Civiles africanos buscan salir de atroz telaraña de la guerra

Hospital en Nzara administrado por misioneros cristianos y que atiende a personas traumatizadas por la guerra. Crédito: Raymond Baguma/IPS
Hospital en Nzara administrado por misioneros cristianos y que atiende a personas traumatizadas por la guerra. Crédito: Raymond Baguma/IPS

Sungu Mizele, una congoleña que vive en Yambio, en el estado sursudanés de Ecuatoria Occidental, se gana la vida vendiendo frutas y verduras que cultiva en su huerto. Gana un promedio de nueve dólares diarios, pero con suerte puede llegar a 31.Quizás no sea mucho, pero es importante para alguien que vivió en el campamento de refugiados de Makpandu, donde convivía con unas 5.700 personas en su misma situación. Ahora al menos es capaz de mantenerse a ella misma y a los seis hijos de su hermana fallecida.

La historia de su familia es como la de otras miles en el campamento: fueron atacadas por el Ejército de Resistencia del Señor (ERS), liderado por Joseph Kony y que ha pasado las últimas décadas luchando por la creación de un estado radical cristiano en Uganda.

El grupo es acusado de reclutar niños soldados, cometer asesinatos en masa, amputar los miembros de sus víctimas y tomar esclavos y esclavas sexuales.

El grupo rebelde originalmente operaba desde Uganda y ahora actúa principalmente en la República Centroafricana y en la República Democrática del Congo (RDC).
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Miembros del ERS atacaron el hogar de Mizele en Dungu, en el noreste de la RDC, en noviembre de 2010.

Ella y sus sobrinos resultaron ilesos en el ataque y fueron liberados por los rebeldes el día siguiente. Sin embargo, su hermana mayor, la madre de los niños, fue asesinada cuando intentaba huir de un comandante del ERS que pretendía violarla.

Cuando vivía en el campamento de refugiados, Mizele estaba decidida a darle a su familia una vida mejor. Se dedicó a apartar porciones de las raciones de comida y de combustible para cocinar, que le donaban las agencias de ayuda humanitaria, para venderlas luego. También recogía leña de los arbustos cercanos al campamento.

Finalmente, pudo ganar lo suficiente para alquilar una cabaña con techo de paja en Yambio, a unos 44 kilómetros del campamento, por seis dólares al mes.

«Me fui del campamento y vine a aquí, donde comencé un pequeño negocio para sobrevivir y mantener a los niños», dijo Mizele a IPS.

Su familia es una de las muchas que intentan reconstruir su vida luego de que disminuyeran los ataques del ERS en Sudán del Sur. Antes, desde la RDC y la República Centroafricana, el ERS habría realizado varias ofensivas en Ecuatoria Occidental, especialmente en tiempos de la cosecha.

En Nzara, ciudad de Ecuatoria Occidental fronteriza con Uganda, muchas familias regresaron a cultivar maíz, piñas, sorgo y maní. Ahora los negocios proliferan. Las tiendas y los bares, que venden productos importados de Uganda, están abiertos hasta tarde, gracias a que funcionan con energía solar y generadores con combustible diesel.

La vida se ha vuelto más pacífica. El Informe Rastreador de Crisis, divulgado el 5 de febrero por las organizaciones no gubernamentales Invisible Children y Resolve, señaló que ninguno de los 275 ataques realizados por el ERS en 2012 sucedió en Sudán del Sur, mientras que 225 ocurrieron en la RDC y el resto en la República Centroafricana.

Muchos creen que la disminución en los ataques se debió a que la Fuerza de Defensa del Pueblo de Uganda (UPDF, por sus siglas en inglés) abrió una base en Nzara en 2010.

«Estamos contentos de que hayan llegado los ugandeses. Sin ellos, no habríamos podido cultivar nuestras tierras y recolectar nuestras cosechas», dijo a IPS el reverendo Samuel Enosa Peni, de la Iglesia Episcopal de Sudán.

Además de la presencia militar ugandesa, la Fuerza Regional de Tareas, creada en septiembre pasado por la Unión Africana, recibió la misión de perseguir a los líderes del ERS en la región.

La fuerza está conformada por soldados de Sudán del Sur, la RDC, la República Centroafricana y Uganda. Este último país contribuyó con 2.000 uniformados, apoyados por 100 asesores militares estadounidenses.

Peni, también obispo de Nzara, dijo que la comunidad local todavía intenta superar los efectos traumáticos del conflicto, para lo que la iglesia ofrece servicios de consejería.

«Nacimos y crecimos en guerra, y por eso necesitamos rehabilitación», dijo Peni. «La gente no tiene esperanza para el futuro, y nuestro trabajo es que la iglesia llegue a ellos. Muchos murieron, pero los que estamos vivos necesitamos olvidar el pasado y seguir adelante».

Las víctimas de la guerra generalmente requieren terapia psicológica para poder reintegrarse a la sociedad. Muchos están traumatizados por el rechazo que sufren al regresar a sus comunidades, indicó.

Raphael Reba afronta el hecho de que su familia probablemente no vuelva a aceptarla a ella ni a su hijo, cuyo padre es uno de los rebeldes del ERS que la secuestró hace siete años de su hogar en Gangura Payam, cerca de la sureña ciudad sursudanesa de Yambio.

Ella fue obligada a integrarse al ERS y entregada a un comandante rebelde, de quien solo recuerda su nombre de pila, David, y quien más tarde la embarazó.

En 2010, ella y David escaparon del ERS con su hijo. Él regresó a Uganda luego de rendirse, y ella y su pequeño se trasladaron de inmediato a Sudán del Sur.

Ahora, Reba vive en la casa de su hermano y sobrevive cuidando jardines de otras personas. Todavía está traumatizada por las atrocidades que fue obligada a cometer. Durante un ataque a Aba, en la Provincia Oriental de la RDC, le ordenaron matar y beber la sangre de dos bebés.

Reba contó que fue rechazada por su propia familia. Incluso su padre, Thomas Yepeta, se niega a recibirla a ella y a su nieto.

«Si los insultos continúan, iré al campamento de la UPDF en Nzara para que me lleven con el padre de mi hijo», dijo Reba a IPS.

Esta mujer recibe consejos de diferentes organizaciones no gubernamentales, pero está preocupada especialmente por el futuro de su pequeño, ahora de cuatro años.

En la Escuela Primaria St. Daniel Comboni, en Nzara, misioneros cristianos atienden a niños y niñas que fueron secuestrados por grupos armados.

Su administradora, Maria Teresa Carrasco, dijo a IPS que unos 200 alumnos eran menores que habían sido raptados y luego liberados por el ejército ugandés. La mayoría de ellos aún están traumatizados por lo que vivieron.

Los misioneros también administran el Centro Comunitario Arcoíris, que ayuda a unos 3.000 niños y niñas a reconstruir sus vidas.

* Con aporte de Joseph Nashion, en Yambio, Sudán del Sur.

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