Cuando el deshielo entre La Habana Y Washington atraviesa momentos inciertos, la gente de Caimanera, el municipio cubano que colinda con la estadounidense Base Naval en Guantánamo, asegura sentir “más tranquilidad” desde el acercamiento diplomático iniciado en 2014.
“Hay cierta calma y apaciguamiento en general”, percibe la médica Mariangélica Alcántara, que siempre ha residido en la bahía de Guantánamo, en el sector de Caimanera, del municipio homónimo que vive de abastecer de sal a 60 por ciento de la población cubana, obtenida en sus enormes y blancas marismas.
Cada vez que sale de su casa, la joven cuenta que mira el mar, las gaviotas… y la base naval con presencia estadounidense desde hace 120 años. Por este aniversario señalado en junio, las autoridades cubanas permitieron, el 12 de este mes, la entrada poco usual de periodistas de medios internacionales al pueblo.
En aguas de la cerrada bahía en forma de bolsa con una pequeña y profunda apertura, de 19 kilómetros de largo y ocho de ancho, construcciones de hormigón y un sistema plegable de boyas y malla hasta el fondo delimitan los territorios.
“Aquí cerca hay un campo minado”, que es la frontera por tierra, señala a IPS la doctora, que atiende a 966 pacientes en su consultorio.
“Antes los ejercicios en la base eran más agitados, había más barcos entrando y saliendo”, describe la profesional de 28 años, que reside en uno de los barrios más codiciados de Caimanera, y atribuye la baja en la actividad estadounidense al restablecimiento de relaciones diplomáticas.
Ubicada en la única área semidesértica de Cuba, esta zona militar especial, en el extremo suroriental de la isla, constituye el punto más sensible y apenas dialogado en el proceso de normalización de las relaciones entre ambos países, separados solo por las 90 millas náuticas del estrecho de Florida.
La Habana insiste en la devolución de los 117,6 kilómetros cuadrados, entre tierras a ambos lados de la bahía, aguas y pantanos, que ocupa Estados Unidos desde 1898 y que el gobierno cubano le arrendó oficialmente en 1903 para fines militares, bajo soberanía local y a perpetuidad, en un raro contrato que hoy resulta aún más atípico.
Ni con Barack Obama (2009-2017), que protagonizó el histórico acercamiento con su homólogo cubano Raúl Castro (2008-2018), se dialogó sobre la base. Y esas posiciones se mantienen entre el actual presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, y el estadounidense, Donald Trump, que puso en el congelador diferentes puntos de la normalización.
“Esta es una comunidad tranquila, solo hay agitación cuando ellos (soldados estadounidenses) hacen sus prácticas: se oyen ruidos, tiroteos, a veces hacen ejercicios de salvamento y rescate con helicópteros en la playa”, menciona Alcántara.
“El poblado se ha adaptado a vivir con eso, pero tenemos bastantes limitaciones”, sopesa.
Los fuertes contrastes de vecindad y conflictos que han marcado la historia cubanoamericana alcanzan su máxima expresión en este municipio de 11.173 habitantes en seis sectores: Caño Verga, Cayamo, Boquerón, Glorieta, Hatibonico y Caimanera, que engloban una zona militar de tratamiento socioeconómico especial.
Mientras la base abarca la parte entrante de la bahía, bañada por el mar Caribe en la costa del sureste cubano, a Caimanera le quedó el área tierra adentro de la rada, que aseguran autoridades y pobladores que es la de menor calado y con peores playas, en un país cuyo segundo renglón es el turismo, detrás de la exportación de servicios médicos.
Dos estructuras de hierro obstaculizan la entrada al municipio por carretera, que está escoltada por carteles en ambas direcciones. La mayor de las pancartas reza “Bienvenidos a Caimanera, primera trinchera antimperialista” y la otra, una señalética roja, alerta: “Zona militar, acceso restringido”.
Apostados en la polvorienta calle, dos soldados con el uniforme verde oliva del ejército cubano exigen el documento de identidad a residentes y permisos a visitantes, que deben ser pedidos con días de antelación, a los pasajeros que descienden del tren público proveniente de la ciudad de Guantánamo, a unos 17 kilómetros de la localidad.
