La alegría, un reconocido patrimonio de Brasil que tiene su manifestación más explosiva en el carnaval, contradice cualquier lógica. Proviene de la llaga histórica de la esclavitud y niega la crisis económica y política que deprime el país.
El carnaval de este año siguió la tendencia a prolongarse por dos semanas y fue tan o más masivo que los anteriores, con las calles colmadas de multitudes, pese a la economía en derrumbe desde el año pasado, la epidemia del virus de zika y escándalos de corrupción involucrando creciente cantidad de políticos.
África está en la raíz de ese entusiasmo que hace bailar y cantar días enteros. Ese origen se percibe, por ejemplo, al visitar Angola y comprobar que 27 años de guerra civil, con medio millón de muertos y 100.000 mutilados según estimaciones consideradas parciales, no sacrificaron la risa fácil y el hábito de vivir bailando.
En Sudáfrica, juntar tres o cuatro personas es suficiente para que la gente empiece a cantar, bailar y reír, observó el veterano y premiado periodista brasileño Washington Novaes, en un artículo de junio de 2010, en que recuerda su experiencia de 2002, cuando cubrió la Cumbre Mundial del Desarrollo, en Johannesburgo.
Sorprendido, preguntó a un taxista joven sobre el fenómeno de que “su pueblo, tan sufrido, buscaba tanta alegría”. “El sufrimiento nos enseñó que nuestra alegría tiene que ser solo nuestra, venir de adentro, nada puede quitarnos nuestra alegría”, fue la respuesta.
Del otro lado del océano Atlántico, algo similar se pasa en países y regiones que recibieron gran cantidad de africanos esclavizados, como Cuba y otras naciones del Caribe, además de Brasil. Fuera de los trópicos, también del sur estadounidense, poblado por muchos afrodescendientes, hay testimonios del fenómeno.
Hay más similitudes entre Brasil y el sur de Estados Unidos “de lo que se imagina, incluso en las malas, ambos tienen un pasado esclavista, de violencia contra el pueblo negro” y “somos pueblos alegres”, destacó el cónsul general estadounidense en Río de Janeiro, James Story, en una entrevista al diario local O Globo, el 1 de enero.
La danza, la música y el fútbol son áreas en que la alegría aportada por los descendientes de esclavos es más visible en Brasil, pero es una influencia difusa en la vida nacional, aunque sea más difícil comprobar como ocurre el contagio en general.
En el carnaval queda clara su participación decisiva en la popularización de la fiesta, en las calles, en el papel clave de la percusión, ya que los negros son reyes del ritmo. Pero esa participación decreció en momentos de mayor control oficial de la fiesta y por su expansión como negocio, restricto a los que pueden pagar mejor el entretenimiento.
El momento actual es de popularización. Los “bloques”, grupos organizados con sus bandas y locales de baile, rescataron el carnaval callejero, multiplicándose por todo Brasil.
La tendencia anterior, acentuada en las últimas décadas del siglo pasado, hacía predominar el espectáculo comercial. Las “escuelas de samba” acaparaban las atenciones, desfilando sus gigantescas alegorías y miles de figurantes en estadios cerrados, los llamados “sambódromos”.
Sus exhibiciones se destinaban a espectadores de capas medias y emisoras de televisión, un mercado millonario, turístico y audiovisual, cada año excluyendo más a los negros.
En la prehistoria del carnaval hubo otros intentos de cuadrarlo a la religión o a los buenos modos de la élite, alejándolo de los pobres. El catolicismo, que le dio el nombre, trató de hacer de la fiesta un “adiós a la carne” antes de la cuaresma religiosa de reflexión y ayuno, conciliando con sus orígenes paganos, como las bacanales griegas y romanas.
En Brasil, los gobernantes trataron de prohibir el precursor, conocido como el “entrudo”, de caóticos juegos callejeros portugueses que ganaron gran adhesión de los esclavos negros, y confinar la celebración a los bailes de gala.
Pero el carnaval, como baile callejero masivo y con sus canciones típicas, solo ganó forma en fines del siglo XIX, con fuerte y creciente participación negra. La samba, que luego se convertiría en su ritmo oficial, surgió en 1917, como expresión musical de pobladores pobres de Río de Janeiro, de mayoría negra.
Ese género de música quedó exclusivo de las “favelas” (barrios hacinados pobres, con mayoría de población negra) hasta que, décadas después, las capas medias y blancas lo incorporasen a sus repertorios, adueñándose del ritmo y suavizándolo como “bossa nova”.
Una diversidad de ritmos y géneros musicales fueron creados por los negros, no solo en Brasil, como forma de contagiar de alegría a variados pueblos del mundo. El Jazz en Estados Unidos, el reggae jamaicano, la cumbia colombiana, el merengue dominicano y el mambo cubano, entre otros.
El fútbol brasileño debe su fase ascendente y más alegre principalmente a los negros. En este caso el proceso fue el inverso al del carnaval y la samba, empezó en 1894 como un deporte de la élite, prohibido a los negros y pobres, hasta que algunos equipos desafían esa regla e incorporan los excluidos.
Brasil vive entonces una popularización del fútbol, con héroes como Pelé (Edson Arantes do Nascimento), un negro, y Garrincha (Manoel dos Santos), un mulato que justamente fue apodado “Alegría del pueblo”. Con ellos, Brasil triunfó en las Copas Mundiales de 1958, 1962 y 1970, conquistando hinchas en todo el mundo.
Hubo otros ídolos negros, antes y después de ese apogeo, que ayudaron a hacer del futbol una fuente de alegrías para los brasileños, pero también ejemplos que desnudaron y quizás agrandaron el persistente racismo en el país.
Tres negros del seleccionado de 1950 fueron considerados por la población los principales culpables de la tragedia nacional que fue derrota ante Uruguay, que impidió Brasil de ganar la primera Copa en su propio templo futbolístico, el Maracanã, en Río de Janeiro.
De todas formas es una ironía de la historia que los negros, traídos de África a la fuerza, hayan aportado al país que los esclavizó, y sigue tratándolos con racismo, ese don de la alegría, que apasiona a visitantes, inmigrantes e incluso investigadores internacionales de historia y sociología.
Son numerosos los “brazilianistas” estadounidenses que adoptaron a Brasil como objeto de sus estudios y el sociólogo italiano Domenico de Masi, autor de “El ocio creativo”, apunta el país como modelo para el futuro.
Brasil fue el último país a abolir la esclavitud, en 1888, y nunca aprobó algun tipo de reparación por los más de tres siglos de explotación, opresión, maltratos y matanzas practicadas contra los afrodescendientes.
La población negra disminuyó en Brasil en las décadas siguientes. Sin medidas para asegurarles la sobrevivencia en libertad, los antiguos esclavizados sumieron en la miseria y la consecuente alta mortalidad.
Editado por Estrella Gutiérrez