La actual crisis en Ucrania, agravada con la integración de Crimea a Rusia, representa numerosas “oportunidades” para los intereses de diferentes sectores en Estados Unidos.
Eso no sorprende porque la observación de que los caracteres chinos para la palabra “crisis” coinciden con los de los vocablos “peligro” y “oportunidad” ha sido lugar común en el discurso sobre política exterior de Washington durante años.
Por supuesto, comenzaron dirigentes del opositor Partido Republicano, que aprovechan la crisis ucraniana –y la supuesta incapacidad del presidente Barack Obama para anticiparla, preverla o revertirla— para volver a acusarlo de ingenuo, débil y pusilánime.
Ese discurso lo ha mantenido siempre la aún dominante facción neoconservadora del partido, incluso antes de que Obama asumiera en 2009, pero la situación en Crimea le dio nuevos bríos.
“Esto es el resultado último de una política exterior irresponsable, en la que ya nadie cree en la fortaleza de Estados Unidos”, declaró a comienzos de este mes el senador John McCain, rival republicano de Obama en las elecciones de 2008, ante una audiencia de unos 14.000 activistas en el Comité Estadounidense-israelí de Asuntos Públicos (Aipac, por sus siglas en inglés).
Al mismo tiempo, la neoconservadora junta editorial del periódico The Wall Street Journal mantiene una constante crítica a Obama y lo compara con el expresidente Jimmy Carter (1977-1981), al que recuerda como pasivo frente una ola de acontecimientos internacionales en 1979: la crisis de los rehenes en Irán, el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en Nicaragua y la invasión soviética a Afganistán.
Bret Stephens, columnista del diario sobre asuntos internacionales y ganador de un premio Pulitzer, instó a Obama a adoptar sanciones más severas contra el círculo íntimo de su par ruso Vladimir Putin y la elite empresarial de Moscú, medidas que la Casa Blanca comenzó a aplicar la semana pasada.
“Solo un presidente tan inepto como Barack Obama desaprovecharía la oportunidad de ganar, o al menos librar, una nueva Guerra Fría”, escribió.
En efecto, la idea de una nueva Guerra Fría parece ofrecer toda una nueva gama de oportunidades para aquellos que añoran los beneficios financieros y políticos que reportaba la vieja confrontación entre Washington y Moscú.
Aunque los fabricantes de armas optan por permanecer tras bambalinas, sus representantes en el Congreso y los centros de estudios asociados son menos tímidos.
Eric Edelman, quien se desempeñó como subsecretario de políticas en el Departamento (ministerio) de Defensa durante el gobierno de George W. Bush (2001-2009), propuso la semana pasada “un gran incremento en el presupuesto de defensa, parecido al que Jimmy Carter obtuvo luego de la invasión soviética en Afganistán”.
“Un impulso al presupuesto… marcaría el fin del relativo declive militar estadounidense registrado en los últimos cuatro años”, escribió la semana pasada en The Weekly Standard, y recordó las palabras de Chuck Hagel, secretario de Defensa en la administración de Bush, quien advirtió días atrás: “Estamos entrando a una era en la que el dominio estadounidense en los mares, en los cielos y en el espacio ya no se puede dar por sentado”.
Edelman es actualmente director de la neoconservadora Iniciativa de Política Exterior, organización sucesora del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC, por sus siglas en inglés), que promovió la invasión a Iraq en 2003.
Incrementar el presupuesto de defensa “enviaría un mensaje poderoso y molesto tanto a Moscú como a Beijing, que apuestan al fin del mundo unipolar”, añadió.
En la misma publicación, Thomas Donnelly, del American Enterprise Institute y alumno del PNAC, opinó que el impulso armamentista debería también incluir una revisión de la decisión de Obama de reducir el número de militares estadounidenses de los actuales 522.000 a 445.000, el menor número desde antes de que Estados Unidos ingresara a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Incluso criticó a otros “halcones” (el ala más belicista en Washington), incluyendo a McCain y al columnista neoconservador Charles Krauthammer, por haber descartado poner las “botas en el terreno” para contrarrestar la incursión rusa en Crimea o los últimos avances del régimen de Siria contra las fuerzas rebeldes.
