Prema Bai, de 58 años, agacha la cabeza y empuja su silla de ruedas en la aldea india de Mamna, que en las primeras horas de la tarde parece desierta, a pesar de que viven 742 familias y está en el norteño estado de Uttar Pradesh, el más poblado y el más grande de India.
La severa sequía obligó a todo hombre y mujer menor de 50 años a abandonar Mamna en las últimas semanas, y solo quedaron los adultos mayores y las mujeres con niñas y niños pequeños.
“Pensaron que éramos como el ganado, una carga en tiempos difíciles porque solo comemos, pero no producimos nada a cambio”, se lamentó Bai, cuyos dos hijos emigraron con sus respectivas esposas a Agra, una ciudad a 255 kilómetros de distancia, donde ahora trabajan en una fábrica de ladrillos. Pero se equivocan.
A pesar de estar paralizada de la cintura para abajo, Bai trabaja con algunas vecinas para poner fin a la crisis hídrica en la aldea. Vestidas de azul, como símbolo del agua, las mujeres se bautizaron “Jal Saheli” (amigas del agua, en hindi).
Las mujeres tienen derecho al agua
La Constitución de India considera un delito la discriminación de toda persona por su casta o religión. Pero en Mamna, los integrantes de las castas “superiores” concentran más poder y derechos que los dálits o las comunidades tribales (como se conoce en este país a los indígenas).
En lo que respecta a la extracción en estanques o pozos, las mujeres dalits o indígenas deben esperar a que integrantes de las castas superiores llenen sus recipientes. Muchas veces, los hombres de estas últimas sacan agua para regar o bañar al ganado, sin tener en cuenta que ellas esperan su turno para llevar el líquido vital sus familias.
En 2011, en el marco de un proyecto con fondos de la Unión Europea (UE), las mujeres de los grupos más desfavorecidos, entre las que también había musulmanas, de 110 aldeas en tres distritos (Hamirpur, Lalitpur y Jalaun) comenzaron a denunciar la discriminación y a reclamar sus derechos a las fuentes de agua locales.
“Las aldeas forman parte de una región llamada Bundelkhand, donde las mujeres destinan entre tres y cinco horas al día a la búsqueda de agua porque se cree que su responsabilidad proveer a su familia”, relató la activista Satish Chandra, de la organización Parmarth Seva Sevi Sansthan, que trabaja con comunidades marginadas y lleva adelante el proyecto de la UE.
“Creemos que solo un movimiento encabezado por mujeres puede aliviar esa carga”, explicó Chandra.
Planificando la seguridad hídrica
Kunti Devi, otra jal saheli de la aldea de Mamna, dijo que como primera medida para garantizar la seguridad hídrica, las mujeres crearon el grupo especial “consejo de agua” e hicieron un mapa del pueblo donde marcaron los puntos de extracción, incluidos los canales de irrigación, arroyos, pozos, lagos y pantanos, así como su estado.
Luego, censaron a la población para calcular las necesidades hídricas de cada familia. También identificaron quiénes vivían lejos de las fuentes de agua y quiénes cerca. Por último, realizaron un plan detallado para limpiar, recuperar y protegerlas del uso indiscriminado.
“Lo llamamos nuestro plan de seguridad hídrica”, explicó Debi. “Contiene detalles de nuestras vulnerabilidades y medidas que debemos adoptar para superarlas”, añadió.
Dificultades climáticas
Pero a pesar del compromiso y de su esfuerzo, lograr la seguridad hídrica ha sido una larga lucha y por ahora 34 aldeas lograron alcanzarla, indicó Manvendra Singh, también capacitadora de Parmarth.
La principal dificultad, relatan las mujeres, es que la región de Bundelkhand, ha sufrido sucesivas sequías.
Por ejemplo, entre 1 de junio y el 30 de septiembre de 2015, el distrito de Lalitpur recibió solo 321,3 milímetros de agua, 66 por ciento menos de lo habitual, según datos del Departamento de Meteorología. En novimebre de ese año, el gobierno de Uttar Pradesh declaró que los siete distritos de la región habían sufrido el impacto de la falta de agua.
La jal saheli Kamlesh Kumari, de la aldea de Dharaupur, explicó: “Quisimos profundizar el lago este año, pero abandonamos el plan por la sequía. Las autoridades excavaron un pozo para irrigar los campos de trigo”.
“En abril, cuando los cultivos ya no necesitan más riego, sacaremos agua del pozo y llenaremos el estanque. Pero el calor hace que el agua se evapore más rápido de lo habitual, así que tenemos que llenarlo cada dos semanas, más o menos”, explicó.
El rápido agotamiento del agua subterránea es otro motivo de preocupación en esta región.
“En 2011, cuando comenzó a funcionar el proyecto, el nivel de agua era de poco más de 18 metros. Cuatro años después, disminuyó a unos tres metros”, apuntó Chandra, de la organización Parmarth.[related_articles]
Capacidades que importan
Algunas aldeas, como Bamoria, tienen agua por cañería, gracias a su intensa presión, pero la mayoría todavía dependen de pozos con bombas manuales, instaladas por las autoridades, para cubrir sus necesidades diarias desde que se secaron el estanque y los arroyos.
Pero las bombas manuales se rompen seguido y las mujeres tuvieron que aprender a repararlas.
“Los problemas más comunes son arandelas gastadas, pernos rotos o rodamientos sueltos, lo que torna inestable el movimiento. Ahora resolvemos todo nostras”, explicó Kamlesh Kumari.
“Solo cuando disminuye el nivel de agua, dependemos de las autoridades para que lo hagan más profundo”, apuntó.
Ocupando cargos públicos
Jayati Janta, de la tribu Sahariya y también jal saheli, fue elegida hace poco jefa del consejo de aldea de Rajawan, a pesar de la dura oposición de los hombres de las castas superiores.
Dos meses después de la elección, Janta ya implementa un plan de seguridad hídrica que incluye la construcción de un tanque de percolación para recargar el agua subterránea en la aldea. “Todas las mujeres aportan su trabajo”, precisó.
“Una jal saheli conoce las dificultades que afrontan las mujeres para conseguir agua. Si pudiéramos tener algunas más en cargos públicos, podríamos cambiar esta región”, arguyó Lalita Dube, otra jal saheli de la aldea de Bhadauna.
Este artículo se basa en entrevistas a mujeres de más de 20 aldeas. Además, la periodista recurrió a un estudio documentado del proyecto.
Traducido por Verónica Firme