Buena parte del culto al vino se relaciona con la tierra de origen de sus uvas. La etiqueta dice “Producto de Israel”, pero no se deje engañar. Este Cabernet Sauvignon se elabora en territorio palestino ocupado.
Alemania, el más estrecho aliado de Israel en la Unión Europea (UE), está en vías de acordar con otros países del bloque la adopción de normas para el etiquetado de productos hechos en asentamientos judíos.
De modo que la etiqueta “Hecho en Israel” solo se aceptará para productos manufacturados dentro de las fronteras que este país tenía en 1967.
Yaakov Berg fundó la “bodega boutique” de Psagot en 2009. Plantó su primera viña en 2003, mientras construía la casa de sus sueños al pie de las colinas del asentamiento de Psagot en Cisjordania, muy cerca de la ciudad palestina de Ramalah.
“Esto nunca fue Palestina. Es la tierra de nuestros padres”, declara Berg mientras revisa las etiquetas. Pasa por alto que Cisjordania, ocupada por Israel desde 1967, ahora es reconocida en el mundo como parte de la futura Palestina y que lo ilegal son los asentamientos, según el derecho internacional.
Mientras los puestos de control, las torres de observación y los muros obstaculicen la vista desde Ramalah y restrinjan el movimiento de trabajadores y mercaderías de Palestina, colonos como Berg pueden seguir elaborando su vino y librando con sus viñedos una silenciosa batalla por la supremacía en tierras públicas y privadas.
La Cisjordania ocupada crece y va rumbo a convertirse en un país del vino.
Por lo menos 29 bodegas operan ahora en los asentamientos de Cisjordania. En un plazo de 10 años, la de Berg se amplió de cinco a 25 hectáreas.
“Orgulloso de las profundas raíces judías en la tierra” donde crecen sus uvas, a Berg le gusta mostrar a sus visitantes una prensa de 2.000 años de antigüedad,“del período del Segundo Templo”, que halló oculta en una cueva que descubrió bajo su casa.
Su Cabernet Sauvignon madura en barricas de roble almacenadas en la cueva. “Es muy importante conocer el origen del vino, su calidad, su singularidad. Todo viene de la tierra”, dice Berg.
Pero cómo etiquetar ese producto de la tierra se está convirtiendo en un tema espinoso. La amenaza de «fruto prohibido» se yergue sobre este vino. Es probable que en su próxima reunión, los ministros de Relaciones Exteriores de la UE consideren un acuerdo para etiquetar mercaderías hechas por colonos judíos en territorios ocupados.
Berg sabe que una etiqueta como “Hecho en las colinas de Judea” puede causar muy poca sensación en Europa. «‘Territorio ocupado’ es apenas una definición política, una advertencia que significa ‘No lo compre'», dice.
El Acuerdo de Libre Comercio de Israel con Europa excluye mercaderías de las colonias porque no se consideran israelíes. La UE es el destino de 20 por ciento de las exportaciones israelíes, pero las cifras relativas a la industria de los asentamientos están deliberadamente opacadas.
Aunque la acción propuesta por la UE es limitada, tiene preocupados a los diplomáticos israelíes.
“No creo que sea una medida constructiva. Realmente espero que no ocurra”, dijo Paul Hirshson, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores. “Hay disputas agrarias en todo el mundo. Si se va a señalar solo a Israel, y solo a las comunidades israelíes en Cisjordania y a sus productos, eso es discriminatorio”.
Berg reacciona con un lenguaje menos diplomático. “A lo largo de la historia, nos han querido etiquetar. ‘Judío’, decía la insignia amarilla (impuesta por los nazis). Ahora es el boicot. Confío en que Alemania no se atreva a volver a marcarnos como judíos”, dice.
Un documento interno del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel establece que “esta medida perjudicará, de hecho, a los palestinos”. El informe “The Effects of Labelling Settlement Products on the Palestinian Economy” (Los efectos de etiquetar los productos de los asentamientos sobre la economía palestina), señala que unos 22.500 palestinos trabajan para los colonos israelíes.
La organización no gubernamental israelí Kav LaOved (Asistencia Telefónica a los Trabajadores) y sindicatos palestinos estiman que otros 10.000 trabajan sin permisos en los asentamientos.
Se estima que sus ingresos anuales suman alrededor de 277 millones de dólares, lo que equivale a nueve por ciento del presupuesto de 2012 de la Autoridad Nacional Palestina. La bodega de Berg da trabajo a siete palestinos.
“Los palestinos no deberían trabajar en los asentamientos, no deberían apoyar a los colonos. Es como dispararse en el pie. Deben parar. Esto va contra el derecho palestino a la autodeterminación y a un estado”, protesta Mahdi Abdul Hadi, de la Sociedad Académica Palestina para el Estudio de los Asuntos Internacionales.
La acción propuesta por la UE responde en parte al reclamo de activistas palestinos que llevan a cabo la campaña no violenta Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) contra Israel, hasta que esta ponga fin a la ocupación.
El movimiento que promueve la BDS destila de modo lento pero seguro sus principios en todo el mundo.
El mes pasado, Dinamarca y Sudáfrica, país que experimentó en carne propia un boicot internacional contra su régimen segregacionista del apartheid, decidieron etiquetar los productos hechos en las colonias judías.
A los dirigentes israelíes les preocupa que, si fracasa el esfuerzo del secretario de Estado (canciller) de Estados Unidos, John Kerry, para retomar las negociaciones de paz con los palestinos, la UE siga el ejemplo y acabe sumándose a la BDS. Entonces Israel sentirá el peso del aislamiento.
Mientras, el trabajo sigue sin pausas en la bodega.
Hiba Abu Shusheh, una palestina divorciada, mantiene a sus mellizos gracias al empleo en el asentamiento. “En Ramalah no hay trabajo”, dice. En la bodega gana unos 40 dólares diarios. Para ella es simplemente una cuestión de supervivencia.
La bodega de Psagot produce 200.000 botellas por año. Cada una cuesta entre 30 y 60 dólares. Es un negocio dinámico que genera unos 10 millones de dólares anuales. Setenta por ciento del vino se exporta, principalmente a Estados Unidos, Australia y Europa.
Como el vino es “kosher” –otra etiqueta, indicativa de que fue elaborado respetando los preceptos de la religión judía— su principal público es la diáspora.
Por lo tanto, es poco probable que un cambio en las normas de etiquetado afecte seriamente la industria vitivinícola de los colonos. Berg dice que los llamados a boicotear sus vinos no hacen sino impulsar la demanda.
Un colono que trabaja como supervisor está ansioso por demostrar que la bodega es además una isla de coexistencia entre judíos y árabes.
“Usted es mi vecino, mi amigo, mi hermano”, insiste, dándole un abrazo de oso a un palestino que labora en la bodega. “Seguro”, responde el avergonzado trabajador, como subrayando su dependencia de los amos de la tierra.