Pocos casos muestran los impactos para la gente y para los ecosistemas de la construcción de grandes centrales hidroeléctricas en Brasil como la de Sobradinho, en la ecorregión del Semiárido, en el nordeste de Brasil, en operación desde finales de los años 70.
Es lo que hoy es un embalse de más de 4.200 kilómetros cuadrados, en el curso medio del río São Francisco, que atraviesa buena parte de esa tierra árida y en algunas partes inhóspita, conformando uno de los largos artificiales más grandes del mundo.
Allí, en lo que antes era la ciudad de Casa Nova, quedaron inundadas las historias y raíces de miles de familias. La represa forzó el desplazamiento de 26.000 propiedades de siete municipios y, además de todo, muchas familias aún pelean en la justicia por las indemnizaciones prometidas y a otras muchas aún no les llegó la electricidad.
Lo cuentan a IPS los afectados por Sobradinho, además de especialistas y autoridades, con un mosaico de voces sobre una historia aún presente para todos, avivada ahora por el hecho de que la caída a un nivel histórico del caudad del embalse hizo emerger las ruinas del cementerio, alguna iglesia, plazas y calles.
“El sertão (sertón) va a convertirse en mar”, alertó entonces una canción popular que IPS rememora. Para los afectados por la represa, el desarrollo prometido nunca llegó, aseguran, y el temor ahora es que la profecía incluida en la estrofa de otra canción llegue a cumplirse: “El miedo es que algún día el mar también se convierta en sertão”.
Un millón de personas han sido desplazadas en Brasil por grandes represas, en un modelo energético que, según aseguran activistas, tradicionalmente ha excluido la participación de los afectados, cuya pérdida de derechos se maneja como un daño colateral.