Las últimas elecciones presidenciales en Afganistán pueden interpretarse de dos maneras: como un triunfo del optimismo y de la democracia o como la vigencia de la corrupción y de la amenaza que supone el movimiento islamista Talibán.
Muchos afganos están orgullosos de haber acudido masivamente a las urnas el 5 de este mes. Votaron siete millones de personas, esto es, 58 por ciento de los 12 millones de habilitados, un incremento de 20 por ciento respecto de los 5,6 millones de sufragios en los comicios de 2009.
“Con nuestros votos hemos enviado un mensaje claro: el pueblo afgano quiere un cambio radical, tiene que ser positivo y lo haremos nosotros mismos”, dijo a IPS el profesor de derecho penal internacional Wahidullah Amiri.
Amiri da clases en la Universidad de Nangarhar. Fundada en 1963, es la segunda universidad más grande del país, con alrededor de 8.000 estudiantes, entre ellos 1.200 mujeres, inscriptos en 13 facultades. El campus ocupa 160 hectáreas en Daroonta, una aldea ubicada a 10 kilómetros de Jalalabad, capital de la oriental provincia de Nangarhar.
El entusiasmo por la votación es evidente y mucho mayor de lo esperado. “La concurrencia estuvo más allá de toda expectativa”, dijo a IPS el profesor Abdul Nabi Basirat, quien está al frente del Departamento de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencia Política.
“La comunidad internacional no esperaba eso, los afganos no lo esperábamos, yo no lo esperaba”, enfatizó.
“Es un hito, que muestra que los afganos se están haciendo cargo de su propio futuro, seleccionando al sucesor del (presidente saliente Hamid) Karzai. Confrontamos con valentía las amenazas del (movimiento extremista) Talibán sin ayuda de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o de otros actores externos”, añadió.
El gobierno afgano desplegó más de 350.000 soldados y policías para proteger las urnas. La Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad desempeñó solo un rol marginal, mucho menor que en 2009.
El Talibán no logró perpetrar ni un solo atentado a gran escala en ninguna ciudad importante.
“El Talibán no pudo alterar el proceso electoral”, dijo a IPS el decano de la Facultad de Ciencia Política en la Universidad de Nangarhar, Naqibullah Saqeb.
“Su fracaso es un éxito para el gobierno afgano. Muchos dijeron que sería todo un desafío, si no imposible, que el gobierno llevara a cabo las elecciones, debido a su debilidad y a la fortaleza del Talibán. Lo hemos logrado”, agregó.
[related_articles]El movimiento Talibán –con profundas divisiones internas sobre la postura ante las elecciones– aseguró haber perpetrado “casi 1.088 ataques” en todo el país contra “centros de votación y los vehículos y convoyes que transportaban votos, material electoral y urnas”.
Pero el ministro del Interior anunció que su cartera había contabilizado 690 incidentes. Las cifras no coinciden, pero de todos modos indican que el Talibán dista de ser una fuerza abatida.
Esto evidencia que existen dos interpretaciones de lo ocurrido el 5 de este mes.
La votación fue muy dispar en las áreas urbanas y en las rurales. Las primeras gozan de relativa seguridad y allí hubo una mayor concurrencia a las urnas. Las segundas son más volátiles, sobre todo las del sudeste, y por eso hubo patrones muy diferentes de participación electoral.
Koshal Jawad pertenece a las áreas disputadas entre el gobierno y el Talibán. “Quería votar, pero no pude”, dijo a IPS este estudiante de ciencia política que planea presentar su disertación final en dos meses.
“Vivo en el distrito de Haska Mena (también llamado Dih Bala), limítrofe con Pakistán. En los últimos 12 meses se ha vuelto inseguro. Ahora tenemos cientos de talibanes allí, especialmente pakistaníes. Ellos no nos permitieron votar: frenaron a los automóviles y nos revisaron los dedos, para ver si alguno los había metido en tinta, lo que muestra que uno votó”, relató.
“Nadie sabe realmente cuántos votantes hay, cuántos de ellos tienen una tarjeta de votación, o cuántos de los sufragios resultarán realmente legítimos”, escribió Martine Van Bijlert, codirectora de la Red de Analistas de Afganistán, con sede en Kabul.
En las áreas más inseguras, las elecciones no fueron ni transparentes ni verificables, dijo Van Bijlert. “Junto a una votación decidida y genuina, hay señales de irregularidades significativas: viejos patrones de intimidación, votos falseados y ‘estaciones de votación fantasma’ en áreas aisladas e inseguras”, añadió.
La Comisión Electoral Independiente verifica todas las urnas recibidas de unos 6.400 centros de votación y 20.000 estaciones de votación en 34 provincias. La Comisión de Quejas Electorales ha registrado más de 3.000 denuncias, y el independiente Foro de Elecciones Libres y Limpias de Afganistán ha registrado 10.000 casos de presuntas irregularidades.
“El fraude todavía es parte del proceso electoral, esto está claro”, dijo Amiri. “Pero a un grado tan limitado en comparación con 2009 que no afectará la legitimidad total del proceso ante los ojos afganos”.
Los resultados preliminares se esperan para el 24 de este mes, y los definitivos para el 14 de mayo, pero mucho creen que ningún candidato obtendrá más de 50 por ciento de los votos.
Eso llevaría a una segunda vuelta electoral entre los dos principales aspirantes, Ashraf Ghani Ahmadzai, académico y exfuncionario del Banco Mundial y ex ministro de Finanzas, y Abdalá Abdalá, ex ministro de Relaciones Exteriores y destacado líder de la antitalibán Alianza del Norte.
Los primeros resultados, que cubren 10 por ciento de los votos generales, le dan a Abdalá Abdalá 41,9 por ciento, y a Ashraf Ghani 37,6 por ciento.
Mientras, funcionarios de campaña realizan sus propios conteos y se adjudican la victoria para sus respectivos candidatos.
“Es parte del juego. La política es una competencia, donde uno gana y el otro pierde. Habitualmente, los perdedores no están dispuestos a admitir que lo son, entonces todos dicen ser el ganador”, dijo Muhtarama Amin, integrante del consejo provincial de Nangarhar, en diálogo con IPS.
“Cuando se anuncien los resultados finales, podrá haber algunas quejas, nada más”, dijo. “Tenemos un sistema político en gestación: cualquier candidato sabe que el fraude masivo perjudicará su legitimidad, lo que pronto conducirá al colapso de su gobierno”.