En Uttarajand, estado indio ubicado al pie de la cordillera del Himalaya que fue víctima en junio de inundaciones mortales, se cuenta la historia de un niño que todos los días iba al helipuerto a esperar el regreso de su padre, que en realidad había muerto en el desastre.
Hay muchos casos como el suyo, dijo Ray Kancharla, de Save the Children, en diálogo con IPS.
Los socorristas que realizan tareas de búsqueda y rescate siempre están apurados y no tienen tiempo de controlar cuántos miembros de una familia han logrado ubicar y cuántos están perdidos. Solamente evacúan a los sobrevivientes que pueden ver y los trasladan a diferentes refugidos.
La reunificación de las familias pasa a ser trabajo de otras entidades.
Las inundaciones de junio mataron al menos a 1.000 personas y desplazaron a miles de familias.
Las niñas y niños son los más vulnerables en estos casos. Junto con las mujeres, los ancianos y los enfermos, requieren atención especial en las zonas de desastre. Cuando sobreviven, no pueden hacer frente a las consecuencias y les cuesta encontrar a los socorristas o llegar hasta donde esté la ayuda, ya sea alimento o abrigo.
La separación familiar es un trauma particular para los niños.
En enero de 2010, un terremoto azotó Papúa Nueva Guinea, pequeño estado insular del océano Pacífico, y todas las víctimas mortales reportadas fueron niños, porque solo los adultos recibieron entrenamiento para reducir el riesgo de desastres, que les permitió saber que cuando el mar se retira presagia un tsunami mortal.
Por ese motivo “no falleció ningún adulto”, ya que todos “huyeron a terrenos más altos”, dijo Aloysius Laukai, de la radio New Dawn FM.
“Trazar el mapa de los frágiles, los enfermos y los ancianos es muy importante en cualquier área propensa a desastres”, dijo Aapga Singh, de la organización no gubernamental HelpAge India, en diálogo con IPS.
“No solo es útil para rescatar a esas personas con eficacia durante las emergencias, sino para proporcionarles alivio. A la gente vulnerable se la deja atrás o se la rescata en último lugar», planteó Singh tras las inundaciones en Uttarajand.
[related_articles]Hay niños separados de sus padres en cada calamidad natural. Luego del tsunami asiático de diciembre de 2004, una niña de siete años se perdió de su familia y solo pudo reencontrarla el año pasado en Sumatra, Indonesia.
La memoria del público es corta, pero el trauma de los sobrevivientes puede durar una vida entera. Las lecciones aprendidas deben documentarse y hacerse públicas para evitar que los desastres caigan una y otra vez en zonas afectadas por catástrofes, reclaman activistas.
Las separaciones familiares abundaron luego del tsunami asiático y de otros desastres naturales en India, como las inundaciones de Kosi (2008), de Assam (2012) y de Uttarajand (2013), el ciclón Aila (2009, que también afectó a Bangladesh) y el superciclón en Orissa (1999).
El trauma infantil se manifiesta de varias maneras. “Chuparse el dedo, mojar la cama, aferrarse a los padres, tener alteraciones del sueño, perder el apetito, tenerle miedo a la oscuridad, adoptar conductas más infantiles y alejarse de amigos y costumbres”, describió Murali Kunduru, de la organización no gubernamental Plan India, en diálogo con IPS.
Para tratar a niños que pierden el apetito, traumados por la separación de su familia, es crucial que las medidas alimentarias consideren sus costumbres y alimentos preferidos.
Además de la conmoción que causa la separación y de la batalla que hay que librar para no sucumbir a las calamidades, mujeres y niños sufren especialmente la falta de agua y saneamiento.
“Sin alimentos adecuados, niños y adultos pierden inmunidad y se predisponen a contraer diarrea, cólera, fiebre tifoidea, infecciones respiratorias, dermatológicas y oculares, cuya ocurrencia es probable cuando los desastres alteran el suministro de agua y de saneamiento”, señaló Kunduru.
Las madres que dan de mamar deben alojarse en refugios con privacidad adecuada y sensibilidad de género. También se necesitan instalaciones apropiadas, que deben preverse en la etapa de construcción, para albergar a quienes tienen discapacidad física.
Por las inundaciones, el turismo de Uttarajand se vio tan perjudicado que la gente que vivía de él debió desplazarse en busca de empleo a ciudades más grandes en las llanuras.
«Los desastres también afectan a la educación. Cuando los adultos migran en busca de trabajo, los adolescentes quedan a cargo de las familias y es común que los niños, en especial los varones, abandonen la escuela para ganarse la vida. Esto puede tener un impacto educativo de por vida», dijo Shejar Ambati, de Aide et Action.
Como las mujeres salen de casa para complementar los ingresos familiares, la alimentación infantil también sufre.
La exclusión agrava los daños de las catástrofes, insisten los especialistas. Por eso, recomiendan, las bases de datos de población, los patrones de consumo, el nivel de vida y el índice de desarrollo humano deben ser parte de los planes de respuesta a los desastres naturales.