La transición energética de Alemania acumula un proceso de al menos 20 años de evolución, que ofrece lecciones importantes a América Latina de cómo promover energías renovables y desplazarse hacia economías bajas en carbono.
La transformación germana arrancó formalmente en 2011, sustentada sobre seis leyes que favorecen la generación alternativa mediante un sobrecargo para los productores, la ampliación de la red eléctrica para propiciar la incorporación renovable y la cogeneración para aprovechar la energía desperdiciada en las instalaciones de fuentes fósiles.
En general, la legislación a favor de la generación y consumo de fuentes renovables se ha duplicado ampliamente en el mundo desde comienzo de siglo, y América Latina no es una excepción.
“Otros países, incluyendo los latinoamericanos, deben mirar probablemente a las experiencias de Alemania y aprender tanto de lo bueno como de lo malo”, explicó a IPS el analista Sascha Samadi, del no gubernamental Instituto Wuppertal, dedicado a estudios sobre transformación energética.
El experto detalló que “al comienzo de la transición energética todo era sobre levantarse contra las grandes empresas de energía que eran aborrecidas por mucha gente”, mientras que ahora es la preocupación por el cambio climático el motor primordial del respaldo a la transición.
Para avanzar hacia una matriz energética baja en carbono, “en los países latinoamericanos, otros aspectos pueden ser más importantes en la agenda, como reducir la dependencia de las importaciones o aumentar la seguridad de la oferta”, señaló.
En Alemania, la generación renovable aportó 30 por ciento de toda la electricidad en 2015 y esta nación europea es la tercera potencia mundial en energías renovables –excluida la hidroelectricidad-, con la tercera posición en eoloenergía (viento) y biodiesel y la quinta en geotermia.
Además es puntera en capacidad por habitante en energía fotovoltaica (solar), aunque la radiación solar del país no sea precisamente favorable.
En la última década, América Latina avanzó en el desarrollo de energías renovables, en una zona altamente dependiente de combustibles fósiles, bien porque sus países son grandes productores de hidrocarburos, como Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela, o porque dependen de sus importaciones, como América Central o Chile.
La mayoría de países ha incluido en sus legislaciones planes a favor de la transición energética, políticas de eficiencia en la producción y consumo, y metas de generación renovable.
Por ejemplo, México cuenta desde diciembre con la Ley de Transición Energética, Chile posee el plan Energía 2050 y Uruguay tiene la Política Energética 2005-2030. En esas disposiciones se estipulan metas de mediano y largo plazo para la generación renovable, incentivos fiscales y otras acciones a favor de una matriz energética más limpia.
En 2015, Brasil atrajo inversiones por 7.100 millones de dólares -10 por ciento menos que el año previo- para las renovables; México, 4.000 millones -el doble que en 2014- y Chile, 3.400 millones –un incremento de 150 por ciento-, según el informe “Tendencias globales en inversión en energía 2016”.
También naciones como Honduras y Uruguay captaron más de 500 millones de dólares ese año en inversión renovable, indica el documento elaborado por el Centro Colaborativo para el Financiamiento Climático y de Energía Sostenible de la Escuela de Finanzas de Frankfurt y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
El estudio da cuenta de que Brasil pasó de atraer 800 millones de dólares en 2004, a los 7.100 millones de 2015, un incremento de 21 por ciento durante ese lapso.
Exceptuando a la potencia regional, América Latina capturó 1.700 millones en 2004, para trepar a 12.800 millones en 2015, en una expansión de 20 por ciento. Pero los flujos de capital del año pasado cayeron respecto a 2014, por factores como incertidumbre política en algunos países y bajos precios del petróleo, entre otros.
La región genera 209.419 megavatios renovables, de los cuales la hidroenergía representa 171.960.
Para impulsar una matriz energética de bajo carbono, Sophia Schönborn, analista de la no gubernamental KlimaDiskurs.NRW e.V, destacó a IPS que hay un elemento que América Latina debería emular del proceso en este país.
“La transición alemana demuestra la importancia de tomar las decisiones desde abajo, escuchar al ciudadano. No fue una imposición, sino que la sociedad promovió cambios en el modelo energético”, destacó la experta de esa plataforma multisectorial sobre asuntos energéticos.
En manos del mercado
Alemania ha llegado ya a un punto de sobreoferta renovable, por lo que el parlamento normó el fin desde enero de 2017 de la tarifa fija para el sector y la instauración de subastas para todas las fuentes.
La reforma a la Ley de Energía Renovable que entrará entonces en vigor premia a los generadores más baratos, impone topes de generación y limita la permanencia de tarifa fija solo para las cooperativas y los pequeños productores.
El modelo alemán posibilitó que el ciudadano generara su propia electricidad e incluso que pudiera venderla a la red, en la construcción de lo que expertos y organizaciones han llamado “ciudadanía energética”. Pero eso está lejos de ser una realidad común en América Latina.
La tarifa fija, que incluyó un sobrecargo para apoyar a los generadores renovables, potenció la ampliación de esas alternativas en este país.
En América Latina países como Ecuador, Honduras, Panamá, Perú y Uruguay la aplican o la han mezclado con la medición neta, basada en la diferencia entre lo que un usuario que se conecta a la red eléctrica consume y lo que genera e inyecta a esa misma red. En la factura solo paga la diferencia entre la electricidad consumida y la aportada.[related_articles]
Además, países como Chile, México y Perú han desarrollado desde 2015 subastas que se saldaron con bajas en los precios del kilovatio hora, en parte por sus vastos recursos renovables.
Así lo destaca el reporte “Energías renovables 2016: reporte de la situación mundial”, lanzado en junio y elaborado por la no gubernamental Red de Políticas sobre Energía Renovable para el Siglo 21.
Las recientes variaciones son, aducen los expertos, una señal para América Latina respecto al manejo del mercado renovable, para evitar riesgos de saturación o pagos excesivos a los generadores.
Samadi resaltó que “los costos de la expansión de las renovables son pagados por los consumidores en Alemania”.
“Este puede no ser un buen instrumento para los países latinoamericanos, en los cuales bajos precios energéticos pueden ser importantes para el desarrollo social y la cohesión”, adujo. Ante ello, sugirió impuestos generales o fondos especiales.
Hay otro aprendizaje. “Si en Alemania arrancásemos ahora el gran crecimiento de las renovables, con los bajos costos tecnológicos actuales, nuestro sobrecoste de generación sería más bajo que el que pagamos”.
A su juicio, “los países que empiezan hoy a invertir fuertemente en eólica y fotovoltaica no enfrentarán los mismos altos costos que Alemania, especialmente cuando se toma en cuenta las condiciones de radiación solar en la mayor parte de América Latina”.
Schönborn coincidió con ese punto, al subrayar los costos competitivos de las fuentes renovables. Pero alertó del riesgo de “una división social” para quienes no pueden generar su propia energía y deben adquirirla de la red.
Esa desigualdad “requiere la intervención del Estado para garantizar ese acceso”, subrayó.
Editado por Estrella Gutiérrez