Para Israel, lo primero que tiene que hacer Egipto, en medio de la volátil lucha por el poder y la democracia, es estabilizar sus instituciones, particularmente las Fuerzas Armadas, mantener la seguridad en la península del Sinaí y en la franja de Gaza, ambas limítrofes con el Estado judío, y preservar la paz con este último.
Tras el derrocamiento del presidente Mohammad Morsi, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, instruyó prudentemente a los funcionarios de su país que mantuvieran una diplomacia silenciosa, que no hicieran declaraciones públicas ni participaran en debates donde cualquier comentario pudiera ser malinterpretado como una intervención en los asuntos internos de Egipto.
Los funcionarios de seguridad de Israel temen que el debilitamiento de la ley y el orden en Egipto pueda alterar la relativa calma que prevalece tanto en el desierto del Sinaí como en Gaza.
Cuando Morsi ganó las elecciones presidenciales hace un año, los israelíes asumieron que El Cairo rápidamente se transformaría en una versión sunita de un Teherán confabulado con el palestino Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás, por su acrónimo árabe).
Mirado en retrospectiva, Morsi fue bueno para Israel, incluso mejor que su predecesor, Hosni Mubarak (1981-2011). Amenazó con enmendar el tratado de paz de 1979, pero lo respetó bajo presión de Estados Unidos.
Negándose a hacer ningún trato con Israel, Morsi delegó sus prerrogativas de seguridad ante el sistema militar, lo que terminaría haciéndolo caer.
En el ínterin, las Fuerzas Armadas, único contacto de Israel con Egipto, manejaron bien el statu quo de guerra fría entre los dos países. La cooperación y coordinación de seguridad entre ambos vecinos nunca fue tan estrecha.
El “gran hermano” egipcio influía sobre sus hermanos palestinos de Gaza. En una suerte de reconocimiento post mórtem, varios analistas israelíes se apresuran a señalar que, durante el año en que Morsi gobernó, Gaza estuvo más tranquila que nunca.
Los números hablan por sí mismos. En los primeros seis meses posteriores a la Operación Pilar de Defensa (noviembre de 2012), solo 24 cohetes fueron lanzados contra el sur de Israel, en marcado contraste con los 171 que llovieron sobre el Estado judío durante el período paralelo posterior a la Operación Plomo Fundido (diciembre de 2008-enero de 2009).
[related_articles]El gobierno de Morsi no fue solo decisivo en la mediación de un cese del fuego durante la ofensiva más reciente contra Gaza, sino también responsable de monitorear su implementación. Estimuladas por Egipto, las unidades de seguridad del propio Hamás frenaron los ataques transfronterizos.
Cuando las guerrillas de la Yihad Islámica dispararon cohetes contra el desierto del Néguev, en el sur de Israel, hace apenas una quincena, Egipto, todavía con Morsi como presidente, impidió una potencial escalada.
Precisamente a causa de sus credenciales islámicas, Morsi hizo lo que su predecesor anti-islámico nunca se atrevió a hacer en Gaza.
Las Fuerzas Armadas egipcias intensificaron su campaña contra los túneles utilizados por los militantes para infiltrar activistas en el Sinaí y contrabandear armas, alimentos y otros productos a la franja palestina, asfixiada bajo el doble bloqueo egipcio-israelí.
En paralelo con la construcción de la muralla de seguridad por parte de Israel, el ejército egipcio realizó esfuerzos en el Sinaí para impedir el paso de inmigrantes africanos y de contrabandistas, y actuó contra yihadistas y otros insurgentes islámicos.
En medio del clímax político de la semana pasada, los medios de comunicación locales informaron ampliamente que Israel accedió a permitir que las fuerzas egipcias controlaran el área del norte del Sinaí, contigua a la franja de Gaza.
Según el acuerdo de paz, todo refuerzo de soldados egipcios en la zona desmilitarizada está sujeta a que Israel dé luz verde.
Durante la crisis de la semana pasada, los únicos disparos que oyeron los soldados israelíes que patrullaban el área adyacente al lado egipcio de la frontera fueron los de las celebraciones por el derrocamiento de Morsi.
Pero en los últimos días, el Sinaí vio resurgir los incidentes. El viernes 5, dos días después de la caída de Morsi, insurgentes atacaron una comisaría en Rafah, así como puestos de control del ejército que protegían el aeropuerto Al-Arish, ambos cerca de Gaza. En esos episodios murieron seis soldados egipcios.
A consecuencia, el cruce de Rafah, entre Egipto y Gaza, está cerrado hasta nuevo aviso. Eso no es un buen augurio para el ya asediado Hamás.
El domingo 7, por primera vez en un año, una explosión impactó en el ducto que transportaba gas natural a Jordania.
En este contexto crítico, el interés supremo de Israel se reduce a dejar que el régimen –cualquiera sea, militar o civil, religioso o secular- gane los corazones y las mentes del pueblo egipcio, para que la estabilidad se restablezca en Egipto y más allá.