Segregación escolar chilena se ensancha en el Pacífico

Niñas en un aula de la escuela República de Ecuador, en Viña del Mar, Chile. Crédito: Diana Cariboni/IPS

La descentralización de las escuelas públicas de Chile guarda una esencia de segregación que se proyecta como una sombra sobre varias generaciones.

Patricia Durán y Erna Sáez dirigen dos escuelas municipales en la región de Valparaíso, sobre el océano Pacífico, 140 kilómetros al noroeste de Santiago. Las dos se levantan antes del alba y dedican extensas jornadas a conducir la educación de alumnos de cuatro a 14 años.

Pero las realidades en las que se mueven no podrían ser más diferentes.

Durán recibe a 167 niñas y niños, 90 por ciento procedentes de familias atrapadas en distintas formas de marginación, en la escuela básica San Judas Tadeo, sobre una empinada cuesta del cerro San Juan de Dios de Valparaíso, la capital regional.

“En muchos casos son hijos e hijas de padres y madres privados de libertad, drogadictos, narcotraficantes o alcohólicos, y la única esperanza que tienen para su futuro es la educación que nosotros les podemos dar”, afirmó la directora.

“El riesgo social, la vulnerabilidad, se combate con cariño”, dijo Durán a periodistas de varios países de América del Sur que visitaron su escuela, invitados por IPS.

“Nos preocupamos mucho de tenerles la escuela limpia, porque sabemos que en sus casas muchas veces no acceden ni siquiera a un poco de higiene”, añadió.

El establecimiento funciona desde las 8:00 hasta las 19:00 y ofrece desayuno, almuerzo y merienda, que paga la estatal Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas.

Los materiales que más abundan en la precaria edificación son la chapa y la madera. Las aulas son reducidas y cada rincón se aprovecha. A cambio, el personal se ocupa de que todo esté prolijo y colorido.

El patio de juegos de la escuela básica San Judas Tadeo, en el cerro San Juan de Dios de Valparaíso, Chile. Crédito: Diana Cariboni/IPS
El patio de juegos de la escuela básica San Judas Tadeo, en el cerro San Juan de Dios de Valparaíso, Chile. Crédito: Diana Cariboni/IPS

A 15 minutos del cerro, en pleno centro de la ciudad turística de Viña del Mar, Erna Sáez dirige la escuela República del Ecuador, que acoge a medio millar de niñas, de las que la mitad presentan algún grado de vulnerabilidad.

“A las 7:30 de la mañana, la inspectora general se ubica en la puerta para revisar que todas las niñitas vengan bien vestidas, bien peinadas y limpias”, dice Sáez y agrega que ninguna tiene una situación económica tan grave como para que le falte de comer.

Sin embargo, en la escuela se reparten 260 raciones alimenticias en un comedor especialmente habilitado, con sillas y mesas de colores. Las clases se imparten en dos turnos, desde las 8:00 hasta las 16:00, y hay autobuses para trasladar a las alumnas.

El gran edificio de dos pisos fue completamente reconstruido tras el terremoto de 2010. Es de hormigón y ladrillos, con salones amplios y luminosos, una enorme sala de computación, un laboratorio de ciencias, un extenso patio de juegos y un gimnasio.

Las dos escuelas tienen biblioteca, pero el tamaño y la cantidad de libros son otra señal diferenciadora.

La brecha aquí no es entre escuelas estatales desfinanciadas y privadas rebosantes de recursos. Los dos centros son públicos, pero dependen de municipios con muy desigual acceso a fondos.

Viña del Mar se beneficia de los abundantes recursos que deja el turismo y tiene una pobreza de 15 por ciento, mientras en el vecino municipio de Valparaíso los pobres constituyen 22 por ciento de los habitantes, una proporción mucho mayor que el promedio nacional de 14 por ciento.

Valparaíso es la ciudad con más barrios tugurizados de todo el país, y en la región homónima viven un tercio de todas las familias chilenas que habitan esos vecindarios informales.

Chile tiene un índice de segregación social en la escuela de 53 puntos, muy por encima de países vecinos como Uruguay (38), Brasil, Argentina (39) y Colombia (40) y el mayor de los 50 países medidos en 2010 por el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

En 2006, decenas de miles de estudiantes tomaron las calles y pusieron en jaque a la entonces debutante presidenta Michelle Bachelet.[related_articles]

Le exigían, entre otras reformas al singular modelo educativo pergeñado por el régimen militar de Augusto Pinochet (1973-1990), que las escuelas primarias y secundarias dejaran de ser administradas por los municipios y volvieran al control del Estado nacional.

Bachelet, que volvió a la Presidencia en marzo de este año, enfrenta el reto de reformar un sistema educativo que es el principal motivo del descontento social chileno y llevó a los estudiantes otra vez a las calles con más ímpetu durante la gestión de su sucesor y antecesor, Sebastián Piñera.

En casi todos los países, el Estado es el proveedor principal de educación como un servicio público.

En Chile, cualquier particular puede poner una escuela en el lugar que le parezca y, si tiene estudiantes, el Estado ha de pagarle una subvención por alumno.

Si capta un alumnado numeroso, el propietario hace un muy buen negocio, pues también cobra colegiatura a los padres.

Además, conviven cuatro esquemas: la educación privada y la privada subvencionada, con y sin fines de lucro, y la municipal.

La asignación de fondos para las escuelas municipales no solo depende de las arcas de cada municipio, muchos de ellos quebrados, sino de aspectos como la asistencia de los alumnos a clase.

Cuando el ausentismo es elevado, los recursos se achican, con repercusiones graves para las zonas más deprimidas.

Esta suerte de libre mercado de la educación ha tendido a la destrucción de la enseñanza pública, como muestra el siguiente gráfico.

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Pero no está claro que la privatización haya mejorado la calidad educativa, dijeron varios expertos en un seminario para periodistas organizado por IPS el 22 y el 23 de este mes en Santiago, con apoyo del gobierno de Noruega.

Lo que sí resulta evidente es la creciente segregación, sostuvo Juan Eduardo García Huidobro, del Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación de la Universidad Alberto Hurtado, quien presidió el Consejo Asesor en Materia de Educación en el primer gobierno de Bachelet.

San Judas Tadeo necesita, a todas luces, más recursos. Su personal se esfuerza para que el alumnado asista a clase y mantenga un puntaje mínimo de calidad en las pruebas de evaluación, algo que al parecer es más sencillo de alcanzar en la vecina Viña del Mar.

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