“Hoy tenemos Internet, televisión. Antes ni teníamos electricidad, pero era mejor”, recordó Lourival de Barros, un desterrado de las centrales hidroeléctricas que se multiplicaron por la geografía de Brasil principalmente a partir los años 70.
Barros fue expulsado de su casa en Sento Sé a fines de 1976. La ciudad de unos 7.000 habitantes quedó sumergida bajo el embalse de Sobradinho, algo más de un año después.
Otras tres ciudades, Casa Nova, Pilão Arcado y Remanso, desaparecieron también bajo las aguas, junto con decenas de poblados ribereños, en el norte del estado de Bahia, en la región del Nordeste brasileño.
En total fueron desplazadas 72.000 personas, según organizaciones sociales, o 59.265 según la empresa responsable del proyecto, la Compañía Hidroeléctrica del São Francisco (CHESF).
El sacrificio se hizo en nombre de las necesidades energéticas del país y del desarrollo de una región “irrelevante” y estancada en el analfabetismo y una economía “de subsistencia”, con gente “primitiva” en aislamiento, que teme el cambio, según opinaban los gobernantes de entonces, en plena dictadura militar (1964-1985).
Para reasentar la población de Sento Sé se construyó una nueva ciudad con el mismo nombre, con mejores viviendas, incluyendo baños internos y servicios como electricidad y desagüe en la red pública, pero “perdimos mucho más”, evaluó Barros, un pescador de 70 años, jubilado como trabajador rural, con ocho hijos, nueve nietos y tres bisnietos.
“Teníamos mucho pescado en el río. En la represa, al inicio se podían pescar 100 kilogramos al día, pero los peces mermaron en los últimos 10 o 15 años, ahora es difícil lograr 10 kilos, solo alcanza para alimentar la familia”, comparó en su diálogo con IPS.
“Teníamos 2.000 pescadores y todos vivían de ello. Hoy si hay 50 que lo logran, es mucho”, aunque en el gremio estén inscritos casi 9.000, muchos para recibir el seguro del período de veda para proteger la reproducción de los peces, dijo. “Lo necesitan”, justificó.
Barros se lamenta que los peces propios del área desaparecieron y se introdujeron en el lago artificial otras especies amazónicas, incluida una de pavón (Cichla) que se come a los demás.
También se queja de que su familia disponía de cinco terrenos para sembrar y él mismo poseía una molienda para hacer harina de mandioca (yuca), por lo que no recibieron ninguna indemnización. “Perdimos todo”, subrayó.
Hasta ahora, no se compensaron muchas propiedades y bienes inundados, señaló Adzamara Amaral, autora del libro-reportaje “Memorias de una ciudad sumergida”, elaborado en 2012 como trabajo final de su carrera de periodismo en la Universidad del Estado de Bahía.
Su propia familia aún reclama en la justicia una indemnización por 15.000 hectáreas registradas como propiedad de su abuelo, una herencia familiar de tres siglos, con tres casas y fincas frutales.
A la nueva ciudad construida para acoger a los desplazados se la privó del alma fluvial, al igual que sucedió con otras urbes “reconstruidas”.
Además de los peces, se perdió la agricultura típica del cenagal, que aprovechaba las tierras ribereñas ensanchadas en la época de estiaje y fertilizadas por los sedimentos traídos por el río en las crecidas.
Allí se sembraba mucho maíz y frijol entre abril y octubre. “Por eso se le llama el “Nilo brasileño” al río São Francisco”, observó la joven Amaral a IPS.
Con la represa, el agua avanzó hacia áreas rocosas o de la Caatinga (vegetación exclusiva del Nordeste) y se alteró el ciclo de bajas y crecidas del río, extinguiendo la agricultura de vaciante, el periodo decreciente de las aguas.
El traslado a la nueva Sento Sé, con una población actual de unas 41.000 personas, acentuó el aislamiento de su población, entre otras razones porque se duplicó la distancia en relación a Juazeiro, un municipio de 220.000 habitantes que es el polo económico y educativo del norte bahiano.
