Dos equipos rivales tratan de encontrar la aceituna bajo una de las 11 copas sobre una bandeja, un juego tradicional que se practica únicamente durante el mes sagrado musulmán de Ramadán. Pero en esta ciudad iraquí constituye todo un desafío a la muerte.
“Cruzamos nuestros vehículos al final de la calle para evitar que se estacionen coches bomba. También hay policías de civil entre nosotros”, explica Haukar, el dueño de un cafetín en Sorja, barrio del norte de Kirkuk, donde se han juntado esta noche alrededor de 50 personas tras interrumpir el ayuno diurno.
Las precauciones de los jugadores de “sin-u-serf” (bandeja y copa, en kurdo) tienen la fuerza de la realidad. El 12 de julio, un atentado suicida contra un local similar en esta ciudad mató a 38 personas y, según la base de datos Iraq Body Count, ese mes fue el más sangriento en todo Iraq en lo que va del año, con casi 1.000 víctimas mortales.
[pullquote]3[/pullquote]Disputada por árabes y kurdos, Kirkuk permanece estancada en un limbo legal entre Bagdad y Erbil, la capital administrativa de la Región Autónoma Kurda de Iraq, mientras se desgarra en constantes ataques suicidas y asesinatos selectivos.
No es casual que una de las ciudades hoy más castigadas por la violencia en Iraq descanse sobre una de las mayores reservas de petróleo de Medio Oriente.
“Por su supuesto que tengo miedo, pero mis opciones pasan por no salir de casa o emigrar. Y yo no quiero abandonar Kirkuk”, explica Wasta, uno de los jugadores. El resto de los presentes asienten con la cabeza.
Y es que la amenaza es todavía mayor durante el Ramadán, que este año va del 9 de julio al 8 de este mes. Los continuos cortes de luz unidos a temperaturas diurnas que a menudo rozan los 50 grados hacen que los iraquíes salgan a la calle en masa tras el “iftar”, la cena que rompe el ayuno.
Cafetines y bazares, mezquitas y plazas a rebosar son blanco fácil de ataques terroristas. Por si fuera poco, muchos de quienes los perpetran creen que cualquier acto de violencia cobrará más rédito espiritual si se produce durante el mes santo de los musulmanes.
“¿Qué importa? Nadie en el mundo sabe cuándo le llegará su hora”, exclama Abu Ahmed, tras encontrar la aceituna al tercer intento. Ocho puntos para el contrario. Mientras tanto, las tazas de té y los vasos de zumo de mora también se encadenan entre aquellos que son meros espectadores, como Abdul Kadir Jiand.
“Tras la retirada de los americanos (fuerzas militares estadounidenses) en diciembre de 2011, Kirkuk se convirtió en un bastión tanto de Al Qaeda como de los leales a Saddam Hussein”, explica Jiand, quien resulta ser el líder en Kirkuk de la coalición Goran, una agrupación política que busca romper el bipartidismo imperante en la Región Autónoma Kurda de Iraq.
Jiand subraya la “pugna entre partidos políticos apoyados por fuerzas extranjeras”. Apunta a Irán detrás de la coalición chiita en el poder en Bagdad y a las potencias del Golfo respaldando a los sunitas.
“Los atentados suicidas son la firma de Al Qaeda, pero también están los IED, explosivos de carretera, los asesinatos selectivos… estos últimos pueden venir de cualquier parte”, asegura tajante el líder político.
En declaraciones a IPS, Jabat Ali Ahmed, comandante de policía de Kirkuk, también ve la mano de Al Qaeda tras los episodios de violencia.
Este jefe kurdo de las fuerzas de seguridad local matiza que los leales al desparecido Saddam Hussein se agrupan en Kirkuk en torno a Jaish Rajal al-Tariqa al-Naqshbandia.
Este grupo insurgente reivindica atentados desde la ejecución del depuesto líder iraquí, en diciembre de 2006.
“La crisis política en Iraq y la guerra en la vecina Siria están convirtiendo a Kirkuk en la meca de yihadistas (combatientes de la «guerra santa» islámica) llegados de todas partes que se han unido a baazistas locales”, dice el oficial, en referencia a miembros del Partido Baaz de Saddam Hussein. Y asegura no sentirse “demasiado optimista” respecto de la seguridad en la ciudad a corto plazo.
La suya, dice, es una solución “a la israelí”. “Estamos construyendo una zanja alrededor de la ciudad para evitar los ataques, pero lo que realmente funcionaría es que Kirkuk pasara definitivamente bajo administración kurda y que se construyera un muro alrededor suyo como el de Gaza”.
Maniobras oscuras
De vuelta en el cafetín de Haukar, nadie confía en que la zanja funcione, probablemente porque son muy pocos los que piensan que la violencia tenga un origen exclusivamente árabe.
“La oposición y el gobierno están detrás de todo esto, pero tanto el de Bagdad como el de Erbil”, apunta un kirkukí que pide ser identificado como Mohammad.
Las razones para ello son obvias: “Desestabilizar la ciudad es la única forma de evitar que esta sea controlada por una facción rival, por lo que nadie tiene aquí las manos limpias”, añade este kurdo que trabajó en la clandestinidad durante el régimen de Saddam Hussein, pero que renunció a colaborar con la nueva administración kurda por la “corrupción y las maniobras oscuras” que vio en ella.
Su tesis corrobora la experiencia de Farid (nombre falso), un joven local que renunció a su carrera de periodista cuando su colega y amigo, Soran Mama Hama, fue asesinado a tiros en julio de 2008.
En su último artículo, Hama destapaba una red de prostitución en Kirkuk y aportaba nombres propios de policías, agentes de seguridad y ejecutivos locales implicados.
[related_articles]“Soran y yo trabajábamos juntos a menudo”, recuerda Farid. “Yo renuncié tras recibir amenazas del Partido Democrático de Kurdistán, dominante entre los kurdos de Iraq, pero él siguió con su tarea”, precisa.
Pasada la medianoche, Haukar empieza a recoger bandejas y copas según se van retirando sus clientes. Aquellos que circulan hacia el barrio de Arafa, en el noroeste de la ciudad, buscarán rutas alternativas al atasco de automóviles que bloquea la avenida principal de Sorja.
Abu Bakr, taxista local, apaga el motor del vehículo y enciende un cigarro con resignación.
“Puede ser cualquier cosa, desde un sospechoso detenido o un control rutinario de la policía, hasta un coche bomba”, explica este kirkukí enjuto y que ronda los 60 años.
“Lo peor de todo es que en Kirkuk nunca sabes quién hará que no vuelvas a casa nunca más”, dice Bakr.