[related_articles]“Por ahora, Ucrania aún es tierra de nadie. No es de Occidente ni de Oriente. Pero Ucrania difícilmente sea la única tierra de nadie. Todo Medio Oriente rápidamente se está volviendo en una, especialmente horripilante. El Mar de China Meridional también se convierte rápido en una zona en disputa. Preservar la paz en la masa continental de Eurasia exige fuerzas en el terreno”, escribió.
Además de revertir los recortes militares, los neoconservadores también insisten en reactivar el escudo antimisiles que Bush pretendía instalar en Europa, cerca de la frontera rusa.
“Más allá de las sanciones y la ayuda a Ucrania, lo más importante que podemos hacer ahora mismo con respecto a Rusia es instalar misiles antibalísticos en Europa oriental”, dijo a The Washington Post la semana pasada el senador republicano Ted Cruz, probable aspirante presidencial en 2016.
Cruz hizo estas declaraciones poco después que Dick Cheney, vicepresidente en la administración Bush, deploró públicamente la decisión de Obama en 2009 de descartar un plan para instalar misiles de defensa en Polonia y República Checa como parte de un “reinicio” de las relaciones con Moscú.
Cheney coincidió con un paquete de propuestas contra Moscú de la Iniciativa en Política Exterior, y firmado por decenas de analistas, en su mayoría neoconservadores.
Además, llamó a realizar “ejercicios militares conjuntos con nuestros amigos de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) cerca de la frontera rusa”, así como a equipar y entrenar rápidamente a las fuerzas armadas de Ucrania.
Pero el interés armamentista no es el único que se aprovecha de la crisis.
Compañías energéticas estadounidenses se han lamentado desde hace tiempo del grado de dependencia que tiene Ucrania, así como otros países de Europa oriental, del petróleo y del gas de Rusia.
Ahora, sus representantes en el Congreso y en las páginas editoriales de importantes periódicos presionan al gobierno de Obama para que les permita vender más libremente sus productos, en especial el gas natural licuado (GNL), para el cual tienen pocos destinos de exportación.
“Aun si en el corto plazo la mayoría de nuestras exportaciones de GNL van a Asia en vez de Europa, acelerar y expandir esas ventas incrementaría la oferta mundial, reduciría los precios internacionales y enviaría un mensaje a Putin de que Washington está decidido a frenar sus ganancias por el gas y a romper su monopolio energético de Europa oriental”, escribió el senador John Cornyn en el National Review Online.
Este argumento fue repetido por The Washington Post, a pesar de que en el pasado había expresado preocupación por el efecto de un mayor consumo de combustibles fósiles en el recalentamiento planetario.
Ante las últimas acciones de Moscú, el periódico coincidió en que impulsar las exportaciones estadounidenses de esos productos enviaría un fuerte mensaje.
“Cuanto más proveedores (de gas y petróleo) haya, menos control tendrán sobre el mercado los regímenes depredadores como el del señor Putin”.
El lunes 24 trascendió que el Departamento de Energía había autorizado exportaciones de GNL a Ucrania desde una central de Oregon. Aunque el gobierno no hizo declaraciones al respecto, el American Petroleum Institute (API), principal grupo de presión de la industria, celebró la noticia.
“Los beneficios económicos y estratégicos de las exportaciones de gas natural inspiraron a un coro bipartidista que llama a la acción”, dijo el presidente de API, Jack Gerard.
“La aprobación de hoy es un paso bienvenido hacia una mayor seguridad energética, y nuestra industria está lista para ayudar a la administración a fortalecer la postura de Estados Unidos en el mercado mundial y garantizarle más seguridad a nuestros aliados en el mundo”, añadió.