«Estaba oscuro y caluroso, con un asfixiante polvo por todos lados. En el aire dominaba el olor de los cuerpos descomponiéndose», recordó Nasima, de 24 años, una trabajadora textil que pasó cuatro días enterrada bajo los escombros del edificio que colapsó en abril en la capital de Bangladesh.
La joven recordó el terror que ella y otras cuatro trabajadoras sufrieron cuando quedaron sepultadas por restos de vidrios, hierros y concreto del inmueble de ocho plantas.
Los equipos de rescate las encontraron entre las ruinas del quinto y del sexto piso del edificio Rana Plaza, en el suburbio de Savar, donde funcionaban cinco talleres textiles.
Nasima dijo a IPS que estaba «demasiado asustada» para recordar todos los detalles de esas 96 horas. «Mis colegas murieron una tras otra a pocos metros de mí», contó. Se dio cuenta de que habían fallecido cuando dejó de escuchar sus voces llamándola en la oscuridad.
Nasima comenzó a trabajar en Ether Garments, una de las muchas compañías que funcionaba en el Rana Plaza, solo 20 días antes de la tragedia. Se trató del peor accidente industrial en la historia de Bangladesh, en el que murieron al menos 1.127 personas, según los últimos conteos.
Mientras las familias de las víctimas comenzaban a llegar desesperadas al lugar de la tragedia, surgían a la luz informes de falencias en las medidas de seguridad y de negligencia de parte de los responsables.
Rápidamente quedó claro que los dueños de la fábrica habían sido alertados sobre la posibilidad de un colapso del edificio, al que solo se le había autorizado operar hasta el quinto piso.
Cuando los sobrevivientes comenzaron a hablar, denunciaron que sus empleadores habían ignorado las recomendaciones de los ingenieros de cerrar las fábricas el 24 de abril, el día del desplome, y que incuso amenazaron a los trabajadores con el despido si no concurrían a trabajar.
Estas revelaciones desataron una indignación internacional y pusieron al descubierto la situación de la industria textil de Bangladesh, el sector que genera más divisas al país, unos 20.000 millones de dólares al año.[related_articles]
Empresas transnacionales como la sueca H&M, la irlandensa Primark y las estadounidenses Gap y Walmart, que subcontratan la mayor parte de su producción en Bangladesh para aprovechar la mano de obra barata,
en su mayoría femenina, ahora son blanco de duras críticas por no haber adoptado los estándares de seguridad.
Aunque estas acusaciones no son nuevas, grupos de derechos humanos esperan que la tragedia sacuda a la industria lo suficiente para que implemente mejores leyes laborales y adhiera a las reglas de seguridad.
Activistas destacaron, como contraste, que alrededor de 2.500 personas se ofrecieron para ayudar en el rescate, en su mayor parte mujeres.
Prueba viviente de la negligencia
Shapla, de 19 años, cuyo brazo izquierdo resultó tan gravemente herido que debió ser amputado en el mismo lugar del accidente, habló con IPS desde su cama en el hospital del Instituto Nacional de Traumatología y Rehabilitación Ortopédica de esta capital.
La joven recordó haber sobrevivido por varias horas atascada entre las ruinas del segundo y el tercer piso del edificio, «con sangre y cadáveres por todo alrededor».
Mehedul, esposo de Shapla y quien trabajaba como operador de una máquina de coser en el mismo piso, dijo a IPS que sobrevivió por pura suerte, pues se encontraba en la parte de atrás edificio en el momento en que la estructura se vino abajo.
La mayoría de los trabajadores que se encontraban en la parte delantera del centro textil quedaron aplastados.
Algunos de los sobrevivientes, como Razia, de 21 años, sufren tanto dolor que preferirían la muerte. «¡Que alguien me dé veneno, quiero morir», clamaba en la sala del hospital donde ella y otros 121 heridos son atendidos gratuitamente.
La joven dijo a IPS que simplemente escuchó una gran explosión y de pronto todo se puso oscuro.
En las siguientes 14 horas, tuvo que luchar para poder respirar a través del espeso polvo que la cubría.
Al lado de su cama en el hospital yacía Shamsul Alam, un inspector de calidad, de 28 años, quien sufrió heridas en su espina dorsal que, según los médicos, son «demasiado difíciles de operar» y podrían terminar siendo fatales.
El trabajador dijo a IPS que ahora sabe «cómo es estar dentro de un ataúd», al explicar lo que se sentía estar postrado en una cama.
Mientras, el trauma borró por completo la memoria de otros
sobrevivientes. Un operador llamado Runu estuvo dos días bajo los escombros antes de ser rescatado. Hoy es incapaz de recordar nada de la jornada de la tragedia.
Los que sí recuerdan, prometieron no volver a trabajar en un taller. «Recurriré a mendigar si tengo que hacerlo, pero nunca volveré a trabajar en una fábrica textil», dijo a IPS la joven Mariam, de 25 años, cuyas piedras y brazos fueron destrozados por el concreto y las barras de hierro.
«Nací de nuevo», reconoció la trabajadora Shakhina. «No cometeré el error de volver a una trampa mortal».
Mientras, grandes exponentes de la industria están finalmente adoptando medidas de seguridad.
A.K.M Salim Osman, presidente de la Asociación de Fabricantes y Exportadores de Tejidos de Punto, dijo a IPS que el incidente de abril era un «gran toque de atención».
«Si seguimos ignorando estrictos estándares éticos de seguridad, nos equivocaremos de nuevo», admitió.
Osman dijo que la ratificación por el sector textil del Acuerdo por la Seguridad de los Edificios y contra el Fuego es un paso en la dirección correcta.
Según el convenio, un comité tripartito conformado por representantes de cada compañía, por trabajadores y por un inspector neutral, elegido por la Organización Internacional del Trabajo, debe vigilar la implementación de los estándares de seguridad establecidos en los desatendidos protocolos vigentes.
«Si es necesario, obligaremos a las fábricas (con defectos) a cerrar hasta que se cumplan esas pautas», dijo Mohammad Shafiqul Islam, expresidente de la Asociación de Fabricantes y Exportadores de Ropa de Bangladesh, en diálogo con IPS.