Una misión de la Unesco evaluará este mes el impacto socioambiental que tendrá en Etiopía el proyecto de la represa hidroeléctrica Gilgel Gibe III, una de las mayores de su tipo en África y que pondrá en peligro la supervivencia de 200.000 habitantes indígenas, según denuncian activistas.
La visita de la delegación de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), anunciada por la cadena de noticias etíope FBC, se supo mientras que la organización Supervivencia Internacional advertía que el pueblo kwegu, del sudoeste de Etiopía, padece una grave hambruna debido a la destrucción de los bosques y la desecación del río de su zona.[pullquote]3[/pullquote]
La organización, con sede en Gran Bretaña, vinculó la crisis alimentaria de los kwegus a la construcción de la represa Gibe III y al riego a gran escala en la región, que privan a la población autóctona del agua y la pesca.
La represa está 90 por ciento construida, según un comunicado oficial, y podría comenzar a generar electricidad después de la temporada de lluvias en agosto. La obra se erige sobre el río Omo, que desemboca en el lago Turkana y al cual le aporta 90 por ciento de su agua.
El lago Turkana es el mayor del mundo en un entorno desértico y yace principalmente en el noroeste de Kenia, pero su extremo norte se interna en Etiopía.
La construcción de la represa generó preocupación por el valle bajo del Omo y el lago Turkana, ambos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El valle es uno de los lugares con mayor diversidad cultural del planeta, donde excavaciones arqueológicas hallaron restos humanos de más de 2,4 millones de años, y el lago, de una antigüedad de cuatro millones de años, es considerado «la cuna de la humanidad».
La Unesco no logró que Etiopía detuviera la construcción de la represa para permitir un análisis independiente del posible impacto de la obra. El gobierno sostiene que ya realizó una evaluación conjunta con una empresa de consultoría internacional financiada por el Banco Mundial.
Esa evaluación concluyó que la represa regularía el flujo de agua y no tendría efectos negativos en el lago Turkana, según declaró el ministro de Agua y Energía, Alemayehu Tegenu, a la cadena FBC en marzo.
Pero esa opinión es disputada. Fuentes fidedignas sostienen que la obra afectará considerablemente los medios de vida de 200.000 indígenas en la zona de Turkana y el valle bajo del Omo, incluidos los pueblos mursis, bodis, kwegus y suris.
Las plantaciones comerciales de Etiopía a lo largo del río podrían reducir la corriente del Omo hasta el lago Turkana en un 70 por ciento, informó el diario británico The Guardian. El lago alberga al menos 60 especies de peces y sostiene otros animales que son la principal fuente de sustento de la población circundante. Los cultivos también pueden contaminar el agua con productos químicos y nitrógeno.
Crece el temor de que la represa agote los recursos de la zona y provoque conflictos entre distintas comunidades del frágil ecosistema del lago Turkana. Un informe de la organización británica Fondo de Alimentos Sostenibles señala que el “riego agrícola a gran escala en regiones secas provoca el agotamiento del agua y la salinización del suelo”.
«Este lugar se convertirá en un campo de batalla incontrolable y sin fin», advirtió Joseph Atach, subjefe de la aldea Kanamkuny, en Turkana, en entrevista con The Guardian. La reducción de la pesca tendrá «enormes repercusiones para las 200.000 personas que dependen del lago para su subsistencia», sostuvo Felix Horne, investigador de la organización de derechos humanos Human Rights Watch.
Se prevé que la represa proporcione el riego a la plantación estatal de caña de azúcar Kuraz y otros emprendimientos comerciales de algodón, arroz y aceite de palma.
Según información de la Unesco, la plantación de Kuraz «privaría al lago Turkana de 50 por ciento de su ingreso de agua» lo que provocaría un descenso de 20 metros en el nivel del lago y un retiro de la costa norte de hasta 40 kilómetros.
En una respuesta por correo electrónico a IPS, Horne calculó que «entre 20 y 52 por ciento del agua del río Omo podría no llegar al lago Turkana, según la tecnología de riego que se use”.
Yared Hailemariam, activista etíope por los derechos humanos y otrora político opositor, con sede en Bélgica, concuerda en que la principal amenaza para el lago Turkana son las plantaciones de caña de azúcar.[related_articles]
“Las futuras negociaciones de la Unesco con el gobierno deben centrarse principalmente en las plantaciones de caña de azúcar y no en la reducción del tamaño de la represa hidroeléctrica», recomendó en diálogo con IPS vía Skype.
Desde que comenzó la obra de la represa en 2006, organizaciones internacionales de derechos humanos acusaron al gobierno etíope de expulsar a los indígenas del valle bajo del Omo y de poner en peligro a la comunidad del lago Turkana.
En 2012, Human Rights Watch advirtió que “el gobierno estaría desplazando a comunidades indígenas dedicadas a la ganadería sin consultar ni indemnizar debidamente a estas personas, para abrir paso a nuevas plantaciones azucareras administradas por el Estado».
Con respecto a los métodos de desalojo de los indígenas empleados por el gobierno, Horne dijo que «la fuerza directa que se veía” al principio “fue sustituida por la amenaza de la fuerza, junto con los incentivos, incluido el acceso a la ayuda alimentaria si las personas se trasladan a las aldeas nuevas”.
Mientras tanto, la postura de Kenia también es cuestionada. Horne y Argaw Ashine, periodista ambiental etíope exiliado, temen que esta haya acordado con el gobierno de Etiopía la compra de electricidad de Gibe III a un precio con descuento.
Los estudios sostienen que Kenia podría obtener más de 300 megavatios de electricidad de la futura represa.
«Al gobierno de Kenia le preocupa más la economía urbana industrial, sedienta de energía, que la marginada tribu de Turkana», sostuvo Argaw.
«La situación de los kwegus es sumamente grave», advirtió Elizabeth Hunter, de Supervivencia Internacional.
Su organización «recibió informes muy alarmantes de que se están muriendo de hambre, y esto se debe a que cazan y pescan y cultivan plantas junto al río Omo. Ahora, mientras le hablo, todo ese medio de sustento está siendo destruido», recalcó.
Editado por Lisa Vives-Phil Harris/Traducido por Álvaro Queiruga