Con consignas contra los partidos políticos, las manifestaciones juveniles de Brasil entrañan la paradoja de una nueva y efectiva forma de hacer política, que consigue respuestas concretas de los poderes del Estado.
La consigna de orden en las calles es «partidos políticos no», y la mayoría de los manifestantes se declaran, con orgullo, «apolíticos».
«No tengo ningún partido», dice a IPS la estudiante secundaria Stephany Gonçalves dos Santos.
Al igual que cientos de miles de estudiantes que protestan convocados por redes sociales como Facebook, ella escribe su consigna para una protesta en Río de Janeiro con lápices de colores en una simple cartulina.[related_articles]
Y Dos Santos elige esta frase, que es un verso del himno nacional: «Un hijo tuyo no huye de la lucha».
«Estoy aquí por un ideal de país. Quiero que mi país sea democrático. Pero donde hay represión no hay democracia», comenta en referencia a la dura respuesta policial que, lejos de aplacar las protestas, estimuló a muchos a sumarse a ellas.
«El gobierno quiere alienar al pueblo con el fútbol», continúa Dos Santos al abordar otro tema de descontento: los gastos millonarios en instalaciones para competencias deportivas como la recién concluida Copa FIFA Confederaciones, la Copa Mundial de la FIFA 2014 y los Juegos Olímpicos 2016.
Dos Santos vive en un país donde el fútbol se respira día a día y es parte de una cultura popular tan arraigada como el carnaval. Pero reclama indignada por el dinero que se dejó de invertir en educación y salud para construir grandes instalaciones deportivas.
«Construyeron estadios del primer mundo, pero alrededor del estadio no tenemos nada», observa. «Es una falta de respeto al pueblo».
La revuelta nació con un tema específico: el aumento del boleto de autobús, un servicio ya costoso e ineficiente. Pero se extendió a otras áreas: salud, educación y la supuesta corrupción de muchos dirigentes políticos.
«La mayoría de quienes participan del movimiento constituyen una masa de jóvenes que se sienten muy a disgusto con la actual vida política», dice a IPS el politólogo William Gonçalves, de la Universidad Estadual de Río de Janeiro.
Ellos «repudian la corrupción y la complicidad de fuerzas que se presentan como progresistas con las que son símbolo del atraso», describe en referencia a alianzas parlamentarias que forjan los partidos para gobernar.
Por las dimensiones y diversidad territorial de Brasil y de su población, ningún partido puede asegurarse a la vez la Presidencia y la mayoría de escaños en el Congreso legislativo.
«De esta manera, tenemos un parlamentarismo disfrazado, ya que todos los partidos que llegan a la Presidencia solamente pueden gobernar aliándose a otros, que tienen la única ambición de obtener cargos a cambio de apoyo parlamentario», analiza Gonçalves.
«Hasta el (gobernante) Partido de los Trabajadores es prisionero de esa alianza. La salida sería una reforma política», concluye.
Tal reforma, largamente reclamada, no salía de las gavetas oficiales.
Y, curiosamente, fue el susto ante la «apolítica» ebullición callejera el que consiguió en pocos días que este asunto entrara en la agenda oficial.[pullquote]3[/pullquote]
Los manifestantes también consiguieron una rebaja en el precio del transporte público, la aprobación en tiempo récord de una ley que declara la corrupción delito «repugnante» y la votación de otra norma para destinar el total de las regalías de la explotación de petróleo a la salud y la educación.
¿Es esto apoliticismo?
El dirigente del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, João Pedro Stédile, cree que no.
«La juventud no es apolítica, al contrario. Tanto no lo es que llevó la política a las calles, aun sin tener conciencia de su significado», opinó Stédile en una entrevista con el periódico Brasil de Fato.
«La juventud está harta de esa forma de hacer política, burguesa y mercantil. Lo más grave es que los partidos de la izquierda institucional, todos ellos, se amoldaron a esos métodos. Y, por lo tanto, se generó en la juventud una repulsión a la forma de actuar de los partidos», señaló.
Para el historiador Marcelo Carreiro, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, «este es un nuevo dato de la historia nacional, cuyo contexto ya era claramente observable en el vaciamiento de esas instituciones».
«Las manifestaciones confirman esa caducidad de las instituciones y muestran, pese a todo, que la población puede estar más políticamente activa que nunca», dice Carreiro a IPS.
Los tres poderes del Estado tomaron nota y ya comienzan a proponer y discutir formas alternativas de incluir a la ciudadanía en mecanismos más dinámicos y participativos.
La presidenta Dilma Rousseff dio un paso en esa dirección al admitir que «estas voces tienen que ser oídas» porque «dejaron en evidencia que superan los mecanismos tradicionales de las instituciones, de los partidos, de las entidades de clase y de los propios medios de prensa».
Una propuesta en debate es establecer la consulta popular como instrumento permanente de democracia directa.
Algunas organizaciones no gubernamentales proponen, en cambio, la participación efectiva de diferentes grupos sociales, comunidades y barrios, en decisiones sobre dónde y cómo aplicar presupuestos de salud, educación, infraestructura, transporte y saneamiento.
«Todo lo que está ocurriendo con estas nuevas expresiones de la sociedad en red –en Brasil y en otros países— apunta a una reinvención de la política para reinventar la democracia», sostiene Augusto de Franco, director de la organización Escuela de Redes.
Los jóvenes manifestantes tiraron la primera piedra, y no solo contra la represión policial.