Al este de la capital costarricense, un grupo de ciclistas transita en el barrio de Los Yoses por una nueva ciclovía de 15 kilómetros que les permite cruzar la ciudad con un carril propio y en un transporte no motorizado.
Esto es parte del esfuerzo que hace San José por librarse de la contaminación causada por el transporte impulsado por combustibles fósiles, la principal fuente de gases de efecto invernadero en Costa Rica.
Tan solo medio kilómetro al sur, transcurre el río Ocloro, que en los últimos años ha superado su cauce cuando las lluvias son intensas y ha inundado viviendas y comercios, poniendo a correr a las autoridades locales para atender emergencias.[pullquote]3[/pullquote]
Casi uno al lado del otro, estos casos muestran cómo la capital costarricense, al igual que otras muchas urbes latinoamericanas, necesita pensar al mismo tiempo en hacerse más limpia y en aprender a lidiar mejor con los efectos del cambio climático.
“Si querés repoblar la ciudad y densificar la ciudad para que sea más baja en emisiones, tenés que entrarle al tema de adaptación”, dijo a IPS en un café en Los Yoses la ingeniera ambiental Andrea San Gil.
Como una de las regiones más urbanizadas del mundo, América Latina necesita atender de forma responsable la demanda de energía en sus ciudades para limitar el calentamiento global, pero al mismo tiempo requiere protegerse de los peores impactos climáticos, adujo.
San Gil dirige el Centro para la Sostenibilidad Urbana, una organización pionera en la transformación citadina que busca llevar a Costa Rica del obsoleto modelo heredado del siglo XX a una visión futurista y sostenible de las ciudades.
La ingeniera explica que el punto de partida de San José y muchas otras ciudades es precario, pues existe una situación latente de riesgo ante lluvias e inundaciones.
Si a esto se le suman los efectos negativos que el cambio climático tendrá en eventos extremos, precipitaciones y olas de calor, la situación futura se torna apremiante.
Pero en Costa Rica las autoridades no necesariamente toman en cuenta los riesgos asociados al cambio climático para programar su desarrollo, reconoció a IPS el director de Planificación Urbana de la Municipalidad de San José, Vladimir Klotchkov.
“Hay demasiado enfoque hacia una reducción de dióxido de carbono y estamos obviando, por ejemplo, que la gente sigue invadiendo las riberas de los ríos”, apuntó Klotchkov.
El planificador de la capital, donde viven 340.000 personas, advierte que muchas ciudades todavía tienen problemas de ordenamiento territorial no resueltos que jugarían en su contra en un mundo más caliente.
Ciudades latinoamericanas como San José tienen una contribución mínima al calentamiento global, pero podrían pagar un precio muy caro si no toman en cuenta sus impactos.
El estudio “Vulnerabilidad y adaptación de las ciudades de América Latina al cambio climático”, publicado en diciembre de 2016 por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), califica como “posición asimétrica” la de las urbes regionales: sus países tienen una contribución histórica relativamente menor pero sufrirán con más gravedad los impactos del fenómeno.
Cada ciudad soportará una historia diferente: Lima tendrá problemas de acceso al agua tras el derretimiento de los glaciares que la abastecen, Ciudad de México vivirá temperaturas más altas, Bogotá enfrentaría problemas de deslizamientos en zonas de riesgo y Buenos Aires y otras ciudades costeras deberán lidiar con aumento del nivel del mar.
Capital cubana, ejemplo costero
En La Habana, una de esas ciudades costeras, autoridades y grupos vecinales han pasado a mirar hacia el Caribe con temor, aunque también sienten el impacto de la temperatura y las lluvias.
“Este calor cada vez más fuerte es lo más preocupante… y las lluvias nos pierden, el cambio climático va a acabar con el mundo”, dijo a IPS la jubilada Blanca Lima, de 67 años, sobre el efecto a su juicio más grave para la capital cubana y sus 2,12 millones de habitantes.
“Este calor afecta la vida cotidiana y los negocios, porque en esta zona todos los días aparece un restaurante, un bar o un hostal nuevo”, concluyó.
Lima vive a 400 metros del emblemático malecón, un muro de ocho kilómetros sobre el arrecife capitalino, en la parte que cubre el céntrico barrio de Vedado, en el municipio Plaza de la Revolución, uno de los 15 que conforman La Habana.
El malecón, conocido como el Balcón de La Habana, es un foco de atención prioritaria en un nuevo plan nacional sobre cambio climático, aprobado en abril, dadas las inundaciones que sufren los barrios cercanos a su muro.
