Chile es vanguardia en control de resultados de terapias antisida

En Chile no solo se proporcionan terapias contra el VIH/sida a quienes las necesiten; también hay mecanismos para medir el desenlace del tratamiento.

La cinta roja, símbolo de la lucha contra el sida Crédito: Gary van der Merwe CC BY-SA 3.0
La cinta roja, símbolo de la lucha contra el sida Crédito: Gary van der Merwe CC BY-SA 3.0

«En muchas otras partes del mundo se pone a disposición el tratamiento, pero nadie sabe si este da o no resultado», explicó a IPS el infectólogo Marcelo Wolff, estudioso del VIH/sida de la Universidad de Chile.

En este país sudamericano «hay una cobertura que abarca prácticamente a todas las personas que tengan infección de VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida)», agregó Wolff, galardonado este año con el premio estadounidense Richard and Hinda Rosenthal, destinado a quienes contribuyan significativamente a mejorar el manejo clínico en medicina interna.

Los registros indican que hay casi 22.000 personas viviendo con VIH o sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), pero podrían ser entre 40.000 y 70.000.

«Se cree que hay entre dos y tres personas no diagnosticadas por cada una que lo está; por lo que el total sería entre 0,3 y 0,4 por ciento de la población mayor de 15 años», precisó Wolff. Chile tiene 16,5 millones de habitantes.
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El abordaje entraña un sistema de monitoreo en 32 centros públicos de atención en todo el país, que permite tomar medidas oportunas para las necesidades específicas de cada caso.

Ese control lo realiza la Cohorte Chilena de Sida, establecida por un equipo de profesionales como Wolff, que se integraron a una red multidisciplinaria y no gubernamental, SIDA Chile, fundada en 2003.

«Tener el conocimiento de qué es lo que le pasa a la gente a la que uno le aplica el tratamiento es la principal novedad. Y la Cohorte Chilena de Sida ha podido estudiar eso, ha podido estudiar cuál es la sobrevida, morbilidad, índices de hospitalización, de reinserción laboral y social», precisó el experto.

Una vez aplicado el tratamiento, basado en terapias antirretrovirales que disminuyen la carga de virus en el organismo y prolongan la vida, a los pacientes se les hace un seguimiento homogéneo, cuya información permite evaluar el resultado del programa.

Se analizan los datos generados para dirigir políticas de trabajo e infraestructura. Y se pueden tomar medidas locales de adecuación de las terapias, en base a los resultados observados. La información también aporta a la evaluación mundial de la pandemia.

«Tradicionalmente se han publicado resultados de los países desarrollados y las naciones pobres, pero de aquel grupo importante de países con recursos medios no había una evaluación, y eso lo ha aportado la Cohorte Chilena de Sida», señaló Wolff.

La ley 19.779, de diciembre de 2001, resguarda los derechos de las personas a la prevención, diagnóstico, control y tratamiento, y cautela el libre e igualitario ejercicio de los demás derechos y libertades de quienes viven con VIH/sida, impidiendo expresamente la discriminación en el acceso a educación, trabajo y salud.

Además, la atención del VIH/sida pasó a ser contemplada también en el Plan de Acceso Universal de Garantías Explícitas, que otorga derecho a prestaciones, con ciertas garantías de servicio y de tiempo.

Por otra parte, el Programa Nacional de Acceso Expandido a Terapia Anti Retroviral, en vigor desde 2001, aseguró la entrega de tratamientos de nueva generación a todos los pacientes que los necesitaran.

Como resultado de la alianza entre ese programa estatal y la Cohorte Chilena de Sida, «se ha disminuido la mortalidad en más de un 80 por ciento y han bajado las hospitalizaciones», lo que «ha permitido que se reintegren las personas a su vida normal», describió Wolff.

Su evaluación es tajante: «Hemos logrado en nuestros pacientes resultados que son comparables a los de los países desarrollados».

A partir de esta sinergia, mejoró la situación social y económica de quienes viven con VIH/sida, aseveró Manuel Jorquera, coordinador de la organización no gubernamental Vivo Positivo. «Existe ahora un tratamiento más oportuno, más garantizado, con un monitoreo gratuito», dijo a IPS.

Estos beneficios son palpables para Martín (nombre ficticio), un periodista de 36 años que hace cuatro recibió un diagnóstico de VIH.

«Al principio fue complejo asumirlo, pero tuve el apoyo de varios de mis amigos que también están contagiados y que han sobrellevado muy bien la enfermedad», relató a IPS.

Desde que se detectaron los primeros casos en este país, en 1984, el año pasado fue el de mayor tasa de notificaciones de sida (seis cada 100.000 habitantes) y de VIH (9,6 cada 100.000), según el Departamento de Epidemiología del Ministerio de Salud, en buena medida porque mejoró el sistema de reporte.

La trayectoria de la enfermedad en Chile, por otra parte, coincide con las tendencias mundiales: aumenta la cantidad de personas que viven con VIH/sida y baja la mortalidad, mientras se estabiliza o reduce el número de nuevos casos.

En 2011 hubo en todo el mundo una cantidad de nuevas infecciones 20 por ciento menores a las reportadas en 2001, año en que la pandemia alcanzó su pico. También el año pasado atestiguó una cantidad 17 por ciento mayor de personas viviendo con VIH/sida respecto de una década atrás.

Esto se traduce en 34 millones de personas con VIH/sida en el mundo, según el último informe mundial, publicado el martes 20.

En Chile, sin embargo, no todo está resuelto en relación al sida.

Martín trabaja en el área corporativa de una empresa, donde desconocen «oficialmente» que es homosexual, aunque «muchos lo sospechen». Lo que nadie imagina es que vive con VIH, sigue el tratamiento antirretroviral y concurre a controlarse a un hospital público.

«Vivo totalmente normal. Voy a mi trabajo, salgo con mis amigos. Eso sí, ni mi mamá sabe que estoy contagiado. Eso la destruiría», explicó.

Sus temores son fundados. Pese al avance en políticas públicas, en Chile hay una enraizada discriminación, que hace que muchos tengan miedo de hacerse el examen.

«La persona siente el temor, que no deja de ser real, de ser discriminada una vez que se ha establecido esta condición de infectada», precisó Wolff.

En su opinión, el desafío más importante «es evitar que se infecten las personas» y para lograrlo «las campañas de prevención deben ser mucho más directas de lo que han sido«.

Además, «hay que tratar de diagnosticar a todos los que no lo están, e incorporarlos a la atención». Para eso también se necesita combatir el estigma.

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