En la jerga de las calles cubanas, las personas con fe dejaron de ser aquellas creyentes en poderes divinos. Ahora son las que tienen familia en el exterior (FE) y suelen ser vistas como “privilegiadas” por recibir remesas que alivian la dura economía doméstica.
A sus 67 años, Ramona Hernández aparenta pertenecer al segmento de la población de 11,2 millones de habitantes, que mejoro su situación económica gracias a la ayuda enviada por familiares que forman parte de la llamada diáspora, en dinero o especie, como ropa, equipos electrodomésticos, alimentos, saldos de celulares y medicinas.
Sin embargo, ella vive en un humilde apartamento en la capital cubana, de paredes despintadas, puertas y ventanas desvencijadas y techos en mal estado. Durante su vida laboral, tuvo diversos empleos en enfermería y otros oficios pero no acumuló la cantidad de años exigidos por la ley para recibir una pensión a su retiro.
“Lo que manda mi familia es mi único ingreso y alcanza para comer si lo distribuyo bien”, explicó a IPS esta mujer, que cuida sola a su madre postrada, de 81 años. “Mi mamá estuvo en España hasta hace tres años, cuando enfermó y mi hija no pudo cuidarla más. La decisión fue mandarla a casa”, detalló.
“Si no recibiera esa ayuda, estuviera mucho peor… Toda la gente que se va (emigrada) no corre con la misma suerte”, valoró Hernández. Y puso como ejemplo el caso de su única hija, que se residenció en la ciudad de Barcelona desde hace 15 años y perdió su empleo con la crisis que golpea ese país europeo desde 2012.
“Ella tiene dos hijos y encuentra solo trabajos temporales. Su esposo es el único que conservó un empleo fijo”, contó. “Mi hija hace un gran esfuerzo para mandarme 50 euros mensuales y yo hago también una que otra cosita (trabajo informal) desde la casa, porque tengo que cuidar sola a una enferma”, concluyó.
La historia de pobreza y vulnerabilidad de esta mujer representa una arista poco abordada dentro del complejo fenómeno de las remesas en Cuba, que hoy suele asociarse solo a los casos de las familias emigradas con grandes recursos que financian y cogestionan muchos de los exitosos y crecientes negocios privados en el país.
“La mayoría de las investigaciones económicas no toman en cuentan que la cantidad de dinero enviado por los migrantes, así como la manera en que se envía y cómo se emplea, están condicionados también por la economía del hogar y las relaciones de poder”, indicó a IPS la economista Blanca Munster.
Para cambiar esa realidad, Munster estudió los nudos entre remesas, pobreza y género en la sociedad actual cubana. Así, la investigadora en asuntos económicos y de género tocó tres asuntos poco abordados en la esfera pública e insistió en las desventajas femeninas a la hora de aprovechar estos ingresos para lograr un sustento propio.
Aunque constituyen una importante fuente de ingresos para este país con su economía actual en una crisis agudizada, según fuentes especializadas, las autoridades locales no publican cifras oficiales del volumen captado cada año por remesas ni qué lugar ocupan entre los sectores más importantes de la economía cubana.
En una revista que se distribuye en Cuba y Estados Unidos, el economista cubano Juan Triana estimó que por ese concepto ingresan entre 2.000 y 2.500 millones de dólares anuales. Ese monto lo aporta únicamente la exportación de servicios médicos, que constituye el primer renglón de la economía cubana, comparó.
Otros estudios independientes realizados desde la ciudad estadounidense de Miami, donde vive la mayor comunidad cubana en el exterior, calcularon que estos envíos alcanzaron la cifra récord de 3.354 millones de dólares en 2015.
Ese fue el primer año que rigió la ampliación del tope trimestral de remesas desde Estados Unidos para residentes en Cuba, de 500 a 2.000 dólares, en una medida establecida por el ahora presidente saliente Barack Obama, el mismo 17 de diciembre de 2014, cuando los dos países anunciaron la reanudación de sus relaciones bilaterales.
Munster apostó a investigar qué sucedía en las familias pobres y focalizó la situación vivida por hombres y mujeres, para ir más allá de la discusión sobre el potencial o no de las remesas para impulsar el consumo y la inversión en este país caribeño.
En 2013, la economista estudió 50 núcleos con bajos ingresos y receptores de ayudas externas en la comunidad periurbana de Santa Fe, con una población de 27.855 habitantes asentada en esa zona pesquera y para el turismo local en la costa del noroeste habanero.
Recabó que todas las familias dependían de las remesas para su subsistencia, pero que muy pocas lograron con esas ayudas hacerse de un sustento propio, debido a diversos factores como los bajos montos enviados desde el exterior y la alta prevalencia en los hogares de dependientes como niños pequeños, estudiantes, ancianos y enfermos.
“Las mujeres viven situaciones de empoderamiento y ‘desempoderamiento’ en los hogares pobres receptores de remesas”, sostuvo Munster. “Recibir y gestionar las remesas no supone decidir sobre su uso, que con frecuencia está principalmente definido por quien las envía”, amplió.
Encontró que las mujeres de las familias estudiadas de Santa Fe padecían más que los hombres la carga de la escasez de recursos, por lo que las remesas mejoraban las condiciones para su trabajo doméstico.
Pero, en contrapartida, muchas recibían dinero de sus familiares emigrados para poder concentrarse en cuidar ancianos, niños y enfermos, lo que reforzaba los roles tradicionales femeninos así como su reconcentración en el trabajo reproductivo y no remunerado.[related_articles]
Observó, además, que algunos hombres y mujeres hicieron pequeñas inversiones productivas. Ellos lograron emprendimientos más lucrativos como la cría de animales o poder dedicarse al servicio de taxista, pero ellas realizaron negocios tradicionales femeninos como peluquerías, venta de audiovisuales, de ropa y accesorios, detalló.
A juicio de Munster, entre otras limitantes, las mujeres carecen de “una cultura empresarial y tributaria previa” porque “siempre han trabajado en el sector de los servicios estatales o en el hogar”. “Las remesas suelen sustituir el ingreso con que ellas no cuentan o les resulta insuficiente para satisfacer sus necesidades básicas”, aseguró.
Ese es el caso de Fabiana Mora, una obrera de 33 años que controla la calidad en una empresa con capital extranjero en La Habana. Esporádicamente, recibe dinero, medicinas y ropas de su padre que vive en Estados Unidos. “Me pongo muy contenta cada vez que recibo algo”, compartió con IPS.
“La remesa es una ayuda pero no da para cubrir todas las necesidades. También tengo mi salario y lo que gano vendiendo teléfonos celulares y ropa”, precisó. El padre de Mora le envía con alguna frecuencia artículos de este tipo para que ella obtenga ganancias con la reventa de ropa importada, pese a que este comercio está prohibido para la iniciativa privada.
Permitidas por las autoridades locales durante los inicios de la crisis que comenzó en 1991, las remesas cumplen desde entonces un importante rol en la economía familiar y nacional, aunque su comportamiento depende del estado de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, donde viven más de dos millones de personas nacidas en la isla y sus descendientes.
Editado por Estrella Gutiérrez