La guerra en Angola, el terremoto en Haití, el colapso del abastecimiento en Venezuela y la represión política en la República Democrática del Congo son el origen de las recientes y limitadas oleadas de inmigrantes en Brasil.
El más extenso y poblado país latinoamericano ya no es el gran receptor de inmigrantes que ha sido hasta mediados del siglo XX, que le brindó su conocida diversidad étnica y cultural, con gran aporte europeo, árabe y asiático.
Brasil, con 208 millones de habitantes actualmente, contaba solo 713.568 extranjeros residentes en 2015, equivalentes a 0,3 por ciento de su población de entonces, según el Reporte Mundial de la Migración 2018 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), divulgado en diciembre.[pullquote]3[/pullquote]
Casi nada en comparación con Argentina y Venezuela, donde la inmigración aporta 4,5 y 4,8 por ciento respectivamente de sus habitantes, observó a IPS el coordinador de proyecto de OIM Brasil, Marcelo Torelly.
Pero Brasil volvió a ser un destino atractivo este siglo, especialmente en la década actual, cuando la cantidad de extranjeros acogidos creció 20 por ciento de 2010 a 2015, según la OIM.
“El eje de la inmigración cambió, ahora son flujos Sur-Sur desde Haití, África y Asia, distintos de los fronterizos y superando los del Norte”, destacó a IPS el académico Leonardo Cavalcanti, coordinador científico del Observatorio de las Migraciones Internacionales, grupo de estudios conjunto del Ministerio del Trabajo y la Universidad de Brasilia.
El rebrote ganó fuerza tras el terremoto de enero de 2010 en Haití, que provocó más de 220.000 víctimas mortales, desplazó a 1,5 millones de personas y destruyó la economía interna.
Decenas de miles de haitianos buscaron reconstruir sus vidas en Brasil. Constituyen el grupo extranjero más numeroso en el mercado formal de trabajo desde 2013.
Brasil ya tenía amplias relaciones con el país caribeño desde antes. Además de enviar miles de soldados y comandar la parte militar multinacional de la misión de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Haití, entre 2004 y 2017, también promovía proyectos sociales en el país caribeño.
Entre los brasileños muertos en el terremoto estuvo Zilda Arns, que llevaba a Haití la experiencia de la Pastoral de la Niñez, organización católica que fundó y fue decisiva en la reducción de la mortalidad infantil en Brasil.
Bob Montinard, un haitiano de 42 años, reúne en sí mismo los varios elementos de esa historia.
Trabajaba en Puerto Príncipe en proyectos de desarme, mediación de conflictos y reintegración de jóvenes excarcelados, promovidos por la ONU y la organización no gubernamental brasileña Viva Río, cuando el terremoto destruyó su casa y se le rompió la pierna izquierda durante la caída de escombros.
Cirugías en Francia y la necesidad de fisioterapia permanente lo decidieron a migrar a Río de Janeiro, donde vive desde 2010 con su mujer francesa y los hijos de ocho y nueve años, como productor cultural y activista.
El año pasado fundó una organización de apoyo a inmigrantes y la bautizó como Mawon, que en el idioma creole haitiano significa el color castaño pero también denomina a los esclavos negros que se fugaban buscando la libertad, como los quilombolas en Brasil.
“Mawon no es blanco ni negro, es criollo, fuga y ahora migración, diversidad, mixtura, contra el racismo”, definió Montinard, para explicar que su acción comprende una parte social, de acogida y ayuda para integrarse a la nueva sociedad, y la parte empresarial.
“Cada migrante trae su cultura, sus comidas y músicas. Es lo que puede producir, compartir y vender en el país de destino. Todos ganan, hay ingresos para los inmigrantes y conocimiento enriquecedor para todos”, sostuvo a IPS.
La producción cultural es la mejor vía de integración de inmigrantes, especialmente en Río de Janeiro, apuntó en un quiosco mientras freía bocados de plátano (banano para cocinar), típicos de la cocina haitiana.
