La sequía expone las penurias de personas desplazadas en Etiopía

Mujeres, niñas y niños en un campamento para personas desplazadas, 60 kilómetros al sur de la localidad de Gode, a la que solo se llega por un camino sucio. Crédito: James Jeffrey/IPS.
Mujeres, niñas y niños en un campamento para personas desplazadas, 60 kilómetros al sur de la localidad de Gode, a la que solo se llega por un camino sucio. Crédito: James Jeffrey/IPS.

En las afueras de Gode, esta localidad de la región somalí de Etiopía, un grupo de pastores se reúnen alrededor de los bidones de agua recién llegados, mientras los camiones van y vienen a toda velocidad para abastecer a las comunidades de personas desplazadas que aumentan en la zona.

El agua de los bidones es de color café, pero un funcionario gubernamental explicó que es por los sedimentos, que está tratada y es apta para consumo humano, a pesar de su apariencia.

Unos 58 asentamientos de personas desplazadas reciben asistencia, en especial agua en camiones cisterna y suministros alimentarios, según informaron las autoridades, pero existen 222 comunidades con casi 400.000 personas, según una encuesta realizada por la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) entre noviembre y diciembre de 2016.[pullquote]3[/pullquote]

La gran mayoría de las personas de esos asentamientos debieron abandonar sus viviendas por la sequía que padece la región del Cuerno de África, una de las peores de la historia. De hecho, en Sudán del Sur se declaró la hambruna, mientras que en Somalia y Yemen, se está cerca de llegar a esa situación.

En la región somalí de Etiopía todavía no es tan terrible como en Somalia por la relativa seguridad y ausencia de conflicto, a pesar de que tienen el mismo clima y sufrieron la misma falta de lluvias.

Los últimos datos de la OIM muestran una duplicación de personas desplazadas y de asentamientos respecto de la encuesta anterior, realizada entre septiembre y octubre de ese mismo año, lo que hace más difícil poder atender a todo el mundo.

El hecho de cruzar la frontera, cuando se escapa de situaciones difíciles, marca toda la diferencia en términos de asistencia.

“Cuando las personas cruzan una frontera, el mundo se interesa más”, observó Hamidu Jalleh, de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en Gode. “En especial, si huyen de conflictos, se vuelve más cautivante. Pero la cuestión de los desplazados internos no concentra la misma atención”, acotó.

En enero de este año, el gobierno de Etiopía y organizaciones humanitarias solicitaron 948 millones de dólares para ayudar a 5,6 millones de personas afectadas por la sequía, principalmente en el sur y este de este país.

Cayeron algunas precipitaciones estacionales y retrasadas a principios de abril en algunas partes de la región somalí, lo que dio un respiro en términos de acceso al agua y de disponibilidad de pasturas, un magro consuelo para los pastores desplazados que no tienen animales.

“Perdieron su ganado y también el dinero que tenían reservado para tratar de mantenerlos con vida”, indicó Charlie Mason, director humanitario de Save the Children en Etiopía. “A los que perdieron todo, solo les queda dirigirse a un sitio de asistencia del gobierno en busca de alimentos y de agua”, añadió.

La Convención de los Refugiados, de 1951, define que las personas en esa situación que cruzan la frontera, tienen derecho a la protección internacional, en cambio, las desplazadas siguen siendo responsabilidad de los gobiernos nacionales y pueden sufrir las carencias de estos.

Un adulto mayor en cuclillas afuera de su refugio en un campamento para personas desplazadas en la zona de Gode, en la región somalí de Etiopía. Crédito: James Jeffrey/IPS.
Un adulto mayor en cuclillas afuera de su refugio en un campamento para personas desplazadas en la zona de Gode, en la región somalí de Etiopía. Crédito: James Jeffrey/IPS.

A principios de la década de los años 90, activistas de derechos humanos comenzaron a denunciar la situación de los desplazados internos, la que ahora ocupa un lugar en la agenda humanitaria internacional, aunque sigue siendo un tema sensible.

De hecho, al gobierno de Etiopía le cuesta muchos menos hablar sobre el tema de los 800.000 refugiados que, según las estimaciones, residen en este país.

Etiopía tiene una política de puertas abiertas a los refugiados en flagrante contraste con las estrategias de Occidente de reducir la migración.