“Nosotros sabemos que por ahora ellos (Estados Unidos) no va a devolver la base, pero siempre reclamaremos que es nuestra”, dice Edeneisy Aguilar, una trabajadora del comercio estatal, que lleva 10 de sus 33 años afincada en Caimanera, tras dejar la ciudad de Holguín, también en el este cubano.
También para ella el acercamiento entre los dos países trajo más tranquilidad a la frontera. En momentos de mayor tensión del diferendo cubano-estadounidense de medio siglo, “hemos sentido un poquito de miedo” por estar tan cerca de la base militar, compartió Aguilar.
Acontecimientos sucedidos en la frontera desde los años 90 y potenciados por el histórico inicio del deshielo bilateral, el 17 de diciembre de 2014, propiciaron mejorías en el área compartida, explicó José Sánchez Guerra, el historiador de la ciudad de Guantánamo y coautor de un libro sobre el tema.
“Es muy beneficioso para ambas naciones seguir construyendo ese clima de confianza”, apuntó a IPS el participante en la compilación presentada en esa ciudad, el 12 de junio, “Guantánamo and American Empire. The Humanities Respond (Guantánamo y el imperio americano. La respuesta de las humanidades)”.
La obra está ahora en proceso de traducción al español y fue coordinada por el profesor estadounidense Don. E. Walicek.
Sánchez valoró que, “después de un largo período de conflicto y peligro”, un ambiente de diálogo se fortalece desde que en la década de lo 90 ambas autoridades fronterizas comenzaron a conversar sobre temas de interés mutuo como “migrantes, seguridad de la zona protegida y cooperación en casos de desastres naturales”.
Máximas autoridades del gobierno y el Partido Comunista de Cuba de Guantánamo dijeron a la prensa internacional que hasta ahora no disponen de un proyecto específico a desarrollar en la base naval, en el hipotético caso de que sea devuelta, pero resaltaron su potencial turístico y portuario.
Incluso se reportan propuestas no oficiales de senadores y especialistas de Estados Unidos de traspaso paulatino de la zona a Cuba con la creación de un centro binacional de investigación científica sobre fenómenos del Caribe como terremotos, huracanes y enfermedades tropicales, reveló el historiador Sánchez.[related_articles]
“Unos especialistas plantean que la base es obsoleta y otros que es estratégica militarmente para Estados Unidos”, indicó Sánchez, quien adhiere la segunda opción sobre la base, en la que se han realizado costosas inversiones en los últimos años, como dos cables interoceánicos y una escuela, por un total de 66 millones de dólares.
Desde la costa de Caimanera, se divisan los aerogeneradores sobre las colinas que abastecen de electricidad a la base, también conocida en inglés como Gitmo, y los techos blancos de un conjunto de residencias civiles.
Actualmente residen en la base unos 5.000 militares en servicio y civiles estadounidenses, además de otras 23 personas de origen cubano, según cifras de autoridades locales.
Tras la ruptura de relaciones diplomáticas bilaterales en 1961, La Habana impidió la nueva contratación de personas de este país insular caribeño en el centro miliar y el personal de la zona que a diario entraba y salía por la Puerta Noreste fue reduciéndose hasta que en 2013 se jubiló el último empleado.
Alrededor de Gitmo, la última fricción entre Cuba y Estados Unidos se produjo luego de que en 2002 parte de la base pasó a utilizarse como cárcel de prisioneros capturados en Afganistán, sospechosos de tener vínculos con la red islamista Al Qaeda y que reciben un trato que atenta contra elementales derechos humanos.
“Esa prisión internacional viola los tratados firmados entre Cuba y Estados Unidos, en 1903 y 1930, que establecían solo la explotación militar del lugar”, apuntó Sánchez, sobre una situación en la que todavía permanecen 43 detenidos.
La Habana promovió sin éxito en 2004 y 2005 una condena internacional a Estados Unidos por la instalación de esta cárcel, mientras que Obama también fracasó en su promesa de cerrar esta cárcel.
Edición: Estrella Gutiérrez