«Brecha en el silencio», el drama de una joven sorda víctima de la violencia sexual ejercida por su padrastro, fue premiado como el mejor de los 12 largometrajes que compitieron en el segundo Festival Binacional de Cine Colombia-Venezuela.
El encuentro, clausurado el jueves 16, se repartió entre la nororiental ciudad colombiana de Cúcuta y la sudoccidental venezolana de San Cristóbal. Fue creado para promover la producción cinematográfica de cada país en el vecino, con énfasis en las zonas de frontera, y favorecer que la concepción de filmes apunte de modo creciente hacia públicos latinoamericanos.
La película venezolana «Brecha en el silencio», de los hermanos Luis y Andrés Rodríguez, era «la mejor presentada, área por área, por su propuesta discursiva, originalidad en el tratamiento del tema, su guión y sus logradas actuaciones», dijo a IPS el productor Rodolfo Cova, uno de los integrantes del jurado, también binacional.
En la primera edición, realizada en 2012 en la misma zona fronteriza cruzada por las montañas andinas, ganó el premio a la mejor película la colombiana «Todos tus muertos», de Carlos Moreno, sobre la violencia política que asuela al campesinado de ese país.
Esta vez, tras cuatro días de exhibición en las dos ciudades de los 12 largometrajes y otros 10 cortometrajes, el galardón cruzó la frontera.
«No fue por un principio de alternancia, sino porque examinamos la que nos pareció la mejor película, igual que uno de música haría frente a un bolero independientemente de que se haga en Puerto Rico o en Cuba», comentó a IPS otro de los jurados, el director y guionista colombiano Jorge Navas.
[related_articles]Mientras su película era premiada en San Cristóbal, los hermanos Rodríguez, documentalistas que con «Brecha…» incursionan en la ficción y trabajan a cuatro manos la dirección y la cámara, se encontraban presentando esta obra, que ya atesora una docena de galardones, en el Festival de Utrecht, en Holanda.
Rafael Pinto, guionista junto a los dos autores, dijo a IPS que los realizadores, «sumando el trabajo social al cinematográfico, desarrollaron el tema del abuso sexual para mostrarlo como parte de la realidad latinoamericana asociada a la pobreza y de la cual se debe hablar para que quienes son sus víctimas encuentren caminos para liberarse».
En efecto, en la trama, Ana (Vanessa Di Quattro), una joven de 19 años con discapacidad auditiva y con una hermana y un hermano pequeños, soporta no saber hablar ni leer, debe crear su propio lenguaje para comunicarse y trabajar como obrera textil junto a su madre, Julia, a quien entrega cada semana la paga por su labor.
En ese marco de pobreza en una barriada de Caracas, el marido de Julia, mecánico a ratos y taimado machista, trata de continuar en sus hijastros más chicos la saga de abusos. Entonces, Ana emerge con una decisión que cambia la vida de todos.
Di Quattro, nacida en un sector popular de Caracas hace 26 años de madre colombiana y padre italiano, recibió además el premio de mejor actriz.
El premio al mejor actor fue para Gustavo Angarita, de la cinta colombiana «Sofía y el terco», de Andrés Burgos, también favorecida con la votación popular con el premio del público.
En «Sofía y el terco», la protagonista (la española Carmen Maura) es una mujer de un pueblito montañoso colombiano, cuyo marido le promete llevarla al mar Caribe pero por diversos motivos el sueño siempre es aplazado, hasta que Sofía, muda hasta entonces, emprende el viaje por su cuenta y la vida adquiere una perspectiva diferente.
«Es, por encima de lo anecdótico, la lucha de la mujer por ser escuchada. No es una historia costumbrista, y por ello no nos interesó aferrarnos al realismo de un pueblo o un paisaje colombiano concreto», dijo a IPS su director, quien convirtió en guión la historia que desarrollaba como novela.
Los premios como mejor ópera prima y mejor guión fueron para película colombiana «La Playa D.C.», de Juan Andrés Arango, con la historia de Tomás (Luis Carlos Guevara), un joven afrodescendiente que deja su pueblo natal en la costa del océano Pacífico para abrirse camino en Bogotá.
«Como en el caso de Sofía y el Terco, en La Playa D.C. se desarrollan guiones cortos pero no convencionales, con propuestas innovadoras alejadas de pautas del cine comercial pero con fuerza expresiva en sus historias», aseguró Nava.
El jurado también escogió una película de cada país para proponer su exhibición en circuitos comerciales del vecino.
Este fue el caso del filme de suspenso «La cara oculta», del colombiano Andrés Baiz, la película más taquillera de su país el año pasado, y «El rumor de las piedras», del venezolano Alejandro Bellame, un retrato de la pobreza y violencia en Caracas.
Tanto en Colombia como en Venezuela se ruedan anualmente entre 15 y 20 largometrajes que, a despecho del éxito de taquilla que algunos alcanzan en su respectivo país, son prácticamente desconocidos en el vecino. El festival busca, precisamente, nadar contra esa corriente.
La taquilla, por cierto, está muy lejos de ser suficiente. En Venezuela, con 29 millones de habitantes, «hacer una película puede costar nueve o 10 millones de bolívares (1,5 millones de dólares al cambio oficial actual) y para recuperar ese monto habría que llevar a las salas 12 millones de espectadores, lo cual no es creíble», señaló Cova.
En Colombia, según Burgos, «hay dos tendencias, la de hacer cine comercial, como el caso de «El Cartel de los Sapos» (thriller sobre el narcotráfico que le siguió a la saga de una exitosa telenovela y también visto en el festival), y la de hacer cine de géneros con reducida taquilla bajo una búsqueda afanosa de recursos».
Ambos países se han dotado de leyes para impulsar sus cinematografías, comprometer al Estado en respaldo económico y hacer que los circuitos de exhibición acojan las producciones nacionales junto a las de la industria hollywoodense.
En Venezuela, el Estado provee la mayor parte de los fondos que precisan los largometrajes que producen sus cineastas, y además dispone de una Villa del Cine para la producción y de una distribuidora, Amazonia.
En Colombia, el Estado otorga por concurso aportes de hasta unos 400.000 dólares y favorece con exenciones fiscales la participación de la gran empresa privada y coproducciones con el extranjero, como en el caso de «Sofía…», que involucró a Perú.