Desplazados en Malí regresan a la nada

Agaichetou Toure huyó de Gao en marzo de 2012. Crédito: Marc-André Boisvert/IPS

Con su vestimenta tradicional naranja, Agaichetou Toure está tranquilamente sentada en la sala de espera de un centro para desplazados ubicado en Kalaban-Koura, un popular barrio en las afueras de la capital de Malí. 

Toure tardó casi dos años en registrarse como desplazada, porque desconocía que existían este tipo de centros que proveen ayuda.

Ella huyó con sus tres hijos de Gao, capital de la sureña región maliense del mismo nombre, el día siguiente de que los islamistas tomaran control de la ciudad en marzo de 2012. Tomó una canoa y cruzó el río Níger cuando aún escuchaba disparos detrás de ella.

Sus dos hijos mayores se refugiaron en Níger con una tía. Toure y su hija de ocho años abordaron un autobús que en cuatro días los llevó a Bamako, unos 1.200 kilómetros al sur de Gao. Una  vez en la capital, Toure se refugió en la casa de su hermano.

Difíciles condiciones de vida

Casi dos años después, sus condiciones de vida siguen siendo difíciles. El hermano tiene dos esposas y ocho hijos en una vivienda con apenas dos dormitorios.

Cada noche, dependiendo de con cuál de sus esposas dormirá su hermano, Toure debe cambiarse de habitación.

“Estoy estancada en Bamako. No me gusta. Pero debo quedarme”, dice esta mujer de 42 años, una de las ocho que aguardan para registrarse en el centro de desplazados.

Su ciudad, Gao, fue escenario de combates la semana pasada.

Ya pasó un año desde que el gobierno de este país de África occidental recuperó el control del norte, y seis meses desde que se celebraron elecciones pacíficamente.

En enero de 2012, una rebelión tuareg desencadenó una serie de acontecimientos que derivaron en la toma de casi dos tercios del territorio de Malí.[related_articles]

Los tuareg fueron rápidamente expulsados por movimientos islamistas, varios vinculados con la red radical Al Qaeda.

Pero las intervenciones militares internacionales, de Francia primero y de la Unión Africana después, liberaron por completo el norte en enero de 2013 y permitieron que se realizaran elecciones en julio de ese año.

Sin embargo, cientos de miles de desplazados y refugiados aún no han regresado a sus hogares.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) calcula en 217.811 los desplazados en Malí hasta este mes, en su mayoría del sur y Bamako. Esto representa una disminución respecto de junio de 2013, cuando eran 353.455.

Además, 167.000 malienses se encuentran refugiados en países vecinos.

En una austera pero nueva oficina en Kalaban-Koura, Mahamane Allassa Assofaré recibe diariamente a unos 20 desplazados, que quieren registrase en ese centro, uno de los cinco administrados por la organización no gubernamental internacional Agencia para la Cooperación Técnica y el Desarrollo (ACTED, por sus siglas en inglés), con sede en París, en colaboración con la OIM.

Assofaré documenta la historia de cada desplazado que cruza la puerta. Es el primer paso para ayudarlos a que reciban ayuda, servicios básicos, capacitación profesional, dinero en efectivo y atención médica.

“Sufren muchos problemas. El costo de vida es mucho mayor en Bamako que en sus lugares de procedencia. Hay problemas de salud, alimentación y vivienda”, explica Assofaré a IPS mientras entrega un cuestionario a un desplazado.

La OIM estima que alrededor de 57 por ciento de los 353.455 desplazados registrados en junio de 2013 regresaron a sus hogares, de los cuales 78 por ciento decidieron hacerlo porque consideraron que mejoró la situación de seguridad.

Niamoye Alidji es una desplazada a la que IPS había ya entrevistado hace dos años. Fue una de las primeras en regresar a su hogar en Timbuktu, ciudad al norte de Malí reconocida como patrimonio universal por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

“La gente está regresando lentamente. Los comercios reabren, las escuelas también. En Timbuktu, las cosas están mejor. Estamos seguros, dice a IPS en conversación telefónica.

No hay nada a qué volver

Pero, aunque Timbuktu está en paz, varias regiones están lejos aún de ser seguras. La ciudad de Gao fue atacada  la tercera semana de enero y en la última del mes fue el turno de Kidal, en el norte del país. En algunas áreas, la situación de seguridad sigue siendo frágil.

“Nuestra postura es no estimular regresos masivos”, aclara Olivier Beer, del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). “La seguridad no lo es todo”, dice a IPS.

El funcionario explica que las condiciones humanitarias y la ausencia de instalaciones estatales son las razones por las cuales no es conveniente una repatriación masiva.

Con él coincide Almahady Cisse, de Cri de Coeur, colectivo maliense creado para apoyar las víctimas de la crisis en el norte.

“Faltan medidas de acompañamiento. Muchos desplazados tienen miedo a regresar, sobre todo los funcionarios públicos, lo que demora el apoyo del Estado”, asegura a IPS.

“Pocas escuelas han reabierto. Todavía hay pocos centros de salud. La protección para los residentes es mínima. Básicamente, por ahora, las poblaciones están abandonadas a su propia suerte”, añade.

Abdoulaye Haidara, de 50 años, es originario de una aldea cercana a Bourem, localidad en la región de Goa, pero vive en Bamako desde hace casi dos años. Se resiste a volver a su lugar natal.

“Yo hablo con mi familia en Bourem. Parece que la situación está mejor. Me gustaría retornar, pero allí no queda nada. Todo lo que tenía desapareció. No tengo cómo alimentar a mis cuatro hijos. No tiene propósito alguno regresar”, dice a IPS.

Assofaré sostiene que, debido a la falta de servicios e infraestructura en el norte, muchos desplazados que volvieron a sus hogares después de la violencia optaron por trasladarse a Bamako.

“Perdieron todo en el saqueo, y la economía está bastante mal”, explica Assofaré.

Mientras, se mantiene un flujo de nuevos desplazados que se trasladan al sur del país.

Situación frágil

La situación de los desplazados es todavía delicada.

“Hicimos una profunda investigación, y la situación de los desplazados está llevando a una lenta precariedad de las familias que los albergan”, explica a IPS el director de ACTED para Malí, Nicolas Robe.

Muchos desplazados se mudaron a casas de familiares, sobrecargando a esos hogares. La situación se hace insostenible para algunos de ellos, al punto de que han solicitado ayuda.

La OIM estima que muchos desplazados necesitarán asistencia alimentaria al regresar a sus hogares. Unas 800.000 personas requerirán inmediata ayuda, mientras unos tres millones de los 14,8 millones de habitantes del país corren riesgo de pasar hambre en los próximos tres meses.

No sorprende, por tanto, que Cisse, de Cri de Coeur, piense que no se debe estimular el regreso de los desplazados.

“Un retorno no debe ser prematuro. Alguien que lo ha perdido todo necesita apoyo. Necesita tiempo para organizar el mejor regreso posible. Y, hasta ahora, todavía estamos en ese proceso”, insiste.

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