Una oleada de migrantes haitianos desembarcó en Chile los últimos años, modificando el rostro de barrios y municipios populares en un oasis que ha comenzado a secarse, con medidas adoptadas por decreto por el nuevo gobierno contra la primera inmigración masiva afrodescendiente en este país sudamericano.
Unos 120.000 haitianos vivían en Chile a comienzos de abril, según cifras oficiales, la mayoría realizando tareas básicas en lugares como consultorios, escuelas, plazas y calles, además de en la construcción.
Estos inmigrantes, de 30 años promedio, ingresaron con visa de turista, casi todos desde 2014, y se quedaron para trabajar y construir una nueva vida en este país alargado y estrecho, entre la cordillera de Los Andes y el océano Pacífico, y cuyo dinamismo económico le convirtió en el mayor polo de inmigración latinoamericano los últimos cinco años.
Pero el 8 de abril la situación cambió radicalmente cuando el gobierno del derechista Sebastián Piñera, en el poder desde el 11 de marzo, eliminó para ellos las visas temporarias que les permitía pasar de turistas a migrantes regulares una vez conseguido un trabajo, y poder traer después a sus familias.
Piñera busca frenar la inmigración en general, que siempre según las cifras oficiales bordea el millón de personas en un país de 17,7 millones de habitantes, y en particular la de los haitianos, con medidas donde los especialistas ven una actuación discriminatoria contra la quinta colonia extranjera, por detrás de la peruana, colombiana, boliviana y venezolana.
Desde ahora, los haitianos tendrán que obtener una visa de turismo en el consulado de Puerto Príncipe, para poder abordar un avión con destino a Chile. Será de 30 días prorrogables solo hasta 90, y no podrá canjearse por otra que permita la permanencia.
Los venezolanos, la otra migración de explosivo crecimiento, podrán obtener en Caracas una denominada visa democrática de un año.
En contrapeso a las nuevas restricciones, desde el 16 de abril comenzaron a poder regularizar su estatus todos los haitianos llegados antes del 8 de abril, en un proceso que culminará en julio de 2019. Además, desde el 2 de julio y por un año se expedirán 10.000 visas adicionales de reunificación familiar. En total, el gobierno fija en 300.000 los extranjeros en situación ilegal en Chile, de la que una minoría son haitianos.
Para Erik Lundi, de 37 años y quien llegó hace seis años a Chile desde Haití, el plan “es una opción muy buena. Es súperrazonable legalizar a los que están acá”.
“Pero hay mucho de discriminación racial en la nueva visa al turismo. Solamente los haitianos tienen un plazo de 30 días, porque los venezolanos tienen la visa democrática. Eso es un muy discriminatorio. ¿Por qué los haitianos tienen solamente 30 días y los otros no? Tiene que ser igual para todos”, planteó a IPS.
La xenofobia se mezcla con el racismo en un coctel que despierta un rechazo específico de los chilenos hacia los inmigrantes haitianos, destacan especialistas en derechos humanos y de migrantes consultados por IPS, en ocasiones disfrazado con críticas como que no saben hablar español, ya que su lengua es el creole o francés.
El pintor y electricista Salomón Henry, quien arribó hace tres años tras pasar por República Dominicana, con quien Haití comparte la caribeña isla de Hispaniola, aseguró a IPS que “no veo nada malo, son positivas” las medidas ejecutivas adoptadas mientras se aprueba en el Congreso legislativo una reforma de la Ley de Migración, vigente desde 1975, una de las grandes promesas electorales de Piñera.
Henry coincide en que “Chile está saturado de inmigrantes y si siguen llegando más es más miseria para los que estamos ya. No es porque ya estoy aquí, pero hay que tomar medidas para el bien de todos”, dijo Henry.
Antecedentes de ineficacia
José Tomás Vicuña, director nacional del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), duda de la efectividad de instituir la visa consular de turismo para los haitianos y eliminar la temporaria, con base en la experiencia de disposiciones parecidas adoptadas para los dominicanos en 2012, durante el anterior gobierno de Piñera (2010-2014).
“Cuando se les comenzó a pedir visa consular, aumentó su ingreso”, dijo a IPS el director de la más importante organización humanitaria a favor de los inmigrantes en Chile.
El pronóstico del SJM es que “crecerá el ingreso (de haitianos) por pasos no habilitados. Y con eso también aumentarán las redes de tráfico”, afirmó el jesuita, quien recordó que “esto pasa en muchos países cuando uno restringe mucho los accesos”.
Luis Eduardo Thayer, investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central y hasta el 2017 presidente del Consejo Consultivo Nacional de Migraciones (un ente autónomo de la sociedad civil eliminado por el gobierno de Piñera), coincide con esa visión.
“Los dominicanos siguieron viniendo porque tenían la familia acá, tenían redes, oportunidades de trabajo y las condiciones en su país de origen no eran las que querían”, aseveró a IPS.
De aquellos, había solo 6.000 cuando se restringió su arribo, frente a los 120.000 haitianos, recordó Thayer, por lo que “la magnitud del ‘efecto llamado’ por el mercado de trabajo y de vínculos es mucho mayor en el caso haitiano”.
La frontera chilena de 3.000 kilómetros, es calificada de “porosa” por los propios funcionarios migratorios, lo que dificulta controlar el ingreso irregular.
Thayer aventuró que como hicieron sus vecinos, los haitianos pasarán a usar una ruta conocida localmente como “el hueco o el hoyo”.
“Toman un avión hasta Colombia y allí ingresan a una ruta clandestina hasta llegar a Chile, ayudados por personas que conocen la ruta, cobran dinero y que se puede llamar red de tráfico de personas”, explicó.
Para el especialista, es “discriminatorio” que a los haitianos se les exija visa consular para venir como turistas “por el solo hecho de ser haitianos”. “El argumento del gobierno es que vienen acá con dolo. Hay que decir que vienen menos haitianos que venezolanos, bolivianos, peruanos y colombianos”, aseveró tajante.
El subsecretario del Interior chileno, Rodrigo Ubilla, responsable de las políticas de extranjería y migración, rechazó en un encuentro con corresponsales extranjeros que las medidas para los haitianos sean discriminatorias y destacó que tienen el beneficio especial de las visas de reunificación familiar.
“La colonia de ciudadanos haitianos bordea los 120.000 y creemos que tenemos que ayudar para efectos prácticos de que estos familiares, hijos, cónyuges, puedan venir de manera rápida y expedita al país”, afirmó.
Historias de los que ya están
La migración haitiana tiene sus causas inmediatas en el terremoto del 2010 y el huracán Matthew del 2016 que sumaron efectos devastadores a la crónica crisis política, económica, social y ambiental de Haití. Pero también por el boca a boca de los primeros arribados a Santiago y otras localidades chilenas, que atrae a los habitantes del país con mayor pobreza de América.
José Miguel Torrico, coordinador para América Latina y el Caribe de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, pone el énfasis del origen de esta migración en otro elemento de más larga data. La degradación de los suelos de Haití “es un gran factor de incidencia ya que básicamente la migración que tenemos acá es una migración de gente sin preparación, gente que viene de los sectores pobres rurales”, subrayó.
“La migración que está teniendo Chile proviene de sectores rurales en primera o segunda instancia porque no han logrado mantener su nivel de vida en las tierras que cultivan”, dijo a IPS en una entrevista en su oficina regional en Santiago.
“Vine porque vi en Internet que en Chile hay oportunidades para trabajar y otros haitianos que vinieron me hablaron de esas oportunidades”, contó Henry.
En un receso de su trabajo en una comuna en la precordillera capitalina, Henry detalló que tiene contrato laboral, residencia por cinco años y pudo traer a su esposa y a tres de sus cuatro hijos. Pero su caso es excepcional.
La última hija nació en Santiago: “mi mujer fue atendida como una reina en el hospital y no pagué ni un peso”, destacó en el relato de su experiencia, tras contar que el costo del parto fue asumido por un fondo de salud donde cotiza mensualmente. Pero los migrantes irregulares no tienen derecho a salud en Chile.
