El río no murió, pero está enfermo. Sus peces flacos ya no alimentan a los indígenas como antes ni les rinden los ingresos que aseguraban sus compras en la ciudad. Además se hizo inseguro para navegar.
Un vuelco de la pesca a la agricultura se le ha impuso a los indígenas que viven en la Volta Grande del río Xingu, como efecto del represamiento de las aguas para servir a la central hidroeléctrica de Belo Monte, la segunda mayor de Brasil y tercera en el mundo.
El cambio es más amplio y profundo, es incluso cultural. También el transporte fluvial en pequeñas embarcaciones, cede paso al terrestre especialmente en motocicletas. El río, con sus ciclos, el movimiento constante, deja de ser tan central en la vida de los indígenas.
“Los peces que comen fruta, como el pacu, van a acabar, porque no tienen que comer. Las frutas caerán en tierra seca”, lamentó Agostinho Pereira da Silva, el patriarca de la aldea indígena de Miratu, donde viven 20 familias del pueblo juruna, con las que IPS compartió más de una jornada.
El pacu (Myloplus e Myleus spp) es la especie de mayor consumo y pesca local. Su alimentación depende de las crecidas del río que durante varios meses inundan orillas, islas, riachuelos y canales naturales (igarapés, igapós), haciendo caer las frutas en el agua.
La hidroeléctrica elimina esas grandes crecidas, al retener las aguas río arriba y desviarlas en su mayor parte por un canal, atajando la Volta Grande, un gran tramo del Xingu en forma de U, para impulsar las turbinas de la planta generadora principal, al final de la curva.
“El ‘sarobal’ (vegetación fructífera de áreas inundables) está muriendo en los igarapés secos, los peces aparecen con huevas secas”, destacó Jailson Juruna, de 37 años, uno de los 10 hijos vivos de Pereira, que han adoptado el apellido Juruna para afirmar su identidad étnica.
“También el tracajá está flaco o muriendo, porque igual se alimenta de la vegetación en los igapós que se secaron”, acotó, refiriéndose a una especie de quelonio, de nombre científico Podocnemis unifilis, importante en la alimentación indígena en la Amazonia.
Ese drama de los pobladores ribereños de la Volta Grande, que no son solo indígenas, empezó al cerrarse las compuertas del embalse principal de la hidroeléctrica en Pimental, unos 20 kilómetros río arriba de la aldea de Miratu, a fines de noviembre de 2015.
En los tres meses siguientes, 16,2 toneladas de peces aparecieron muertos, comprobó el Instituto Brasileño de Medio Ambiente, autoridad ambiental que le impuso una multa de cerca de 11 millones de dólares a la empresa Norte Energía, dueña de Belo Monte.
La mortandad de peces ocurrió también antes, durante las obras del represamiento del cauce, de 2011 a 2015, que ensució las aguas río abajo.
Pero con el embalse la situación se agravó porque bajó el nivel del agua en la Volta Grande y porque la gran cantidad de peces muertos asustó a los consumidores, especialmente de Altamira, la gran ciudad cercana con unos 150.000 habitantes.
La población rechaza el “pez enfermo”, un temor que también contribuyó a reducir el pescado en la alimentación de los ribereños, sumándose al factor principal, la escasez de peces.
De 56 por ciento en 2015, índice similar al de los dos años anteriores, la participación del pescado en la alimentación de la aldea Miratu cayó a 36 por ciento en 2016, según el monitoreo hecho por los mismos juruna, a través de su Asociación Yudjá Miratu (AYMIX), el no gubernamental Instituto Socioambientalhttp://www.socioambiental.org (ISA) y la Universidad Federal de Pará (UFPA), el norteño estado donde se ubica Belo Monte y la Volta Grande.
Dejó de ser el principal componente en la dieta indígena, perdiendo ante los “productos (alimentarios) de la ciudad”, que subieron de 25 a 52 por ciento, reveló la bióloga Cristina Carneiro, doctora de la UFPA que orientó la recolección de datos entre octubre de 2013 y septiembre de 2016,
“Los juruna están perdiendo su autonomía y seguridad alimentaria, teniendo que migrar a la agricultura y buscar trabajo remunerado para asegurar su alimentación. Con ello pierden también su cultura y conocimientos”, evaluó a IPS la abogada de ISA, Biviany Rojas.
La mayor parte de los ingresos monetarios que obtenían los indígenas provenía de peces ornamentales, que también escasean. El esfuerzo adicional para mantener esa actividad fue fatal para Jarliel Juruna, otro hijo de Pereira, muerto a los 20 años, cuando pescaba en octubre pasado.
Ampliar la agricultura, como fuente de alimentos e ingresos, se hizo indispensable para los indígenas de la Volta Grande, sostuvo Giliarde Juruna, de 36 años, cacique de Miratu y presidente de AYMIX y hermano de Jailson y Jarliel.
Él mismo ofrece su ejemplo, sembrando arroz, maíz, mandioca (yuca) y frutales, como banano, acai (palmera amazónica) y cacao, en cerca de tres hectáreas, pese al poco tiempo disponible entre las tareas de la asociación y el liderazgo de la aldea.
Uno de sus tareas es buscar una empresa, “pero tiene que ser grande, con capacidad”, para prestarles asistencia técnica a los indígenas en la agricultura, como “actividad productiva en que no tenemos experiencia”.
La aldea ya dispone de una “casa de harina” (molino comunitario), para hacer harina de mandioca. “Queremos despulpadoras de frutas”, para vender pulpas, jaleas y dulces de frutas nativas, “que las hay en cantidad en los bosques”, anunció el cacique.
Otra fuente de ingresos son empleos formales, dentro y fuera de la aldea, que aportan sus sueldos a la comunidad. Dos quedan en la misma aldea, el profesor de la escuela inaugurada en marzo y la enfermera del puesto de salud.[related_articles]
Miratu es la aldea más nueva de las tres existentes en la Tierra Indígena Paquiçamba, un área de 15.733 hectáreas reservada a los juruna, en el margen izquierdo del Xingu. Se implantó hace cinco años, en parte con ayuda de Norte Energía, la empresa concesionaria de Belo Monte, que construyó la escuelas y el puesto de salud, además de algunas viviendas.
“Antes no comprábamos casi nada afuera, solo sal. Pero nuestras siembras eran pocas, solo para comer”, ya que la pesca proveía todo, recordó Agostinho Pereira o Juruna.
“Tambien se transportaba todo por el río, ahora casi todos tenemos motocicletas, incluso yo que no sé manejarla, pero voy a aprender”, prometió a sus 66 años, después de tener 12 hijos, dos ya muertos, incluyendo Jarliel.
Dos automóviles y una camioneta indican la opción forzada de esos indígenas por la tierra, en desmedro de la tradición fluvial.
Pero también hacen el camino opuesto. Yudjá, el nombre de la etnia que están recuperando, al lado de los juruna, quiere decir “dueños del rio” en su lengua original, prácticamente perdida en las aldeas de la Volta Grande.
La gran familia que compone Miratu están enviando sus hijos a estudiar con los parientes del Alto Xingu, más de 1.000 kilómetros en línea recta hacía el sur.
Editado por Estrella Gutiérrez