Aislado en una cárcel, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva conduce su Partido de los Trabajadores (PT) a un probable triunfo en las elecciones presidenciales, cuya campaña ha atizado viejos y nuevos demonios en Brasil.
La tendencia apuntada por las encuestas y factores objetivos permiten prever la vuelta del PT al poder, a través de Fernando Haddad, exministro de Educación y exalcalde de São Paulo, escogido para sustituir a Lula, imbatible electoralmente pero que no puede ser candidato tras su condena por corrupción y legitimación de capitales.
Ese cuadro no despeja incertidumbres y temores ante el agravamiento de las fracturas nacionales que amargan cualquier desenlace de esas elecciones insólitas, que tienen como protagonistas al expresidente encarcelado y un militar retirado hospitalizado.
Jair Bolsonaro, un excapitán del Ejército de extrema derecha y de opiniones autoritarias, sigue como el favorito en las encuestas para los comicios en primera vuelta el 7 de octubre, aunque sigue inmovilizado en un hospital de São Paulo, donde se recupera del cuchillazo en el abdomen que sufrió durante un acto proselitista el 6 de septiembre.
Su popularidad, en crecimiento desde inicio de 2017, despierta más que temores entre los que recuerdan los asesinatos, torturas y exilio de miles de brasileños durante la dictadura militar de 1964 y 1985.
El aspirante a la vicepresidencia en su fórmula es también un militar, Hamilton Mourão, un general pasado a retiro en febrero, como sanción por declaraciones en que defendió como constitucional la intervención militar en casos de “caos político” en el país.
Otros militares, incluso el comandante del Ejército, general Eduardo Villas Boas, se atrevieron a difundir opiniones políticas, alentados por la posibilidad de triunfo de un antiguo capitán, rompiendo el obligado silencio de los cuarteles desde 1985, en una penitencia por la dictadura.
Bolsonaro, diputado sin reconocido liderazgo desde 1990, se hizo popular al presentarse como “antipolítico” y “el único” con posibilidades de impedir que el PT vuelva al gobierno que ejerció de 2003 a 2016. También promete “restablecer el orden” en un país atenazado por la violencia delictiva y la corrupción.
“Es el candidato del pensamiento retrógrado, del rezago, que no reconoce los nuevos códigos de la sexualidad, de la familia, y se aleja de los sectores contemporáneos de la sociedad”, definió a IPS la analista de opinión pública Fátima Pacheco Jordão.
En su evaluación, es por eso que Brasilia y Río de Janeiro registran en las encuestas los más altos índices de apoyo a Bolsonaro entre las regiones metropolitanas, más de 36 por ciento, contra poco más de 10 por ciento de Haddad.
Se trata de la capital y la excapital de Brasil, donde se presupone una cultura de sofisticación política, cosmopolita, en contradicción con el pensamiento simplista del excapitán, calificado de “tosco” hasta por sus propios aliados.
Su visión castrense contempla aumentar la violencia en el combate a los criminales, premiar a los cuerpos policiales que más matan, armar la población, diseminar colegios militares por el extenso territorio brasileño.
Defiende la familia tradicional, intolerancia con los homosexuales y el feminismo, o ideas como que la esclavitud fue fomentada por los mismos africanos.
Sus groserías, como la de decir a una colega diputada que “no la violo porque no lo merece”, suenan contradictorias con su base electoral. Es en las capas de mayor ingreso y escolaridad que obtiene los más altos índices de respaldo, 42 por ciento.
Eso explicaría porque consigue sus mayores ventajas tanto en el Distrito Federal, que concentra la población más rica y escolarizada, de muchos funcionarios gubernamentales, según planteó a IPS el académico Elimar Nascimento, profesor de sociología en la Universidad de Brasilia.
Contribuye también a ello la expansión urbana del Distrito Federal, es decir de las ciudades satélites que rodean la Brasilia planificada y construida en los años 50, en una especulación inmobiliaria que favoreció el crecimiento de la derecha política, evaluó Benicio Schmidt, profesor jubilado de la Universidad de Brasilia.
Además, debilidades en la gestión del actual gobernador del Distrito Federal, el socialista Roberto Rollemberg, que intenta reelegirse con escasa posibilidad, fortalecieron grupos conservadores que apoyan Bolsonaro, acotó a IPS.[related_articles]
Para suerte de Haddad, que enfrenta una oleada antiPT que se consolidó en los cuatro últimos años, el rechazo a Bolsonaro es más fuerte, especialmente entre mujeres y pobres, las dos grandes mayorías del país.
Brasil aparece más fracturado, en terminos regionales, que en las elecciones anteriores. El PT mantiene su fortaleza en la región del Nordeste, donde vive 26,7 por ciento de los 147 millones de electores, en un país de 208 millones de habitantes.
La derecha, ahora representada por Bolsonaro, cuenta con gran mayoría en las regiones del Sur poblado por muchos inmigrantes europeos y en la del Centro-Oeste dominado por la agricultura de gran escala.
En el Sureste, la región más industrializada y poblada, con 42,9 por ciento del electorado, también gana el excapitán, pero con menor ventaja, según las encuestas.
Pero los sondeos indican que curvas opuestas en las preferencias, con aumento sostenido de las intenciones de voto en Haddad y estabilización o caída de Bolsonaro.
En la segunda vuelta, el 28 de octubre, ganaría el primero, apuntan las entrevistas de los sondeos.
Esas elecciones confrontan el odio al PT, convertido en símbolo de corrupción gubernamental, y el temor a la extrema derecha asociada a los militares, entre los adversarios que registran los mayores índices de rechazo popular.
Por ahora el excapitán, postulado por el minúsculo Partido Social Liberal (PSL), enfrenta el mayor rechazo, 46 por ciento de los encuestados por el Instituto Brasileño de Opinión Pública, contra 30 por ciento de Haddad.
Además de las mujeres, el militar se enemistó con minorías sexuales, indígenas, poblaciones tradicionales como la de los quilombolas (descendientes de esclavos africanos), ambientalistas y activistas, con sus ataques prejuiciosos.
Le será difícil, o imposible, tender puentes para ampliar apoyos más allá de sus electores fieles, en la segunda vuelta.
Millones de mujeres se sumaron a una campaña impulsada por la consigna #Él no’, en una manifestación de enojo por las redes sociales, carteles y variadas expresiones gráficas en diferentes espacios.
“La diversidad social, étnica, regional y de género no constituía un problema político antes, cuando había tolerancia hacia las diferencias, más equilibrio de poderes, legislación y moderación para atender intereses distintos”, recordó Fernando Lattman-Weltman, profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
“Hoy ya no, las diferencias se hicieron incompatibles, los grupos están cerrados en sus intereses específicos, cada uno cuidando solo por sí mismo y las confrontaciones se intensificaron por la crisis económica, con intentos de distribuir sus costos unilateralmente”, acotó a IPS.
Bolsonaro radicalizó las fracturas internas, su popularidad se entiende ante la “sensación de inseguridad pública y la creencia en soluciones fáciles, la apuesta por soluciones autoritarias, la mano fuerte contra el desorden y la corrupción”, sostuvo el sociólogo.
“El espíritu de la negociación terminó” en el escenario brasileño, concluyó en referencia al período de redemocratización de Brasil, iniciado con el fin de la dictadura militar en 1985, en que se buscaron soluciones “pactadas, concertadas” para el desarrollo.
Edición: Estrella Gutiérrez