Gobiernos de derecha, izquierda o centro se están hundiendo en todo el mundo. ¿Será distinto en Brasil con Jair Bolsonaro, el presidente que tendrá el país desde el 1 de enero y que busca gobernar basado en creencias ultraderechistas, religiosas y militares?
Sus antecedentes sudamericanos este año, Sebastián Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia, de derecha quizás menos extrema, se sumieron en una sorpresiva impopularidad tras solo cuatro meses en el poder.
Piñera tomó posesión el 11 de marzo y en julio su aprobación cayó a 49 por ciento en julio y a solo 37 por ciento, con rechazo de 51 por ciento, en noviembre, según encuestas de Criteria Research.[pullquote]3[/pullquote]
La caída de Duque fue más abrupta. En menos de 100 días de gobierno, al final de octubre, su popularidad bajó a la mitad, 27,2 por ciento, según encuestas de la firma Invamer. “Va por mal camino”, según 73,8 por ciento de los encuestados.
En Argentina, Mauricio Macri, que completó su tercer año de presidencia el 10 de diciembre, soporta crecientes protestas desde 2016 ante sus políticas de ajuste fiscal, el “tarifazo” en los servicios públicos, el desempleo y la pobreza en aumento.
Fuera del continente, las dificultades se extienden a Francia, con el presidente Emmanuel Macron, enfrentado a la rebelión de los “chalecos amarillos” y a Gran Bretaña, donde la primera ministra conservadora Theresa May sufre las incertidumbres del Brexit que la alzó al poder en 2016 y puede defenestrarla.
En el mayor y más poblado país latinoamericano, a partir de enero los riesgos de un desastre se identifican principalmente con la inexperiencia y las anacrónicas ideas de los integrantes del nuevo gobierno, que tienden a excluir el pragmatismo a veces necesario o a ignorar la actualidad. La mayoría nunca participó en el Poder Ejecutivo siquiera a nivel local.
Los efectos ya se sienten, especialmente en la política exterior. Brasil dejará el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular.
El acuerdo no vinculante fue firmado por 152 países en la Asamblea General de Naciones Unidas el miércoles 19 de diciembre, con el voto contrario solo de Estados Unidos, Hungría, Israel, Polonia y República Checa, y 10 abstenciones, entre ellas la de los latinoamericanos Chile y República Dominicana.
El gobierno brasileño saliente apoyó el acuerdo negociado desde abril de 2017, pero el ya designado como futuro ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, anunció un cambio de posición al rechazo, con argumentos similares a los del presidente estadounidense, Donald Trump.
No es un tema a ser regulado internacionalmente, sino por cada país “según la realidad y la soberanía nacional”, dijo el diplomático, ignorando que en esa cuestión Brasil está del lado opuesto de los que rechazan el pacto por temer “invasiones”.
En este país de 208 millones de personas, hay tres millones de residentes en el exterior, el triple de los inmigrantes que acoge, por lo tanto más fuente de esos alegados “invasores” que víctima.
Pero Araujo se propone “ayudar Brasil y el mundo a liberarse de la ideología ‘globalista’, pilotada por el marxismo cultural”, según sus ideas propicias a la ridiculización, publicadas en su blog y en una revista de la diplomacia brasileña.
“Globalismo” y comunismo son enemigos que se confunden en las declaraciones de varios futuros ministros, que prometen extirpar la ideología en sus áreas de acción, una nebulosa amenaza.
El designado canciller de Bolsonaro considera que la izquierda practica el “sadismo abortista”, quiere extinguir la humanidad, “una sociedad donde nadie nazca, ningún bebe, menos aún el niño Jesús”.
Curiosamente, el diplomático ascendió en la carrera defendiendo la política exterior de los gobiernos del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), entre 2003 y 2016, ahora execrada por ampliar relaciones con países del Sur y defender el multilateralismo.