A las afueras de Dolo Odo, un pueblo del extremo sur de la región somalí y a pocos kilómetros de la frontera de Etiopía con Kenia y Somalia, hay dos enormes campamentos de refugiados con 40.000 somalíes cada uno.

La vida no es fácil para los refugiados, pues hace poco les redujeron la asignación alimentaria mensual de cereales y granos de 16 a 13,5 kilogramos, pero al menos esta es segura, al igual que el agua, la salud y la educación, a diferencia de los desplazados internos ubicados a las afueras de Dolo Odo.

Pastores desplazados ayudan a un camello a ponerse de pie al no tener la fuerza suficiente para soportar su propio peso. Crédito: James Jeffrey/IPS
Pastores desplazados ayudan a un camello a ponerse de pie al no tener la fuerza suficiente para soportar su propio peso. Crédito: James Jeffrey/IPS

“No estamos en contra de la ayuda a los refugiados, tienen que recibirla porque soportan problemas más grandes”, indicó Abiyu Alsow, de 70 años. “Pero es frustrante que las organizaciones y el gobierno no nos den nada a nosotros”, apuntó.

“Nunca vi una sequía como esta en toda mi vida; en las anteriores murieron algunos animales, pero no todos”, reflexionó Abikar Mohammed, de 80 años.

El ganado es el sostén de la economía regional. Los especialistas en áreas secas estiman que los pastores del sur de Etiopía perdieron unos 200 millones de dólares en vacas, ovejas, cabras, camellos y caballos. La carne y la leche de esos animales son la base del sustento de esas poblaciones.

Pero no solo los pastores perdieron todas sus reservas, el gobierno central gastó en 2016 la friolera de 700 millones de dólares, y la comunidad internacional aportó el resto de los 1.800 millones de dólares para asistir a más de 10 millones de personas damnificadas por la sequía, agravada por el fenómeno de El Niño.[related_articles]

“La respuesta del gobierno fue bastante destacable”, indicó Edward Brown, director nacional de World Vision en Etiopía. “Pero ahora la falta de fondos es más grave para ambas partes. La capacidad de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) es limitada pues busca grandes donantes; ya escucharon a Estados Unidos que busca un recorte drástico de la ayuda exterior”, recordó.

Etiopía recibe muchos elogios por su atención a los refugiados, pero sigue preocupando la situación de los más de 696.000 desplazados internos en 456 campamentos, según la OIM.

La seguridad en la región somalí de Etiopía es una de las más estrictas de este país. Por eso, la región es relativamente segura y pacífica, a pesar de la amenaza insurgente a lo largo de la frontera con Somalia.

Las estrictas restricciones dificultan el trabajo de medios y organizaciones no gubernamentales que buscan evaluar la severidad de la sequía, además de limitar el comercio y la circulación, lo que exacerba la crisis.

De hecho, muchas organizaciones temen realizar declaraciones a la prensa por temor a ser expulsadas de la región.

En ese contexto y extraoficialmente, algunos activistas mencionaron una desconexión entre el gobierno federal de Etiopía y el de la región semiautónoma, así como de los riesgos de hambruna y de víctimas masivas si los recursos no llegan pronto.

Si como se ha pronosticado, las principales lluvias de la primavera boreal son escasas, la pérdida de ganado podría fácilmente duplicarse, pues los recursos, como pasturas y agua, no podrían regenerarse al nivel necesario para que subsistan hasta las breves lluvias de otoño.

Y aun si se consiguen los recursos, el problema más acuciante sigue siendo el de cómo construir capacidades y prepararse para el futuro.

En la región somalí, en la norteña zona de Siti, los campamentos de desplazados por las sequías de 2015 y 2016 siguen repletos.

Los pastores necesitan entre siete y 10 años para reconstruir su rebaño y su manada cuando pierden más de 40 por ciento de sus animales, según una investigación del Instituto Internacional de Investigación del Ganado y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

“Las respuestas humanitarias en todo el mundo se las arreglan para sacar a las personas de esas enormes crisis y evitar la pérdida de vidas”, indicó Mason. “Pero no hay suficiente apoyo económico para que la gente se recupere”, se lamentó.

Traducido por Verónica Firme

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