El periódico británico The Independent daba la noticia hace unas semanas: por primera vez en la historia un carguero había cruzado el océano Ártico en invierno y sin la ayuda de un barco rompehielos, algo inconcebible hace solo unos pocos años.
Y es que el diciembre pasado, un buque de carga de la compañía noruega Teekay, el Eduard Toll, inició su recorrido en Corea del Sur y, pasando por el estrecho de Bering, llenó sus bodegas de gas licuado en la recientemente inaugurada planta de Sabetta (península de Yamal, en el noroeste de Siberia) descargando al cabo de unos días la preciada carga en el puerto de Montoir, en la Bretaña francesa.
Este hecho es la confirmación de lo que ya es un auténtico revulsivo geopolítico y geoeconómico en una de las principales rutas comerciales del mundo, la que conecta el mar de la China (“la fábrica del mundo”) y los puertos de Europa Occidental; que hasta ahora se vehiculaba exclusivamente por la clásica ruta del océano Indico, el canal de Suez y el Mediterráneo, mucho más larga que la nueva ruta ártica, conocida como la ruta del Noroeste.
Por algo será que solo la compañía Teekay está construyendo seis nuevos cargueros con la misma tecnología que el Eduard Toll, con un casco especialmente diseñado y reforzado para hacer frente a las decrecientes placas de hielo ártico.
Pero esta “revolución” no lo es exclusivamente en el ámbito comercial, también lo es en lo relativo al sector energético y a la progresiva emergencia de uno de los nuevos espacios geoestratégicos clave a nivel mundial que es, a causa del deshielo y por lo tanto del cambio climático, el Ártico.
Como destacó en su momento el Financial Times, en palabras del mismo presidente ruso Vladimir Putin durante la inauguración de la planta gasífera de Sabetta, en diciembre pasado: “Este es un evento crucial, no solo para la energía sino para todo el uso del Ártico”.
O incluso en el reciente discurso ante la Asamblea Federal Rusa, del 1 de marzo, cuando Putin insistió de nuevo en las ambiciones árticas rusas, subrayando que «Nuestra flota ártica ha sido, permanece y será la más fuerte del mundo».
No es de extrañar, pues, que a finales del mes de enero China presentase también por primera vez su “Libro Blanco de Política Ártica”, en que desarrolla una ambiciosa estrategia titulada la “Ruta de la Seda Polar”, vinculada a la conocida iniciativa de la “Nueva Ruta de la Seda” del presidente Xi-Jinping.
En su presentación, el viceministro de Exteriores chino, Kong Xuanyou, verbalizó un cambio substancial en el papel de China en la zona, hasta ahora centrado en una floreciente política de promoción científica, y reclamó un nuevo estatus de “estado cuasi-Ártico” para su país.
Y lo hizo al tiempo que recordaba el papel clave de las inversiones chinas para el desarrollo de las principales actuaciones del momento en el ártico, incluyendo la base de Sabetta, donde su país ha aportado casi la mitad de los 27.000 millones de dólares de inversión necesarios.
Afortunadamente, empero, el Ártico ha sido también motivo de recientes acuerdos de colaboración y no solo entre sus países costeros.
A finales del pasado noviembre los llamados “Cinco Árticos” (Canadá, Noruega, Rusia, Estados Unidos y Dinamarca; esta última por Groenlandia e Islas Feroe) llegaron a un acuerdo en Washington para la prohibición de la pesca no regulada en el océano Ártico con las principales potencias pesqueras interesadas, es decir Corea del Sur, China, Islandia, Japón y la Unión Europea.
Fueron necesarias seis rondas de negociaciones para llegar a lo que muchos expertos consideran un acuerdo sin precedentes.
Si bien se basa en una moratoria de pesca acordada hace dos años entre los “Cinco Árticos”, el nuevo convenio va más allá y se basa en el principio de precaución, algo poco habitual.
No solo prohíbe la pesca comercial en las aguas internacionales árticas para los próximos 16 años; también incluye la promoción de investigación científica internacional con el objeto de tener conocimiento de los recursos pesqueros en la zona y de sus ecosistemas, los resultados de los cuales serán la base para la toma de decisiones una vez pasada esta moratoria.
En palabras del ministro de Pesca y Océanos del Canadá, Dominic LeBlanc: “Juntos hemos adoptado un fuerte enfoque proactivo y en base al principio de precaución para posibles actividades pesqueras en el Océano Ártico central ya que el cambio climático continúa teniendo un gran impacto en el área”.
Además, se espera que la investigación científica resultante de este proceso tenga un papel clave en el monitoreo de los efectos que provoca el cambio climático en los frágiles ecosistemas árticos.
Uno de los expertos que participó en las negociaciones declaró a Radio Canadá Internacional: “Es el único océano que no ha sido fruto de explotación pesquera y finalmente, por primera vez, acordamos hacerlo de manera diferente a lo que hemos hecho en cualquier otro lugar. Incluso en la Antártida no hemos hecho esto”.
Hay margen pues para el acuerdo en el gran desafío en el que se ha convertido el Ártico. Pero sin lugar a dudas, con el cambio climático el Ártico nunca volverá a ser exclusivamente el “hogar de increíble vida silvestre, desde misteriosos narvales hasta majestuosos osos polares” en palabras de la campaña de Greenpeace “Salva el Ártico”.