El sacrificado camino de las ruandesas del genocidio a la pasarela

Una de las mujeres que aprendió a coser en el Centro César, en la aldea de Avega, en Kimironko, cerca de Kigali, Ruanda. Crédito: Amy Fallon/IPS

Antes del genocidio de Ruanda en 1994, el esposo de Salaam Uwamariya, la mantenía a ella y a sus ocho hijos con su trabajo de profesor, mientras ella vendía verduras en el mercado para complementar los ingresos de la familia.

Pero como le ocurrió a mucha gente en este país de África central, su vida cambió en solo 100 días, cuando unos 800.000 miembros de la minoría tutsi y moderados hutus murieron en la matanza que comenzó tras la muerte de los entonces presidentes de Ruanda, Juvénal Habyarimana, y de Burundi, Cyprien Ntaryamira.

El 6 de abril de 1994 el avión donde viajaban fue derribado por un misil cerca de Kigali, para impedir que firmaran un acuerdo de paz.

Entre los muertos durante el genocidio estuvieron el esposo de Uwamariya y sus dos hijos mayores.

Poco a poco, Uwamariya pudo rehacer su vida confeccionando ropa que vende dentro del país y en el extranjero y que, incluso, llegó a las pasarelas de otros países africanos.[pullquote]3[/pullquote]

En la actualidad, gracias al Centro César, Uwamariya aprendió nuevas técnicas y puede mantener a su familia. Este centro comunitario “adoptó” en 2005 a su aldea, Avega, en Kimironko, cerca de Kigali.

“Perdí a mi familia, muchos bienes materiales, mi casa, todo”, relató a IPS en kinyarwanda, una lengua local.

También perdió a sus padres, tías y tíos en el genocidio.

“Me impactó enormemente… ni lo puedo expresar”, se quebró.

Avega tiene 150 casas y 750 habitantes. Con apoyo económico de la organización humanitaria canadiense Ubuntu Edmonton, el centro ofrece cursos de capacitación para los residentes que quedaron marcados de por vida por la violencia fratricida.

Hay cursos de mecánica y de serigrafía, además de un programa escolar, guarderías infantiles y un taller de costura donde trabaja Uwamariya. Semanalmente, unas 85 personas circulan por el centro y se benefician de sus servicios.

La costura “mejoró mi vida un montón porque obtengo dinero. Mejoró mi vida y la de mis hijos”, remarcó Uwamariya, quien dijo que gana unos 3.000 francos ruandeses (unos 4,44 dólares) por prenda, que solo demora dos días en confeccionar. Todas las costureras reciben un pago justo y el dinero va directo a las manos de las mujeres.

Con máquinas industriales, uno de los profesores, el sastre Edison Hategekimana, el único hombre, les enseñó a coser. Le dio clases a Uwamariya durante un año, pero según ella, “no fue difícil”.

Un día cualquiera, suelen haber unas 20 mujeres, entre las que está Uwamariya, de 58 años, trabajando laboriosamente para confeccionar vestidos, chaquetas, pantalones, bolsas, delantales y joyas con notorios motivos africanos.

Muchos de los artículos que elaboran incansablemente son las creaciones que mostrará la diseñadora de moda ruandesa Colombe Ndutiye Ituze.

Curiosamente fue la canadiense Johanne St. Louis, quien le hizo reparar en el talento local para ayudar a Ituze.

Las diseñadoras se conocieron en el Festival de Moda de Ruanda en 2010. St. Louis es la directora general de St. Louis Fashion y Dreamyz Loungewear. Por su parte, Ituze lanzó INCO Icyusa, una de las primeras marcas de ropa ruandesas, en 2011.

“Me gustaba mucho su ropa y le pregunté donde mandaba a coserla y me dijo que las hacían estas mujeres” del Centro César, dijo Ituze a IPS.

“Vine aquí (al Centro César) en 2011. Desde 2012, toda mi producción se hace aquí. Trabajé con los sastres de la ciudad, pero aquí son muy talentosas. Para grandes órdenes son las mejores”, añadió.

Cuando Ituze descubrió el centro, muchas de sus integrantes tenían habilidades básicas. St. Louis entrenó a algunas y esas le enseñaron a otras.

“La primera vez que vine eran buenas, pero no tanto como ahora. Cada vez son mejores”, observó Ituze.

Las prendas que Uwamariya y sus compañeras cosen se venden en la tienda de Ituze en Niza, Kigali. St. Louis vende las suyas en su tienda de Cannington, unos 110 kilómetros a las afueras de Toronto.

“Es emocionante hacer ropa para personas de Canadá porque nos pagan”, explicó Uwamariya. “El desafío ahora es conseguir un nicho de mercado, conseguir más órdenes, más ropa para coser”, añadió.[related_articles]

“Quiero trabajar con otras personas, con otros diseñadores”, remarcó.

Quizá suceda más pronto que tarde a medida que Ituze y St. Louis hablen con otras tiendas internacionales del sector de la vestimenta.

Juntas abrieron la casa DODA Fashion House en septiembre. Doda quiere decir “coser” en kinyarwanda.

Tienen un taller en Kimironko, Kigali, que contratará a cuatro empleadas nuevas y tienen previsto emplear a otras 14 mujeres para comenzar a entrenarlas y crear nuevos productos.

En los próximos años, con suerte, su taller ofrecerá varios cursos de capacitación en costura comercial, diseño, máquinas de coser y mercadeo. Es un gran paso para la industria en la diminuta Ruanda, donde no hay una escuela de diseño de moda.

Entre tanto, en el Centro César, el supervisor Alain Rushayidi, dijo a IPS que solo estará satisfecho cuando la organización de beneficiencia sea capaz de transferir la propiedad de sus instalaciones a la gente de Avega.

“Este centro debe ser suyo. En 10 o 15 años le pertenecerá a sus integrantes, a todas ellas”, indicó.

Rushayidi dijo que actualmente se implementa una estructura capaz de volver al centro sostenible y económicamente independiente.

“No te puedo explicar los desafíos que había cuando comenzamos” a trabajar en el centro, apuntó Rushayidi.

“Solíamos tener un banco de alimentos en la aldea. Había personas infectadas con el VIH” (virus de inmunodeficiencia humana), recordó.

Diez años después, remarcó, “por supuesto que las cosas no están 100 por ciento, pero sus vidas mejoraron”, añadió.

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