¿Qué pasa en Bangladesh? ¿Acaso trata de procesar su oscuro legado (el trauma por el genocidio ocurrido durante la guerra de liberación en 1971) o se trata de algo más?
Miembros de la Red de Activistas en Línea y Blogueros ocuparon el 5 de febrero una intersección clave en el centro de la capital, conocida como Shahbag, y comenzaron a protestar contra el veredicto del Tribunal de Crímenes Internacionales (creado en este país en 2010 para juzgar a personas acusadas de delitos contra el derecho internacional durante la guerra de 1971) por el caso de Abdul Quader Mollah, importante dirigente de Jamaat-e-Islami, principal partido fundamentalista de Bangladesh.
Según el dictamen, Quader Mollah, entre otros, participó de forma activa en la masacre de una enorme cantidad de civiles perpetrada en una localidad cerca de Daca al inicio de la guerra de liberación. Entonces integraba la rama estudiantil de Jamaat-e-Islami. Las víctimas murieron cuando sus casas fueron incendiadas.
Ese fue el segundo fallo pronunciado por los jueces del tribunal. Los activistas lo consideraron poco severo y reclaman la pena de muerte.
La reacción pública a la ocupación de Shahbag fue tan abrumadora y el avance del movimiento de tal amplitud que quizá sorprenda a observadores extranjeros no acostumbrados a la política bangladesí.
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El reclamo del máximo castigo se propagó de tal forma, a lo largo y ancho del país, que obligó al gobierno de la Liga Awami a acelerar la marcha y reforzar su compromiso de que haya justicia para las víctimas de 1971.
El reclamo central de la protesta pasó a ser rápidamente la proscripción de Jamaat-e-Islami, considerado el partido que carga con el legado de los crímenes de guerra.
La protesta no nació de ninguno de los partidos políticos del país ni de ninguna de las fuerzas que en el pasado sirvieron para moldear a la opinión pública en torno a los juicios por crímenes de guerra. El papel protagónico lo tienen activistas independientes, estudiantes y jóvenes, en general.
En las manifestaciones participaron personas de distintos ámbitos, pero fueron universitarios y estudiantes de secundaria quienes salieron a la calle en forma masiva.
Hubo ciertas actividades clave, como una gran concentración de decenas de miles de personas realizada en Shahbag el viernes 8 de febrero, tres días después del inicio de la protesta, tres minutos de silencio observados el 12 de febrero en todo el país por gente que formaba cadenas humanas, y una manifestación a la luz de la vela en la noche del 14 de febrero.
También fue muy impresionante ver el pabellón nacional izándose en miles de instituciones educativas de todo el país el domingo 17. Los jóvenes de Bangladesh son la principal fuerza detrás de estas movilizaciones. Muestran un interés por acontecimientos que no vivieron, pero que llevaron a la independencia hace 42 años.
Sin embargo, al analizar el fenómeno se observa una polarización política de la protesta. En primer lugar se destaca el objetivo contra el que se levantan los jóvenes.
No solo protestan contra la indulgencia del fallo ni solo insisten en que todos los dirigentes políticos que ayudaron al ejército de Pakistán a implementar su política de exterminio sean castigados con la pena capital, sino que, además, el 10 de febrero presentaron al presidente del parlamento una demanda de seis puntos.
Uno de los reclamos de Activistas en Línea y Blogueros es que Jamaat-e-Islami sea proscrito y que le sea confiscado su patrimonio.
Hay, por cierto, sobradas pruebas de que los dirigentes de ese partido ofrecieron en 1971 sus servicios al ejército de Pakistán, crearon fuerzas paramilitares y escuadrones de la muerte que asesinaron a una inmensa cantidad de intelectuales y miembros de la minoría hindú, entre otros civiles.
Además, no solo sus dirigentes no pidieron perdón por el papel que desempeñaron en 1971, sino que desde el inicio de los juicios por crímenes de guerra, ese partido ha hecho todo lo posible por obstruir el proceso.
Incluso, en los últimos meses, partidarios de Jamaat-e-Islami se enfrentaron varias veces con la policía en protestas por la existencia misma de estos juicios.
También se le atribuye a Jamaat-e-Islami el asesinato del ciberactivista Rajib, cuyo cuerpo fue encontrado cerca de su casa el 15 de febrero.
¿Qué hace el gobierno encabezado por la hija del fundador de este país, jeque Mujibur Rahman?
Muchos dirigentes de la gobernante Liga Awami no recibieron permiso para hablar en Shahbag.
Si bien la principal demanda de los manifestantes coincide, en cierta forma, con la política oficial, las protestas masivas son una expresión de la frustración de la gente por la forma en que las autoridades han manejado los juicios por crímenes de guerra.
Sin embargo, no se puede decir que el gobierno de Bangladesh no haya respondido a las inquietudes de los jóvenes. Incluso, el primer ministro, jeque Hasina, saludó públicamente a los manifestantes de Shahbag, y varios ministros visitaron el lugar para expresar su solidaridad con la causa.
Igual de significativo es el hecho de que, pese a que el gobierno no se había mostrado muy favorable a la proscripción de Jamaat-e- Islami, el parlamento, dominado por la Liga Awami, aprobó el 17 de febrero un proyecto de ley que habilita al Tribunal de Crímenes Internacionales a juzgar a ese partido, de forma similar a lo que los Juicios de Nuremberg hicieron con el partido nazi de Alemania, tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Es posible considerar que exista una conexión dinámica entre el levantamiento popular de Bangladesh y la Primavera Árabe en Medio Oriente y África del Norte. Dado que la mayoría de la población es musulmana, es natural que esta siga los cambios que ocurren en Egipto y en la región, en general.
Por la forma en que se llevó a cabo la concentración en Shahbag es claro que los activistas bangladesíes aprendieron algo de sus pares egipcios. Pero la agenda de la protesta en este país va más allá de la de los movimientos democráticos de la mayor parte de Medio Oriente.
En este país hay un movimiento que no solo tiene una relación incómoda con los partidos islamistas, sino que, desde el comienzo, el levantamiento popular de Bangladesh expresó su secularismo y tolerancia, y su oposición a la política fundamentalista.
De hecho, este país de Asia meridional no solo revive su propio legado histórico, a saber, el espíritu secular que impregnó la lucha independentista, sino que quizá va camino a dar un ejemplo al mundo musulmán y a Occidente.