De esa furia, en la que a todos los opositores se les cataloga de comunistas, nació la idea de romper también con el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y de desplazar de Tel Aviv a Jerusalén la embajada brasileña en Israel, siguiendo los pasos de Trump, el “único que podrá salvar el Occidente cristiano”, según Araujo.
Esas iniciativas, aún por confirmar, asustan a las grandes empresas de exportación agrícola. Temen perder ventas de carnes a los países árabes, que dan a Brasil un superávit comercial de más de 6.000 millones de dólares al año, y los grandes mercados que exigen cuidados ambientales en el origen de sus importaciones, como los europeos.
La extrema derecha en Brasil sigue a sus hermanas de países ricos, pese a tener una realidad distinta. Su identidad común se sostiene en el rechazo a la inmigración, no importa la situación del país, y a los avances en los derechos sexuales, además de la negación del cambio climático.
Las convicciones religiosas y el pensamiento militar serán otros ejes que orientarán al nuevo gobierno.
“Dios por encima de todos”, fue la consigna de la campaña electoral de Bolsonaro y sigue siéndola en los actos del futuro gobierno. El Estado brasileño es laico, según define la Constitución, un precepto que de hecho poco se ha cumplido, pero que ahora se pretende abandonar directamente.
La ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, es abogada y pastora de la iglesia pentecostal Evangelio Cuadrangular, fundada en Estados Unidos en 1923.[related_articles]
Tendrá a su cargo la política para los indígenas, pero se a cuestiona antes de asumir porque una organización no gubernamental que fundó, Atini, es acusada de tomar niños de los asentamientos nativos y fomentar el odio a los pobladores originarios, aribuyéndoles la práctica del infanticidio a algunas etnias. Ella adoptó hace tiempo una hija indígena.
El designado como ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, también enfrenta problemas. Fue condenado por la justicia el 19 de diciembre por el fraude que habría cometido en un plan de manejo ambiental en 2016, cuando era secretario de Ambiente del Estado de São Paulo.
La condena proscribe sus derechos políticos por tres años, pero eso no le impide asumir el ministerio, ya que tiene derecho de recurrir, postergando la ejecución penal.
El pensamiento militar estará muy presente en la presidencia, con Bolsonaro mismo, un excapitán, y al al menos siete carteras con ministros que son en su mayoría generales retirados del Ejército.
A ellos se suma un civil, el filósofo de origen colombiano Ricardo Vélez, quien conducirá el Ministerio de Educación, tras destacarse como profesor de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército.
Vincular seguridad nacional a la enseñanza y atacar el marxismo del italiano Antonio Gramsci como la gran amenaza comunista actual, le otorgaron galones para el cargo.
Los militares serán claves principalmente en el combate a la delincuencia ciudadana, una bandera decisiva en el triunfo de Bolsonaro en octubre.
Dentro de su entorno, algunos defienden la flexibilidad jurídica para proteger a los agentes en esa guerra contra bandas armadas, lo que supone el riesgo de ampliar la violencia y el paramilitarismo, un fenómeno hasta ahora más conocido en Colombia, en las grandes ciudades y en el campo.
Las llamadas milicias ya dominan buena parte de Río de Janeiro y actúan más discretamente en otras ciudades. Muchas son creadas y comandadas por policías activos o retirados. Podrán crecer en esa guerra oficial contra el narcotráfico, aunque sean ilegales y criminales también.
Los violentos discursos de Bolsonaro contra ambientalistas, porque “obstaculizan el desarrollo”, los campesinos sin tierra que “invaden” propiedades, los indígenas y quilombolas (afrodescendientes) que en su gobierno no merecerán “ni un centímetro de tierra”, alientan a los hacendados que tienen pistoleros para alejar o matar “indeseables”.
Ajena a esas contradicciones, la economía puede ser el empuje inicial favorable del gobierno de Bolsonaro, por un crecimiento cíclico, tras tres años de recesión y estancamiento, y el apoyo empresarial al liberalismo radical al que será su ministro de Economía, Paulo Guedes.
Edición: Estrella Gutiérrez