Accionel Sain Melus, de 44 años, llegó hace ocho años desde República Dominicana (donde vivió 10) y trabaja con contrato en la Feria Lo Valledor, el principal centro de abastecimiento de verduras y frutas de la capital chilena.
“Yo tengo residencia por cinco años. El problema es que a mi señora y mi hija les dieron visa temporal por un año. Hice un trámite y me rechazaron el papel. Yo tengo todos los papeles del matrimonio y legalización. Pagué visa por cinco años y me mandaron visa por uno”, contó.
En su conversación con IPS, al finalizar una misa en creole en la católica parroquia Santa Cruz, en la comuna (municipio) de Estación Central, confió su preocupación: “Ahora el tiempo es difícil para nosotros…”.
Pedro Labrín, sacerdote de esa parroquia en una de las dos comunas con mayor población del país caribeño y donde algunas calles funcionan como una “pequeña Haití”, explicó que a Chile llegan migrantes de Haití “con muy buena educación, dominio de idiomas y competencias técnicas”.
Pero la mayoría, añadió a IPS, “provienen del campo, con muy poca educación, y muchísimas dificultades de inserción porque poseen menores habilidades sociales y dificultades idiomáticas”.
Lundi contó que “la mayoría sale con el sueño de seguir sus estudios. Pero llega acá adonde un migrante casi no tiene posibilidad de estudiar, si no tiene un recurso directo que venga de otro país, de su familia directa”, dijo apuntando al alto costo de las universidades chilenas.
Convivir con el racismo y la xenofobia
Para el párroco Labrín “el principal problema con que se encuentran los haitianos es el racismo: A nosotros las personas de color negro nos parecen simpáticas mientras no están al lado nuestro. Yo lo observo aquí…hay mucha resistencia racial”, narró.
A su juicio, “a los haitianos se les estigmatiza como transmisores de enfermedades, generadores de basura, ruidosos, maltratadores de niños, de violencia intrafamiliar, que hablan muy fuerte y que están siempre discutiendo. Hay también mucha odiosidad en el acceso a los servicios básicos de parte de los usuarios chilenos que compiten con ellos en consultorios, salas cuna, jardín infantil y la escuela”.
Lundi tiene una experiencia variada: “por un lado, Chile ha sido un país acogedor de los migrantes. De otro lado, los chilenos son un poco más violentos, más discriminadores”.
Acusó a algunos sectores de “xenofobia, no sé si por la cultura no están acostumbrados a vivir con muchos extranjeros, sobre todo de raza negra. Discriminan por el color. Eso se manifiesta directamente con insultos y a veces sicológicamente”.
Labrín contó que en Estación Central “ha surgido un negociado antiético de subdividir las mismas pobres casas para ir arrendando a precios exorbitantes”.
“Arriendan hasta por 200.000 pesos (unos 333 dólares) piezas miserables sin condiciones de seguridad ni higiene. Durante la visita del papa Francisco (enero 2018) se quemó aquí una de estas casas donde viven cien personas con tres duchas de las cuales una estaba mala y una taza de baño”, denunció.
Dudas sobre el proceso
Para Lundi “la visa de reunificación familiar es súperimportante porque las personas no pueden estar bien si no están con sus familias. Tendrán una oportunidad de vivir juntos”.
Pero para el académico Thayer este ofrecimiento “es demagógico: están diciendo vamos a cerrar la frontera, pero les vamos a permitir que estén con la familia…lo cual es un derecho humano mínimo”.
Mientras, el jesuita Vicuña remarcó que es fundamental “cuáles serán los criterios de otorgamiento, porque el mero criterio de la reunificación familiar va a quedar pequeño frente a la cantidad de demanda”.
“Una migración ordenada, segura y regulada requiere de un proceso informativo claro y acá ha habido muchas medidas sobre la marcha”, aseveró.
Thayer desmontó otro prejuicio social creciente contra los haitianos. “La tasa de desempleo de los migrantes es bajísima, al igual que la de los chilenos, de cinco a seis por ciento”, sostuvo.
“No se puede decir que está saturado el mercado de trabajo con la llegada de haitianos. Lo que hay es un problema de integración por falta de políticas públicas en vivienda, educación y trabajo”, remarcó.