Ahora son 196 kilómetros, 50 de los cuales por una carretera de tierra llena de huecos, que dificultan el transporte. Por eso interrumpió sus actividades en Sento Sé la empresa Frutimag, de agricultura irrigada, que empleaba 1.800 trabajadores. Los traqueteos de los camiones dañaban las uvas, justificó.
“Pavimentar la carretera es fundamental para el desarrollo del municipio, como ofrecer enseñanza técnica y cursos universitarios, que evitarían el éxodo de jóvenes que viene reduciendo la población local en los últimos años”, opinó Amaral.
La nueva ubicación de la ciudad en el margen del lago buscó mantenerla cerca de la orilla incluso durante las sequías, se explicó. Pero muchos creen que el entonces alcalde lo determinó para que estuviese cerca de su hacienda.
Ahora, la orilla del embalse de Sobradinho se alejó unos 600 metros de Sento Sé, tras cinco años de sequía en la cuenca.
“Hay lugares en que el reflujo alcanza 10 kilómetros, como Quixaba, un poblado cercano”, destacó João Reis, exobrero metalúrgico de São Paulo de 65 años, que trabajó mucho tiempo en la CHESF.
Vive hace 33 años en Sento Sé, tierra de sus padres, y actualmente repara embarcaciones en el río São Francisco y opina que con su tierra fértil y yacimientos de mármol y piedras preciosas, el municipio tiene “gran potencial para prosperar”.
Para superar el aislamiento, su colega Djalma Vitorino, especialista en barcos, propone implantar una línea de balsas de Sento Sé a Remanso, otra ciudad reubicada al otro lado del embalse. Unos 25 kilómetros u “hora y media de navegación” separan las dos localidades.
“Allá hay un buen hospital donde llevar nuestros enfermos”, como alternativa a Juazeiro, que exige más de tres horas en vehículo automotor, arguyó Vitorino a IPS.
Construida entre 1973 y 1979, en el medio del São Francisco, la central hidroeléctrica de Sobradinho tiene capacidad para generar 1.050 megavatios, gracias a su embalse de 34.000 millones de metros cúbico en un área de 4.214 kilómetros cuadrados, el más grande en superficie y el tercero en volumen de agua en Brasil.
Además de la generación eléctrica, acumular tanta agua le agrega las funciones de regular el caudal, optimizando la operación de otras siete centrales hidroeléctricas construidas río abajo, y abastecer la agricultura irrigada en sus alrededores.
Sus impactos sociales sobresalieron por inundar un área muy poblada, en la década de 1970, cuando reinaba el autoritarismo militar y recién empezaba a desarrollarse la legislación ambiental. Además los movimientos sociales eran débiles o estaban ausentes.[pullquote]1[/pullquote]
Para inundar tanta tierra, Sobradinho exigió la expropiación de 26.000 propiedades.
La CHESF pagó pocas indemnizaciones y de montos muy bajos, en buena parte porque “los ribereños no tenían títulos de propiedad o ignoraban el valor de sus propiedades”, según Gildalio da Gama, de 47 años y quien hasta diciembre fue secretario de Ambiente de Sento Sé.
“Cualquier plata era mucho para quienes siempre manejaron poco dinero”, explicó a IPS el ahora profesor de primaria en una isla donde viven sus padres, a 150 kilómetros de la ciudad.
Su abuelo no fue indemnizado por sus tierras porque la CHESF no reconoció la documentación presentada, acotó.
Nuevas hidroeléctricas, como Itaparica, inaugurada en 1988 aguas abajo del São Francisco, cumplen mejor las reglas, también por la presión de ambientalistas y organizaciones sociales. Pero los desplazamientos forzados prosiguen, generando conflictos más ruidosos que los del pasado.
Las movilizaciones crecieron más aún contra las hidroeléctricas amazónicas, especialmente la de Belo Monte, gigantesca central con potencia de 11.233 megavatios inaugurada en mayo de 2016.
Editado por Estrella Gutiérrez