derechista del nuevo presidente de Brasil en su política exterior.
“Quitar el sesgo ideológico de nuestras relaciones internacionales”, sin embargo, fue el propósito anunciado por Bolsonaro, aun habiendo nombrado un ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, que alaba al presidente estadounidense, Donald Trump, como salvador del Occidente cristiano.
Evo Morales y Tabaré Vazquez, presidentes de Bolivia y Uruguay, fueron las excepciones izquierdistas en Brasilia. Bolivia y Brasil “tienen raíces profundas de lazos de hermandad y complementariedad”, son “socios estratégicos”, justificó Morales su presencia en el acto, en un mensaje por Twitter.
Trump estuvo representado por su secretario de Estado, Mike Pompeo, y el presidente argentino, Mauricio Macri, también derechista, prometió visitar a Brasil este mes de enero.
Un vocabulario raro, con aparente desconocimiento de los conceptos, compone la oratoria de Bolsonaro y algunos de sus ministros, como el de Educación, el filósofo de origen colombiano Ricardo Vélez Rodríguez, y el canciller Araujo, que identifican al “marxismo cultural” y el comunismo como fuerzas dominantes en las universidades brasileñas y en las organizaciones internacionales multilaterales.
Ideología aparece con frecuencia en sus declaraciones, pero como elemento exclusivo (y negativo) de las ideas de izquierda. Sus propuestas, netamente de derecha, significan oponerse a ese sesgo ideológico para ir al rescate de la verdad.
“Nuestra bandera jamás será roja, solo será roja si se hace necesaria nuestra sangre para mantenerla verde y amarilla”, así concluyó el presidente su discurso al público en la toma de posesión.
“Enfrentar los efectos de la crisis económica, el desempleo recordista, la ideologización de nuestros niños, la distorsión de los derechos humanos y la desconstrucción de la familia”, son las prioridades mencionadas por Bolsonaro.
Juntó en esa frase las políticas anunciadas en su campaña electoral, de liberalismo ortodoxo en la economía, con privatizaciones, desregulación y desburocratización de la economía, más abertura comercial al exterior, la “escuela sin partido”, guerra a la criminalidad y defensa de la familia tradicional, heterosexual.
La gestión económica se entregó a Paulo Guedes, un economista de la llamada escuela de Chicago, de total adhesión al libre mercado, elevado a superministro, al aglutinar bajo su jefatura los antiguos ministerio de Hacienda, de Planificación, Previsión Social e Industria y Comercio, además de otros órganos oficiales.
Sus primeros desafíos son reformar el sistema de previsión social, para contener un brutal déficit en los gobiernos central y de los 27 estados brasileños, y reducir los gastos corrientes del aparato estatal, considerado despilfarrador e ineficiente.
“El gobierno no gastará más de lo que recauda”, aseguró el nuevo presidente.
Se necesitarán medidas impopulares, que afectarán beneficiarios presentes y futuros de la seguridad social, además de los 12 millones de funcionarios públicos existentes en Brasil, 60 por ciento más que en 1996, según el Atlas del Estado Brasileño, del gubernamental Instituto de Investigación Económica Aplicada.
Será una prueba a la popularidad de Bolsonaro, a quien se eligió con 55 por ciento de los votos válidos y cuenta con la confianza de dos tercios de los brasileños al comenzar su gobierno, según las últimas encuestas.
La seguridad pública quedó a cargo de otro superministerio, el de Justicia, encabezado por Sergio Moro, el juez que comandó la operación Lava Jato (lavado de vehículos), que combatió la corrupción los últimos cuatro años. Él protagonizará la lucha contra la delincuencia organizada y el narcotráfico, que Bolsonaro prometió intensificar a cualquier costo.
En este campo “es urgente acabar la ideología que defiende bandidos y criminaliza policiales”, según el presidente, que como muchos brasileños cree que los derechos humanos representan en realidad una protección a los criminales.
El “respaldo al trabajo de todas las fuerzas de seguridad”, prometida por el presidente, significa que la policía y los militares contarán con apoyo judicial y gubernamental cuando acusados de abusos en sus acciones. Es un estímulo a la represión en la frontera o más allá de la legalidad.
“Escuela sin partido”, otra promesa del nuevo inquilino del Palacio de Planalto, es un movimiento de la extrema derecha contra un supuesto dominio de los marxistas de la enseñanza pública. Es incluso el foco de un proyecto de ley, que está en sus trámites finales en el parlamento y que muchos juristas consideran ilegal.
La propuesta permitiría controlar profesores y denunciar los que usen términos como “género” y “orientación sexual” o utilicen su función para propaganda política y partidaria. Algunos de sus adeptos ya orientaron alumnos a filmar a sus maestros como base para denunciarlos.
Edición: Estrella Gutiérrez