Mientras el presidente Barack Obama sigue evaluando cómo reaccionar ante el golpe militar en Egipto y la violencia que desató, funcionarios y analistas independientes están cada vez más preocupados por el posible efecto de la crisis egipcia en las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita.
Expertos en política exterior consideran que el decisivo apoyo de Riyadh al golpe permitió que el nuevo hombre fuerte egipcio, el general Abdel Fatah al Sisi, reprimiera libremente a los seguidores de la Hermandad Musulmana y resistiera la presión de Occidente.
Inmediatamente después del derrocamiento del presidente Mohammad Morsi el 3 de julio, Arabia Saudita, apoyada por Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, le prometió a El Cairo una asistencia financiera por 12.000 millones de dólares.
Como si fuera poco, expresó su disposición a suplir también la ayuda por 1.500 millones de dólares que Washington dona a Egipto todos los años en caso de que el gobierno de Obama decida suspenderla como condena al golpe y a la muerte de unos 1.000 manifestantes.
Quizás lo más preocupante para algunos expertos es el lenguaje excepcionalmente duro usado por funcionarios sauditas contra quienes, como Estados Unidos, cuestionan el accionar de Al Sisi.
De ese severo discurso también participa el propio rey saudita Abdalá bin Abdelaziz al Saud, quien el viernes 16 dijo que su gobierno se plantará “contra todos los que intenten interferir en este asunto interno” de Egipto.
El monarca también afirmó que aquellos que critican la respuesta del ejército egipcio simplemente están ayudando a “terroristas”.
Bruce Riedel, exanalista sobre temas de Medio Oriente en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, señaló que esos comentarios “no tenían precedentes”, aun cuando el rey no mencionó explícitamente a Washington.
Chas Freeman, veterano diplomático y exembajador estadounidense en Riyadh durante la Guerra del Golfo en 1991, coincidió con esa evaluación.[related_articles]
“No puedo recordar ninguna declaración tan crítica como esa”, dijo a IPS, y consideró que se trataba de la culminación de dos décadas de creciente exasperación saudita con la política exterior estadounidense.
Riyadh está molesto con Washington por no haber frenado las incursiones militares de Israel en los territorios palestinos ocupados, así como porque permitió el fortalecimiento de la comunidad chiita en Iraq luego de la invasión a ese país en 2003, abandonó al presidente Hosni Mubarak en Egipto, derrocado en 2011, y avaló la Primavera Árabe.
“En las últimas siete décadas, los sauditas veían a los estadounidenses como sus patrones, que manejaban los desafíos estratégicos en su región”, dijo Freeman.
“Pero ahora, la sociedad de Al Saud con Estados Unidos no solo perdió la mayor parte de su encanto y utilidad, sino que, desde la perspectiva de Riyadh, se convirtió en algo casi contraproducente en todos los sentidos”, añadió.
En consecuencia, Riyadh apuesta ahora a una “activa defensa de sus intereses regionales”, opción que podría desencadenar grandes cambios geoestratégicos en Medio Oriente, advirtió.
El gobierno de “Arabia Saudita ya no considera a Estados Unidos un protector confiable, por lo cual ahora piensa por sí solo y actúa en consecuencia”, indicó.
A muchos analistas, incluido Freeman, no les pasó desapercibida una reunión celebrada el 31 de julio en Moscú entre el presidente ruso Vladimir Putin y el príncipe Bandar bin Sultan, jefe del Consejo de Seguridad Nacional y de los servicios de inteligencia de Arabia Saudita.
Según un informe de la agencia de noticias Reuters, Bandar, quien fue embajador saudita en Washington durante más de dos décadas, ofreció comprar armas rusas por 15.000 millones de dólares y coordinar una política energética con Moscú.
Riyadh se comprometería a reducir las exportaciones de gas natural de Qatar a Europa (que atraviesa territorio saudita y compite con el ruso), en tanto Moscú disminuiría sustancialmente o pondría fin a su apoyo al régimen de Bashar al Assad en Siria.
Aunque Putin no asumió explícitamente ese compromiso, Bandar abandonó Moscú entusiasmado por la posibilidad de una mayor cooperación estratégica, según informes de prensa que causaron preocupación en Washington.
“Al parecer Estados Unidos está quedando al margen, a pesar de que Riyadh ha sido un estrecho socio diplomático durante décadas y vital para bloquear la influencia rusa en Medio Oriente”, escribió Simon Henderson, analista en el proisraelí Washington Institute for Near East Policy.
“Sería bueno creer que la reunión de Moscú reducirá significativamente el apoyo de Rusia a Al Assad”, indicó. “Pero, mientras tanto, Putin abrirá una brecha entre Riyadh y Washington”.
La brecha se amplió luego de la sangrienta represión de las fuerzas de seguridad egipcias contra miembros de la Hermandad Musulmana y tras las muestras de condena de Washington al golpe.
Estados Unidos canceló los ejercicios militares conjuntos que tenía previstos con Egipto el mes próximo. Además, suspendió el envío a El Cairo de aviones F-16 y podría hacer lo mismo con un embarque de helicópteros Apache.
Moscú, por su parte, aunque se unió a Occidente en el llamado a la moderación y a las soluciones no violentas en la crisis egipcia, no criticó a las Fuerzas Armadas de ese país. Por el contrario, legisladores rusos cuestionaron a Estados Unidos y a la Unión Europea por apoyar a la Hermandad Musulmana.
“Está claro que Rusia y Arabia Saudita prefieren que haya estabilidad en Egipto y apuestan a que los militares prevalezcan en la actual crisis”, según un editorial publicado el domingo 18 por el sitio de noticias Alarabiya.net.
Algunos observadores señalan que Moscú y Riyadh comparten objetivos comunes, como contener a Irán, reducir la influencia de Turquía en Medio Oriente y cooperar en temas energéticos.
Ambos están dispuestos a fortalecer regímenes autocráticos con tal de impedir el ascenso de partidos islamistas, particularmente de la Hermandad Musulmana.
No obstante, Mark N. Katz, experto en la influencia de Rusia en Medio Oriente y profesor en la estadounidense Universidad George Mason, tiene dudas sobre el éxito de una alianza entre Moscú y Riyadh.
El analista señaló que Bandar ya ha intentado antes forjar lazos con el gobierno ruso, pero no ha tenido éxito.
“No digo que no pueda funcionar, pero ese ha sido su caballo de batalla” por años, dijo a IPS. “No importa lo que pase con Estados Unidos, los sauditas no confían en los rusos y no quieren que se inmiscuyan en la región. Todo lo que tenga que ver con los rusos les molesta”, afirmó.
Para él, las duras críticas del rey saudita son solo un “llamado de atención”.