COLUMNA: ¿Cuán profundas son las relaciones Azerbaiyán-Israel?

Mucho se ha especulado sobre las relaciones de Israel con Azerbaiyán, incluyendo informes sobre el posible uso de bases aéreas militares de ese último país en un eventual ataque a Irán. Pero la realidad de la relación bilateral no es tan dramática como pragmática.

Ninguno de los dos países es un bien preciado para el otro. Desde el punto de vista israelí, las relaciones con Azerbaiyán representan la más reciente encarnación de una «estrategia periférica», bajo la cual Israel, rodeado por estados árabes hostiles, llega al «anillo exterior» de «moderados» estados musulmanes no árabes. En décadas pasadas, la Turquía kemalista y el Irán monárquico desempeñaron este rol.

Actualmente, las relaciones de Israel con Turquía son tensas e Irán es su archienemigo. Ahora Azerbaiyán es una pieza en la estrategia periférica. Pero Baku no puede compensar la pérdida de lo que otrora fueron bienes estratégicos de Israel.

Azerbaiyán es un país con sus propios embrollos geopolíticos, incluido el que ha dejado a aproximadamente 20 por ciento de su territorio bajo ocupación extranjera.

Baku no está en posición de suministrar el tipo de apoyo que sería relevante para los desafíos de seguridad que se impone Israel, especialmente de cara a Irán.
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Algunos de los aliados neoconservadores de Israel en Estados Unidos han soñado con atizar el sentimiento separatista en el norte de Irán, donde hay una alta concentración de miembros de la comunidad azerí.

Pero funcionarios en Baku son cautos en cuanto a provocar a Irán. Tienen conocimiento de la capacidad de represalia que tiene Irán, por ejemplo orquestando ataques terroristas contra la infraestructura energética del país o tomando por blanco a intereses de Estados Unidos e Israel y movilizando a islamistas radicales dentro de Azerbaiyán.

La dirigencia de Azerbaiyán claramente no quiere una guerra en su puerta, con todas sus consecuencias impredecibles. Tampoco quiere una plena normalización de las relaciones con irán. Prefiere buscar una tensión manejable, que permita a Baku autoclasificarse como aliado crucial de Occidente contra los «mulás locos» y desviar la atención que pueda centrarse en su deteriorada situación en materia de derechos humanos.

En cuanto a las relaciones con Irán, Baku seguirá sus propios cálculos, que bien pueden continuar divergiendo de los de Israel.

Desde la perspectiva de Azerbaiyán, las relaciones con Israel son valiosas, dado que los funcionarios del Estado judío no están sujetos al embargo impuesto por Estados Unidos y la Unión Europea a las ventas de armas a Azerbaiyán.

De ahí que Israel represente una importante fuente de armas en medio de los esfuerzos de Baku por recuperar el control sobre el territorio de Nagorno-Karabakh. De hecho, Israel ha vendido sofisticada maquinaria militar y conocimientos a Azerbaiyán, permitiendo a Baku producir su propio avión no tripulado.

Pero no es probable que una escalada militar garantice el objetivo estratégico de Azerbaiyán en el enclave de Karabakh. Si alguna vez Baku gobierna efectivamente el territorio, tendrá que convencer a los armenios de esa región de que su futuro será mejor dentro de Azerbaiyán, no como entidad separada o como parte de Armenia.

Las probabilidades de que eso ocurra ya son escasas. Y la producción de aviones teledirigidos no alienta a los armenios de Karabakh a aceptar el control azerbaiyano del territorio.

Otro factor importante detrás de los esfuerzos de Azerbaiyán por cultivar vínculos con Israel es el deseo de muchos funcionarios de acceder al potente grupo de presión proisraelí en Washington. Esto tiene sentido desde la perspectiva de Azerbaiyán, dado que ese país busca contrarrestar lo que ve como una influencia indebida del lobby armenio sobre la política de Estados Unidos en el sur del Cáucaso.

Pero las expectativas de Baku a este respecto son poco realistas. Nagorno-Karabakh no es un tema de debate para los judíos estadounidenses ni para los israelíes. Y una considerable porción de los partidarios de Israel en Washington no están dispuestos a confrontar al lobby proarmenio, especialmente cuando el aliado estratégico de Azerbaiyán, Turquía, es ahora un antagonista tanto para Armenia como para Israel.

Azerbaiyán, a vez, no puede darse el lujo de alienar a países musulmanes, específicamente a Turquía. Es por esto que Baku votó en la Organización de las Naciones Unidas a favor de concederle el estatus de observador a Palestina.

Cabe destacar que a la mayoría de los azerbaiyanos no les entusiasman los vínculos de su país con Israel.

Cuando funcionarios israelíes como el exministro Efraim Sneh en 2010, o, más recientemente, Michael Lotem, exembajador en Baku, elogiaron a Azerbaiyán como «ícono del progreso en el mundo musulmán», eso meramente alimentó el resentimiento entre muchos azerbaiyanos, que están descontentos con el alto nivel de corrupción y la falta de libertades individuales en su país.

Esto no quiere decir que las relaciones entre Azerbaiyán e Israel no tienen futuro.

Afortunadamente, Azerbaiyán está en gran medida libre del tóxico antisemitismo que prevalece en buena parte del mundo musulmán. Pero es necesaria una evaluación sobria y realista de ambas partes para maximizar el potencial de las relaciones bilaterales.

Por ahora, las agendas diplomáticas de ambos países divergen de modo significativo, y ninguno de los dos parece estar dispuesto a modificar esas prioridades para profundizar los lazos bilaterales.

* Eldar Mamedov es asesor político del grupo de socialistas y demócratas del Parlamento Europeo, y escribe a título personal. Este artículo fue publicado originalmente en EurasiaNet.org.

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