En una granja familiar inserta entre las colinas de Masopane, a 40 kilómetros de Pretoria, Sophie Mabhena, de 35 años, sueña a lo grande con sus cultivos de maíz genéticamente modificado.
“Este es mi sueño, y sé que estoy contribuyendo con la seguridad alimentaria en Sudáfrica”, dice a IPS.
Sin embargo, aumenta el debate sobre la política gubernamental de promover los cultivos transgénicos.
Este mes, Sudáfrica lanzó una nueva estrategia de bioeconomía, que según el gobierno impulsará el acceso público a la seguridad alimentaria, a mejor atención a la salud, a empleos y a protección ambiental.
La nueva política promueve asociaciones multisectoriales y una mayor conciencia pública sobre los beneficios de la biotecnología, incluido el uso de cultivos genéticamente modificados.
Mabhena planta maíz transgénico en parte de la Granja Onverwaght, de 385 hectáreas, propiedad de su familia, porque dice que ese producto le ha permitido ahorrar por temporada 218 dólares que antes gastaba en el combate a pestes y malezas.
“Cultivar maíz ha reducido mis costos en términos de pesticidas y mano de obra, pero los principales beneficios son los buenos rendimientos y los ingresos derivados de cultivar esta variedad mejorada”, dice Mabhena desde su establecimiento rural, donde esta temporada espera cosechar hasta siete toneladas por hectárea.
El maíz de resistencia intrínseca a los insectos (Bt) se cultiva en Sudáfrica desde hace 15 años, aunque no sin oposición de los activistas contra los transgénicos.
Los beneficios del maíz genéticamente modificado de los que habla Mabhena no son compartidos por Haidee Swanby, investigadora del Centro Africano para la Bioseguridad, que ha estado en la primera línea de las campañas contra los alimentos transgénicos en Sudáfrica.
Swanby dice que la tecnología transgénica se ajusta a un sistema de agricultura concentrada, que requiere grandes volúmenes basados en economías de escala, pero que no brinda medios de sustento o alimentos saludables y accesibles para los sudafricanos comunes.
“Necesitamos dar un paso atrás y mirar nuestro sistema alimentario de modo integral, y decidir qué sistema es equitativo, ambientalmente sano y que brinde alimentos nutritivos para todos”, señala a IPS.
“El sistema en el que entran los organismos genéticamente modificados no puede hacer eso. Aparte del fracaso tecnológico –por ejemplo, para el desarrollo de superhierbas y hierbas resistentes–, adoptar esta tecnología conduce a la concentración de poder, dinero y tierras en manos de muy pocos, y no necesariamente a la seguridad alimentaria”, agrega Swanby.
Según ella, es una profunda ironía que los reguladores hayan desechado la controvertida investigación sobre el maíz transgénico realizada por el profesor Gilles-Eric Séralini, de la francesa Universidad de Caen, y en cambio se hayan basado en lo que Swanby llama “una ciencia muy escasa en materia de detalles y no evaluada por colegas”.
[related_articles]Un estudio de 2012 realizado por Séralini y su equipo de investigadores vinculó el maíz transgénico con el cáncer. Desde entonces, el estudio fue desestimado por no cumplir con los estándares científicos de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, responsable de evaluar el uso y la autorización de organismos genéticamente modificados.
“Muy rara vez vemos información sobre cuántos animales se usaron, durante cuánto tiempo, qué les dieron de comer y análisis completo de los resultados. ¿Por qué la investigación de Monsanto (empresa agrícola y fabricante de maíz transgénico) no se sometió a la misma clase de escrutinio que la de Séralini?”, plantea Swanby.
Un informe del Centro Africano para la Bioseguridad, titulado “Africa Bullied to Grow Defective Bt Maize: The Failure of Monsanto’s MON810 Maize in South Africa”, divulgado en octubre de 2013, establece que el maíz Bt de Monsanto fracasó por completo en Sudáfrica apenas 15 años después de haberse introducido en la agricultura comercial.
“Actualmente, 24 por ciento de los sudafricanos se van a la cama con hambre… pero la industria de la biotecnología habitualmente ha usado el rendimiento como un indicador de éxito, y esto es demasiado estrecho y muy engañoso”, dice Swanby.
El Centro Africano para la Bioseguridad sostiene que modificar genes es una nueva área de la ciencia cuya sostenibilidad a largo plazo es cuestionable, y declara que la tecnología Bt se aprobó en Sudáfrica antes de que las autoridades tuvieran la capacidad de regularla adecuadamente.
Sin embargo, Nompumelelo Obokoh, presidenta de AfricaBio, una asociación biotecnológica con sede en Pretoria, dice que la Ley de Organismos Genéticamente Modificados se aprobó en 1997, y que antes de eso los cultivos transgénicos estaban regulados por la Ley de Pestes Agrícolas.
“Los agricultores son empresarios. Si es tan difícil o poco redituable cultivar maíz Bt, ¿por qué casi 90 por ciento de nuestro maíz está basado en la biotecnología? Si los agricultores sudafricanos encontraron que el maíz transgénico era tan difícil de manejar, ¿por qué no se apresuraron a volver a las variedades de maíz del pasado?”, pregunta Obokoh.
En 2011 y 2012, se cultivaron 2,3 millones y 2,9 millones de hectáreas respectivamente de transgénicos en Sudáfrica, tanto por productores de pequeña escala como comerciales.
“La seguridad alimentaria es un derecho fundamental, y la biotecnología ofrece una de las muchas soluciones disponibles”, señala.
“Aunque sin duda Sudáfrica tiene seguridad alimentaria como país, todavía padecemos inseguridad alimentaria en el ámbito de los hogares, a causa de la carestía y de los magros ingresos. Es allí donde la biotecnología complementa y no compite contra la agricultura convencional”, añade.
Jeffrey Smith, activista contra los transgénicos y director ejecutivo del Instituto para la Tecnología Responsable, dijo a IPS por correo electrónico que la combinación de cultivos genéticamente modificados tolerantes a herbicidas con el propio uso de herbicidas está en conflicto con la agricultura.
También citó el desvío de dólares muy necesarios para la investigación hacia el desarrollo de costosos transgénicos, apartándolos de tecnologías más adecuadas.
“Los impulsores de los transgénicos también promovieron el mito de que la productividad de los cultivos puede, por sí misma, erradicar el hambre”, dijo Smith, argumentando que en los últimos 15 años informes internacionales claves han descrito cómo la economía y la distribución son más importantes para solucionar este problema.
Sin embargo, en noviembre, la Academia Africana de Ciencias urgió a los gobiernos del continente a invertir fuertemente en biotecnología, declarando que las herramientas y los productos potenciados por esta vía pueden ayudar a romper el ciclo del hambre, la desnutrición y el subdesarrollo.