Los disturbios que afectaron a las dos regiones más pobladas de Etiopía parecen haberse atenuado desde que el gobierno declaró a este país africano en estado de emergencia el 9 de octubre. Ya no se ven más las bandas de jóvenes que desde hace un año incendiaban edificios, bloqueaban carreteras o se enfrentaban a la policía.
Nadie sabe si la calma perdurará o si solo será una pausa en el período más sostenido y generalizado de protestas en Etiopía desde que el partido gobernante del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE) llegara al poder tras la revolución de 1991.[pullquote]3[/pullquote]
«Las protestas… hicieron más en un año para desafiar al régimen en el poder de lo que algunos grupos opositores han hecho en años», opinó Mohammed Ademo, un periodista etíope radicado en Washington.
Hasta ahora, la apuesta que sustentaba el proyecto del FDRPE era que la transformación material de Etiopía terminaría por conformar a los distintos grupos étnicos que componen la federación etíope.
El estado de emergencia recién se levantará en abril, pero el gobierno tiene una oportunidad crítica para encontrarle una salida sostenible a este pantano político.
Desde que tomó el poder en 1991, el FDRPE ha descartado las críticas sobre su estilo autoritario y su historial de derechos humanos que le hacen observadores y gobiernos occidentales. Estos también le exigían un mayor compromiso con las reformas democráticas.
«Históricamente, el sistema actual es el mejor en términos de desarrollo», según Abebe Hailu, un abogado de Adís Abeba que presenció la caída del emperador Haile Selassie en 1974 y la posterior dictadura militar, que terminó en 1991 con la llegada al poder del FDRPE. «Pero todavía queda mucho para hacer cuando se trata de desarrollar la democracia», añadió.
Los disturbios que comenzaron en noviembre de 2015, por campesinos oromos contrarios a la toma de tierras, se multiplicaron en un movimiento antigubernamental que ahora incluye a los amharas, el segundo grupo étnico de Etiopía después de los oromos. Juntos representan aproximadamente 60 por ciento de los 102 millones de habitantes del país.
También surgieron protestas en ciudades transformadas por el crecimiento económico, como la capital de Amhara, Bahir Dar, y Adama, la ciudad más cosmopolita de Oromia. Mientras tanto, la retórica del odio y la limpieza étnica ya se ha manifestado.
Todo esto indica que, a pesar de que el FDRPE intentó forjar una nueva identidad de estado-nación con la transformación económica, las lealtades etno-regionales no han perdido su peso, especialmente en virtud de la opresión política que es identificada con la élite tigrayana, un grupo étnico que abarca tan solo a seis por ciento de la población y al que se acusa de usurpar el poder y gran parte de la nueva riqueza.
«La Constitución… es una combinación perfecta para un país como Etiopía», dice un residente de Adís Abeba. «Pero hay un grupo de tigrayanos en el gobierno que deciden el destino de 100 millones de personas a las que no se les permite decir nada», expresó.
Las protestas ilustran el perpetuo problema de los gobernantes de Etiopía a lo largo de los siglos. Es decir, cómo mantener la integridad de un país y personas cuyos límites son los de un antiguo imperio multiétnico forjado por la conquista violenta de pueblos subyugados, como los oromos.
Hasta hace poco, y durante prácticamente los últimos 20 años, parecía que el FDRPE había superado el desafío. El gobierno obtuvo el mejor desempeño económico en la historia moderna del país, y es un ejemplo de colaboración con sus socios internacionales en la reducción de los índices de pobreza y mortalidad.
Etiopía también es un importante baluarte de paz y seguridad para Occidente en el Cuerno de África, una región agitada por los combates en Sudán del Sur, los insurgentes islamistas en Somalia y el mar de refugiados que abandonan Eritrea.
Pero las estadísticas que impresionan a la comunidad internacional ocultan una realidad más compleja, en la que la mayoría de los etíopes, aunque no son tan susceptibles a la hambruna y la enfermedad, permanecen estancados en sus vidas.
«Por lo general, las protestas comienzan en las ciudades… pero esta ha sido una revolución popular en las zonas rurales de Amhara y Oromia», aseguró Yilikal Getenet, presidente del opositor Partido Azul. «La gente se está muriendo y protestando por problemas evidentes”, añadió.
El FDRPE reprime la pluralidad política, agrede a la oposición, encarcela a sus políticos o los condena al exilio. En las elecciones de 2015 no ganó ni un representante opositor. La libertad de expresión en Etiopía está estrictamente limitada y no existe la sociedad civil independiente.
La ciudadanía está cada vez más enojada ante la corrupción imperante. Y la creciente población joven hace que aumente el desempleo juvenil, lo que lleva a que sus pensamientos y frustraciones apunten hacia el centro del poder que es Adís Abeba.
En las protestas murieron más de 600 personas, y miles fueron a la cárcel, según grupos opositores y de derechos humanos.
«Ahora tenemos nombres, y en la mayoría de los casos incluso fotos, de las más de 1.000 víctimas que mataron las fuerzas de seguridad desde que comenzaron las protestas», afirmó Mohammed.[related_articles]
«El gobierno debe estar dispuesto a aceptar reformas fundamentales», dice Abebe.
El primer ministro Hailemariam Desalegn reorganizó su gabinete a finales de octubre, con el cambio de 21 de los 30 puestos ministeriales, incluidos 15 nuevos nombramientos.
La selección de tecnócratas sin afiliación partidaria indica que el partido se toma en serio la necesidad de cambio, dicen algunos, pero otros sostienen que perpetúa el monopolio de unos pocos selectos en el gobierno, de una intelectualidad que se considera digna de dirigir a las masas ignorantes.
El gobierno también promete «profundas reformas» para resolver las causas que provocaron las protestas. Pero para un país con milenios de gobierno centralizado y autocrático, es más fácil decirlo que hacerlo.
Sus opositores acusan al FDRPE de aferrarse a la misma ideología revolucionaria de izquierda que insiste desde 1991 en el control leninista del partido único, por lo que sigue siendo fundamentalmente antidemocrático e incapaz de aceptar la reforma.
Otros piensan que existen moderados en el partido que podrían ayudar a cambiar su rumbo para mejor. Pero eso es difícil de creer.
«Este gobierno es el más aislado del pueblo etíope», dice Merera Gudina, presidente del opositor Partido Federalista del Congreso Oromo, quien fue arrestado a principios de diciembre por presuntas violaciones a las leyes de estado de emergencia. «Han roto promesa tras promesa, así que la gente no les creerá. Ese es el problema», concluyó.
Traducido por Álvaro Queiruga