En su apartamento de los bajos de su edificio, Lima y su esposo crearon condiciones para elevar sus bienes domésticos más preciados ante la recurrente amenaza de inundaciones.
“La última gran inundación que sufrimos fue en 2005. Después hubo otras, pero no tan graves en esta zona. En la última, en enero (23 de enero de 2017), el agua entró a la casa porque la calle se llenó y el paso de las guaguas (ómnibus) de turismo, que son grandes, la echó para adentro”, contó Lima.
Además de nuevas inversiones para enfrentar el impacto de eventos extremos por el cambio climático, la capital cubana debe saldar deudas acumuladas, como la de mejorar la infraestructura de servicios de alcantarillado y la recogida de residuos sólidos, así como reparar el envejecido fondo habitacional, en el principal destino turístico del país.
Durante eventos climáticos, el agua puede cubrir varias calles sobre todo en las partes más bajas del paseo marítimo hasta una altura de dos metros, según el estatal Instituto de Meteorología.
Cuba aprobó la “Tarea Vida: Plan del Estado dirigido el enfrentamiento al cambio climático”, que reúne a todas las iniciativas previas y se plantea inversiones a varios plazos para reducir el impacto del sobrecalentamiento global en el país insular caribeño, con 11,2 millones de habitantes.
El plan dará prioridad a la zona costera de La Habana, en especial al norte, cerca de donde vive Lima, quien cuenta que la situación es particularmente grave en esa zona.
“Se inundan con cualquier aguacero. En algún momento, (las autoridades) van a tener que hacer algo en esa parte, sobre todo con las personas que acondicionaron los sótanos como viviendas”, valoró, sobre una alternativa al histórico déficit habitacional.
Vulnerabilidad regional
Con más de 640 millones de personas, América Latina será en 2050 la segunda región más urbanizada del mundo, con 86 por ciento de su población viviendo en ciudades y 100 millones en asentamientos irregulares, según un estudio de la Cepal publicado en 2016.
Por eso en la región hablar de los efectos en los países del recalentamiento planetario es en muchos casos hablar de zonas urbanas. Cuando una ciudad sufre un impacto climático, el impacto es enorme.
Según un estudio de 16 países latinoamericanos publicado en 2013 por la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, destacó que en poco más de dos décadas (1990-2011) sus ciudades registraron unas 42.000 víctimas fatales, un millón de viviendas destruidas y casi otros seis millones de ellas afectadas por eventos meteorológicos extremos.[related_articles]
“Los altos niveles de riesgo propios de las ciudades se deben principalmente al hecho que estas tienden a concentrar los valores, población y vivienda”, asegura por su parte la Cepal.
Pero también advierte que “esta situación a su vez representa una oportunidad para reducir las vulnerabilidades y para fomentar la resiliencia urbana”.
Para la ingeniera San Gil, este crecimiento que se espera durante el siglo XXI es otra oportunidad para enfrentar el cambio climático y al mismo tiempo solucionar otros problemas urbanos.
“El crecimiento es súper importante porque te da margen para que desarrolles de una mejor manera que sentarse a buscar soluciones cuando la ciudad ya está armada”, apuntó.
A su juicio, la infraestructura verde es un ejemplo de los beneficios asociados a hacer más sostenibles las ciudades y que no solo puedan hacerle frente a los efectos del clima, sino que aporten a la adaptación y mitigación del cambio climático.
Mediante la utilización de vegetación, árboles y otras zonas verdes en parques, aceras y en complejos inmobiliarios, las zonas urbanas pueden mejorar su gestión del agua de lluvia, contener la erosión y bajar la sensación térmica, explicó.
Pero también su organización se enfoca en cambiar conductas en ciudades, principales consumidoras de energía en América Latina. San Gil regularmente circula en bicicleta y promueve el uso de vehículos no motorizados.
Otras ciudades latinoamericanas como Bogotá y Ciudad de México están más avanzados en la creación de ciclovías, que además benefician la salud, reducen el tráfico vehicular y bajan la contaminación automotriz
Trabajar el cambio climático desde las ciudades, advierte la Cepal, “es crucial para identificar y aprovechar (en lo concerniente al clima) los cobeneficios relacionados con las estrategias de desarrollo alternativo”.
Con el aporte de Ivet González desde La Habana
Editado por Estrella Gutiérrez
Este artículo forma parte de una serie especial sobre las ciudades de América Latina, realizada por IPS con el respaldo de la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI).