Una lección de tolerancia desde Malí

Jan Landius entrevista a un morabito en un pueblo al norte de la ciudad de Markala, en Mali. Crédito: Mamadou Demblele.
Jan Landius entrevista a un morabito en un pueblo al norte de la ciudad de Markala, en Mali. Crédito: Mamadou Demblele.

Todos caemos en generalizaciones, como cuando se lee o se habla de musulmanes y cristianos, se puede fácilmente caer en prejuicios, en particular si no conocemos a ninguna persona que se ajuste a esas categorías.

Hace unos años, cuando trabajaba para una organización no gubernamental en Malí, conocí a un morabito y a un cristiano que demostraron que devotos de distintas religiones pueden apoyarse mutuamente en sus creencias individuales.

Los morabitos ofician de imanes, predican y se ocupan de las mezquitas, y suelen ser maestros. Con ayuda de mi amigo Seydou, quien me tradujo del mandé al inglés, pude conversar con aquel morabito respetado.

Después de un rato, me di cuenta de que Seydou solo hacía resúmenes de lo que el anciano decía. Le pregunté si realmente traducía todo y confesó que pensaba que el morabito “decía muchas cosas sin sentido”. Y al preguntarle qué le parecía especialmente desconcertante, respondió que al inicio había dicho que la gente vivía en la luna.

Como quería conocer su opinión sobre las visiones fundamentalistas del Corán, le pedí a Seydou que consultará al morabito, y mientras trataba de traducir lo que decía, palabra por palabra, este respondió:

“Los jóvenes fanáticos interpretan el sagrado Corán como si vivieran en el lado oscuro de la luna. Al vivir en el frío y oscuro lado de la luna, no pueden concebir la luz del sol ni sentir su calor. No basta con leer las palabras de Dios”, explicó.

“En mi vida, Dios es mi sol y mi alegría. Las palabras no alcanzan para comprender el mundo. El tiempo es un maestro estricto. Me enseñó a discernir qué está bien y qué está mal”, apuntó.

“El sagrado Corán es realmente la palabra de Dios, y a través de su Mensajero, la paz sea con él, se transmite la palabra de Dios a la gente, en todas partes y en todos los tiempos. Al traernos la palabra de Dios, el Mensajero, la paz sea con él, quería que cambiáramos para mejor, no para peor”, prosiguió.

“Dios dio a los seres humanos libre albedrío y quiere que elijamos qué está bien. Dios es justo. No quiere que elijamos lo que lastima a otros. Los fundamentalistas no creen en ningún libre albedrío. No saben qué es el amor. No quieren que la gente piense. Quieren que dejemos de elegir libremente. Por consiguiente, se colocan por encima de Dios. Solo Dios es omnisciente y todopoderoso”, subrayó.

“Creo que Dios le habla a todo el mundo a través del sagrado Corán, pero a través de mis experiencias y de mis sueños, me habla a mí”, añadió.

Después de nuestra reunión con el morabito, pedí a Seydou que se pusiera en contacto con un cristiano. Nos reunimos en la escuela del pueblo, en la que presidía la asociación escolar.

Me habían dicho que era el único malí cristiano del distrito, y le pregunté por qué él, en un país de mayoría musulmana, se había hecho cristiano. Y explicó que su padre era musulmán, pero también era miembro de la sociedad Chiwara, una organización de iniciación tradicional que a través de enseñanzas y rituales tradicionales enseñaba a los jóvenes bamana valores sociales.

Cuando estudiaba en Markala, leyó la Biblia por mera curiosidad. Al sentirse solo y desconcertado se distanció del estilo de vida de su pueblo agrícola. Pronto se identificó con Jesús, entendiendo que el hijo de Dios había pregonado que una persona debe ser un discípulo consciente, ser capaz de elegir en qué creer y no seguir ciegamente lo que otros dicen que hay que pensar o hacer.

Entonces se convirtió al cristianismo, regreso a su pueblo y comenzó a trabajar como maestro. Pero los pobladores lo despreciaron y trataron de que no diera clases. Para un hombre que no era blanco ni rico ni poderoso ni irrespetuoso, hubiera sido imposible abandonar la fe de sus ancestros. El maestro debe ser un idiota, y encima, totalmente peligroso.

Al consultarlo sobre cuánto tiempo había soportado ser el único cristiano del pueblo, el maestro respondió que había “seguido a Cristo” durante 20 años, considerando que era su deber transmitir a otros su fe, aun si los pobladores escupían a sus espaldas.[related_articles]

Fue el morabito quien cambió la vida del cristiano. Una noche se juntaron, y aquel le confesó:

“Me doy cuenta de que usted es hombre santo. Alguien tan solitario y fuerte como usted, debe tener una gran fe. Ha luchado por sus creencias, mientras yo nací en esta posición”, le dijo.

“Si dudara de Dios, no tendría que preocuparse de perder el respeto de la gente, de todas formas no lo veneran. En cambio, si yo demostrara dudas y debilidad, podría perder todo lo que tengo”, explicó.

“La gente no cree en usted, pero sí creen en mí. Cuando vivo momentos difíciles, no tengo a quién acudir. Pero confío en usted. Conoce a Dios, al igual que yo asumo que lo conozco. No sé si me necesita, pero yo lo necesito. Sé que si le traigo mis dudas y mis preocupaciones, usted me comprenderá. Asimismo, cuando se encuentre en problemas, puede acudir a mí”, añadió. Así, los dos hombres se hicieron amigos.

En una de las plegarias de los viernes, tras su reunión, el morabito mandó llamar al cristiano, y frente a su congregación, declaró: “Este es mi amigo. Es un hombre sagrado. Si lo respetan, me respetan a mí”. Desde entonces, el cristiano quedó integrado a la sociedad.

Entonces le pregunté si ahora todo el mundo lo respetaba. Sonrió y respondió: “Tal vez respetado, pero no totalmente aceptado”.

Malí es un país efervescente, con una cultura variada y antigua, y cuya frágil democracia se ha visto amenazada por golpes de Estado y yihadistas insurgentes.

En 2013, a pedido del gobierno maliense, Francia encabezó una intervención armada, reconquistando bastiones islamistas, y en 2015, se declaró un cese del fuego mediado por la Organización de las Naciones Unidas entre el gobierno y los separatistas tuaregs, aunque hay partes del país donde aún hay tensión y donde los yihadistas de Al Qaeda cometen atentados de forma esporádica.

Jan Lundius tiene un doctorado en Historia de la Religión, de la sueca Universidad de Lund, y ha trabajado como experto en desarrollo, investigador y asesor de SIDA, Unesco, FAO y otras organizaciones internacionales.

Traducción: Verónica Firme

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