Estaba en la feria gastronómica de refugiados, promovida mensualmente en Botafogo, un popular barrio de Río de Janeiro, con respaldo de la iglesia anglicana de la zona, que aporta sus patios al aire libre, la organización católica Caritas y la Junta Local, un grupo que conecta a productores y consumidores, para ofrecer una comida sana a precios justos.
En los últimos años aumentó también el arribo de africanos, como congoleses y senegales, además de sirios, mientras más recientemente lo hicieron los venezolanos, todos huyendo de la pobreza o la violencia.
Antes los más numerosos procedían de Angola, con quien este país comparte el portugués como idioma, que huían de la guerra civil que concluyó en 2002 tras 27 años de contienda.
El vuelco en los flujos migratorios tuvo sus razones económicas, porque la crisis financiera internacional de 2008 resquebrajó el atractivo de Estados Unidos y Europa, mientras el disparado crecimiento de Brasil ofrecía muchas oportunidades de empleo, explicó Cavalcanti, también profesor de posgrado en la Universidad de Brasilia.
Ese cuadro cambió con el hundimiento en la recesión de Brasil en 2015 y el crecimiento, en consecuencia del desempleo, que redujo el flujo de migrantes, exceptuando los africanos, pero que no evitó la oleada de venezolanos, que, en ocasiones hambrientos, cruzan la frontera con el estado de Roraima.
Fue el caso de la pareja que, con dos hijos pequeños y ella embarazada, vendió su vivienda en Venezuela para viajar por tierra a Roraima y desde allí por avión a Río de Janeiro, donde los ayudó Caritas, que acoge refugiados como ellos en varias ciudades brasileñas.
“Decidimos salir porque no tenía comida ni vitaminas para evitar la subnutrición de mi bebe y los niños solo comían yuca y sardina. Nuestro negocio quebró por la inflación y sufríamos amenazas por no ser simpatizantes del gobierno”, contó la mujer, que prefirió no identificarse por tener parientes en su país.
“No veo crisis en Brasil, nada comparable con lo que vivimos en Venezuela”, afirmó, alabando el buen tratamiento que tuvo durante el parto de su hija, la posibilidad de comprar alimentos suficientes libremente y “vivir sin miedo”.[related_articles]
Inicialmente contaron con la ayuda de Caritas, equivalente a 95 dólares mensuales por algunos meses, y cursos de portugués. Con el marido empleado en un hotel, espera “estabilizarse y darles una vida digna a los hijos”, cuya gran alegría son los abundantes parques infantiles y la playa que no disfrutaban en su país.
OIM, que solo inauguró su oficina en Brasilia en 2016, ya instaló otra en 2017 en la capital de Roraima, Boa Vista, ante la emergencia humanitaria de la huida masiva de venezolanos.
Su plataforma Matriz de Seguimiento de Desplazamiento se está aplicando en ese estado norteño desde este mes, para ayudar a las autoridades brasileñas en “la gestión de ese flujo”, con dados y perfiles de los inmigrantes, informó Torelly.
De los 33.865 pedidos de refugio en Brasil el año pasado, 52,7 por ciento corresponde a venezolanos.
Refugio por razones políticas o humanitarias ofrece facilidades para legalizar la permanencia en Brasil. Es la vía de entrada de cerca de un tercio de los extranjeros en los últimos años. Pero pocos pedidos son aprobados.
El Comité Nacional para Refugiados, el órgano interministerial responsable de estas aprobaciones, solo concedió refugio a poco más de 9.000 personas y tiene más de 55.000 pedidos pendientes de análisis, según Aryadne Bittencourt, agente de protección legal a refugiados de Caritas Río.
Una nueva ley, aprobada en 2017, pretende facilitar la inmigración y el refugio, pero su reglamentación tiende a seguir imponiendo obstáculos, al igual que la burocracia, se lamentó.
Editado por Estrella Gutiérrez