El párroco Labrín llamó a poner el énfasis en los aportes haitianos: “cultura, trabajo, bienes económicos e hijos”. “La tasa de natalidad chilena, que tanto preocupa dentro de la pirámide del desarrollo, va a ser ampliamente apoyada por el nacimiento de los niños chilenos de padres migrantes”, citó a modo de ejemplo.
Primer impacto: oficinas de migración atestadas
En la Oficina de Migración de la calle Fanor Velasco, a tres cuadras de La Moneda, sede de la presidencia del gobierno, el aire era irrespirable el 17 de abril, al día siguiente de abrirse el nuevo proceso de regulación.
Una marea incesante de migrantes en busca de adelantar este trámite atestaba la instalación y sus inmediaciones desde la madrugada, al duplicar el ya gran flujo cotidiano, antes de entrar en vigor las nuevas medidas migratorias, adoptadas por decreto.
Leonel Dorelus, haitiano de 32 años, llegó a Chile en noviembre del 2017, tras tres años en República Dominicana. Vive con un cuñado que llegó antes en una comuna del sur santiaguino y trabaja en un templo evangélico allí mismo.
“Solo la novia quisiera traer”, dijo a IPS mientras esperaba su turno.
Mark Edouard, de 30 años, procede de la localidad haitiana de Artibonite. Trabaja de portero durante la noche, con contrato, y de día en una feria pública, todo en la populosa comuna de Puente Alto, 20 kilómetros al sureste de Santiago.
“Comencé como ayudante en la misma feria. Al principio viví con otras personas, pero me faltaba el aire y me cambié y ahora vivo solo”, relató.
Zilus Jeandenel, de 28 años, vino a Chile desde la localidad rural de Comine. Vive en la comuna de San Bernardo, en el sur del Gran Santiago, con dos hermanas. Llegó hace ocho meses y no tiene trabajo, igual que una de sus hermanas. “Está difícil lograr trabajo”, dijo, aunque “mi calidad de vida es mucho mejor aquí, aun así”.
Un pequeño Haití en Santiago
Es domingo cuando decenas de haitianos asisten a misa en la parroquia jesuita de Santa Cruz, en el barrio de Nogales, en la comuna santiaguina de Estación Central, y donde Erik Lundi trabaja. En una esquina opuesta a la iglesia, en la misma calle de Pingüinos, un barbero haitiano atiende a sus connacionales. Todos hablan creole y mientras esperan su turno siguen por televisión una carrera de Fórmula Uno.[related_articles]
Frente a la barbería está la parada de microbuses que por el equivalente a un dólar transporta a los residentes al centro de Santiago o a la periferia sur de la ciudad capital.
También en Pingüinos, más al este, se celebra una feria al aire libre, como cada domingo, con puestos de venta de ropa y de zapatos usados que los consumidores se prueban allí mismo. Otros puestos, algunos improvisados en la acera, venden verduras, frutas, carnes, productos típicos haitianos y lo más requerido por los viandantes: sacos de frijoles. También se ofrecen platos haitianos para degustar en el lugar.
Hay vendedores chilenos, pero más haitianos. Todos explican, en creole o español, los precios, en una feria que, cuentan los parroquianos, es también un lugar de encuentro social. Mujeres con niños pequeños, embarazadas, jóvenes que se saludan golpeando sus manos y una pareja de un hombre haitiano y una mujer chilena que camina risueña tomada de la mano, forman parte del paisaje dominical en Pingüinos.
A apenas a dos cuadras, hay un templo evangélico que como el católico funciona además como un centro social, donde el culto es en creole y acompañado de música en vivo, gracias a guitarras, bajos eléctricos y tumbadoras.
Los fieles visten como para un acontecimiento importante. Las mujeres portan trajes y zapatos coloridos y los hombres lustrosos zapatos, algunos blancos, y casi todos corbata, mientras las niñas destacan especialmente con sus tules y elaborados peinados de trenzas. Es vida y cultura haitiana, trasplantada a Santiago, en la cordillera andina.
Edición: Estrella Gutiérrez