El keniata Joshua Kiragu recuerda la época en que dos hectáreas le bastaban para llenar por lo menos 40 sacos de maíz. Pero eso fue hace 10 años, ahora apenas si logra llenar 20 del pequeño terreno que le quedó de menos de una hectárea.
Kiragu, de la región del valle del Rift, en Kenia, dijo a IPS que los eventos climáticos extremos de varios años siguen golpeando a su otrora pujante emprendimiento.
Y no es el único. Las consecuencias de la degradación del suelo y de la desertificación son algunos de los grandes desafíos que los pequeños agricultores tienen que afrontar en la actualidad.
“La presión poblacional llevó a una extrema división de tierras, lo que hace que los agricultores tengan cada vez con menos superficie y complica la buena gestión. Las parcelas más pequeñas favorecen el abuso porque plantan todos los años”, explicó Allan Moshi, especialista en políticas agrarias en África subsahariana.
Datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) muestran que la mayoría de los agricultores de África cultivan en menos de una hectárea.
“Ese es el caso de Zambia, donde casi la mitad de los agricultores cultivan en menos de una hectárea, y por lo menos 75 por ciento de los pequeños agricultores plantan en menos de dos hectáreas”, explicó Moshi a IPS.
Los pequeños agricultores contribuyen a la degradación del suelo por la mala gestión, pero a especialistas como Moshi les preocupa que queden fuera de los esfuerzos para hacer frente al problema de la desertificación.
“Su exclusión seguirá limitando el éxito de las actuales intervenciones”, añadió.
Moshi dijo que la situación es grave porque los pequeños agricultores de África representan por lo menos 75 por ciento de la producción agrícola, según la FAO.
En Zambia, por ejemplo más de 600.000 agricultores con menos de una hectárea producen alrededor de 300.000 toneladas de maíz.
Ese volumen permite cubrir las necesidades alimentarias de los 17 millones de habitantes, pero la falta de sistemas de irrigación modernos deja a sus cultivos vulnerables frente a eventos climáticos nocivos.
A fin de afrontar la pérdida de fertilidad del suelo y mejorar el suelo, los agricultores tienen que “adoptar sistemas de semillas más resilientes, mejores prácticas agrícolas y tecnología”, puntualizó.
El experto agroforestal Reckson Matengarufu, especializado en seguridad alimentaria de Zimbabwe, explicó que en la década pasada, Zambia se unió a la lista de países con déficit de lluvias, escasez de agua, temperaturas generalmente elevadas y reducción de las tierras cultivables.
Otros países en esa situación son Burkina Faso, Chad, Gambia, Ghana, Malí, Nigeria, Ruanda, Senegal y Zimbabwe.
“También son países que suscribieron y ratificaron la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (UNCCD) que busca combatir la desertificación y hacer frente a las consecuencias de la sequía y, en particular, a las amenazas a la seguridad alimentaria por las inusuales altas temperaturas”, explicó Moshi.
Pero Matengarufu subraya la necesidad de que los países construyan capacidades y que los pequeños agricultores comprendan los esfuerzos transformadores.
“Es necesario introducir la agroforestería, que permite a los agricultores integrar árboles, cultivos y ganado en el mismo terreno, en las conversaciones sobre seguridad alimentaria y nutricional”, puntualizó.
Según la UNCCD, solo en Zimbabwe, más de la mitad de las tierras cultivables se ven afectadas por la degradación del suelo. Y en Burkina Faso, unas 470.000 hectáreas de las 12 millones cultivables están en riesgo de sufrir una degradación severa.
Expertos como la profesora de horticultura Mary Abukutsa-Onyangoen, de la UNiversidad Jomo Kenyatta de Agricultura y Tecnología, en Kenia, suenan la voz de alarma sobre cómo la desertificación reduce rápidamente la superficie de las tierras aptas para la agricultura.
Especialistas en agroforestería alientan a los agricultores a integrar cultivos “para beneficiarse con muchos cultivos y no solo del maíz en el mismo terreno cada año”, explicó Matengarufu.[related_articles]
El sistema de semillas en África impide que los agricultores atenúen el impacto de la degradación del suelo en sus terrenos, añadió Abukutsa-Onyango.
Las investigaciones muestran que para que África subsahariana mejore la producción es necesario revisar el sistema de semillas y el promedio de edad de las más comunes para que disminuyan de los actuales 15 a 20 años hasta por debajo de los 10 años.
“Los agricultores pierden rápidamente su capacidad de producir porque ahorran semillas de cosechas anteriores, piden prestado a sus vecinos o compran no certificadas en los mercados locales”, explicó.
Pero “esas semillas no pueden resistir los graves desafíos que afronta el sector agrícola”. añadió Abukutsa-Onyango.
En países como Kenia, Malawi y Zimbabwe, los agricultores reciben por lo menos 90 por ciento de sus semillas del sector informal.
Investigaciones de la Alianza para la Revolución Verde en África (AGRA) muestran que solo 20 por ciento de los agricultores utilizan variedades de semillas mejoradas.
“Para que los países africanos logren la seguridad alimentaria y nutricional, los agricultores deben tener acceso a una variedad de alto rendimiento, diseñadas como medidas de adaptación, y prosperen a pesar de las elevadas temperaturas y del clima imprevisible” que experimentamos, explicó.
En ese contexto, AGRA denunció el hecho que todavía hay muy pocas compañías productoras de semillas privadas en África.
AGRA sigue promoviendo la creación de esas compañías. También contribuyó al crecimiento de empresas locales en toda África subsahariana, con la excepción de Sudáfrica, pasando de apenas 10, en 2007, a por lo menos 10 veces más, para este año.
Los especialistas subrayan que en promedio el uso de semillas mejoradas y prácticas agrícolas propias permitirá que los agricultores produzcan más del doble de lo que producen actualmente.
Sin embargo, Moshi señaló que la lucha contra los efectos de la sequía y la desertificación está lejos de ganarse.
También denunció la exclusión de las comunidades locales y la falta general de conciencia, en particular entre los agricultores, sobre la conexión entre la mala gestión de tierras y la degradación del suelo.
“También dividimos las opiniones entre los actores y expertos sobre las estrategias efectivas para combatir la desertificación, las limitaciones financieras y, en muchos países, la falta de voluntad política”, concluyó.
Traducción: Verónica Firme