A pesar de unirse a los levantamientos en sus respectivos países, kurdos de Siria y bereberes de Libia siguen buscando reconocimiento en el escenario de la Primavera Árabe.
Los soldados del régimen libio de Muammar Gadafi apenas habían abandonado la zona empujados por los rebeldes y ya medio centenar de niños y niñas amazighs cantaban en su lengua prohibida durante décadas en la aldea de Yefren, 110 kilómetros al sur de Trípoli. Voluntarios entusiastas emitían programas de radio y publicaban periódicos y revistas en tamazight, idioma que también enseñaban a los más pequeños.
Comenzaba junio de 2011 y aún faltaban menos de tres meses para que Trípoli cayera en manos rebeldes y cinco para que se declarara el final oficial de la guerra y fuera asesinado Gadafi, pero los amazighs de Libia parecían impacientes por recuperar el tiempo perdido durante los más de 40 años de régimen opresor.
Este mes se cumplen dos años de la creación de la primera escuela amazigh de Libia.
También llamados bereberes, los amazighs son habitantes autóctonos del norte de África y su población actual se extiende desde Marruecos hasta la orilla occidental del río Nilo, en Egipto. Las tribus tuaregs del interior del desierto del Sahara también comparten una lengua y origen comunes.
[pullquote]3[/pullquote]La llegada de los árabes a la región en el siglo VII dio inicio a una progresiva arabización del otrora pueblo dominante, un proceso de asimilación que se aceleró en Libia durante el mandato de Gadafi (1969-2011).
Mazigh Buzakhar, intelectual y fundador del colectivo para la lengua y cultura amazigh Tira, lo resume así: “Los presos políticos eran ejecutados o encerrados de por vida por escribir unas líneas en nuestra lengua, tras ser acusados de ‘sedición y separatismo’ o de ‘espiar para Israel’”.
“Súmele a eso la casi total destrucción de nuestro patrimonio arqueológico y la ejecución o el destierro de nuestros imanes, dado que nuestra corriente moderada del Islam, el ibadismo, también era un símbolo de identidad amazigh”, añade.
“Era la multiplicación por cero bajo un régimen arabo-islamista”, completa Buzakhar, quien también conoció la prisión de Gadafi tras incautársele en su casa una biblioteca completada “libro a libro y, a menudo, de forma clandestina.”
Fathi Ben Khalifa es otro reconocido bereber disidente de Libia. Pasó 16 años en Marruecos hasta que huyó a Holanda debido a las presiones de Gadafi sobre Rabat. Desde 2011 preside el Congreso Mundial Amazigh, fundado en 1995 y que engloba organizaciones de todo el norte de África para la defensa y promoción de la cultura e identidad de dicho pueblo.
También fue miembro del Consejo Nacional de Transición (CNT) libio, el gobierno paralelo formado por líderes opositores a Gadafi. No obstante, su participación en este último llegó a su fin incluso antes de que terminara la guerra.
“En agosto de 2011 decidimos cortar relaciones con el CNT tras comprobar que no tenía intención de reconocer nuestros derechos en la futura Constitución libia”, explica Ben Khalifa a IPS vía telefónica.
Y todo apunta a que dicho reconocimiento tardará en llegar, porque Libia todavía está lejos de redactar su Constitución.
[related_articles]El alto representante no disimula su malestar. “El problema es que nadie tiene una idea clara sobre cuál es la Constitución que busca el pueblo libio, por lo que ni siquiera se ha constituido la comisión encargada de redactarla”, apunta.
“Nosotros seguimos insistiendo en que el objetivo final de la revolución ha de ser una Constitución moderna y laica, pero las disputas locales tribales siguen prevaleciendo en muchas partes de Libia”, aclara.
Nuevos problemas parecen sumarse a los todavía sin resolver en la difícil y tortuosa transición libia. Sin embargo, ello no parece atenuar la febril actividad amazigh.
“Nosotros seguimos adelante. Nuestra lengua, el tamazight, ya se enseña en nuestras escuelas y no estamos dispuestos a perder todo este tiempo solo porque una parte del pueblo libio no esté preparada. Hemos decidido no esperar”, explica Ben Khalifa.
La primavera kurda
El despertar amazigh tenía su réplica en las regiones kurdas de Siria a los meses después del levantamiento en marzo de 2011. Mientras los bereberes recuperaban en Libia su milenario alfabeto, el tifinagh, los kurdos de Siria aprendían latino para escribir en kurmanji, la variante del kurdo que comparten con sus hermanos en Turquía.
Partidos políticos, escuelas y periódicos en lengua kurda se multiplicaban en zonas cuya seguridad gestionaban voluntarios locales. La bandera tricolor kurda -rojo, verde y amarillo- en puestos de control, calles y bazares apuntaba a una revolución cultural, social y política, a la vez que paralela a la del resto de Siria.
En Siria viven tres millones de los 40 millones de kurdos que se distribuyen alrededor de las fronteras de este país, Iraq, Irán y Turquía.
Los kurdos en Siria igualan en número a los alauitas, el grupo etno-religioso al que pertenece el presidente Bashar al Assad. La llegada del partido Baath al poder en 1963 los condenó a unas brutales políticas de asimilación bajo las que muchos fueron deportados o privados de ciudadanía y, su lengua, prohibida.
“Lo crea usted o no, la nuestra es la única región del país donde se sigue respetando la voluntad de los sirios al margen de injerencias extranjeras”, dice a IPS el líder del Partido de la Unión Democrática (PYD), Salih Muslim.
Con un ideario compartido con el del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), el PYD es la agrupación política dominante entre los kurdos de Siria, para los cuales busca un reconocimiento constitucional parejo al que reivindican los amazighs de Libia.
No obstante, Muslim reconoce que no será fácil, dado que “tanto insurgentes como Assad perpetúan una mentalidad arabo-islamista arraigada en la región desde hace siglos”.
Ben Khalifa suscribe “al 100 por cien” la lectura del líder kurdo. “¿Cómo puedo ser parte de un país que no reconoce mi existencia?”, añade el amazigh.
Esta situación no solo se registra en Siria y Libia. Lo mismo ocurre con cabiles de Argelia, tuaregs de Malí, coptos de Egipto, asirios y turcomanos de Iraq…
Todos ellos también son la viva prueba de que, a pesar de la coyuntura histórica, tanto Medio Oriente como el norte de África siguen siendo regiones formadas por un colorido mosaico de pueblos que hoy reclaman sus derechos.