El mundo se olvidó de Palestina

La cuestión de la creación de un estado palestino parece borrado de la agenda de la Asamblea General de la ONU, a diferencia de 2011, así como de otros foros internacionales.

Parado frente al plenario colmado de la 67 Asamblea General hace 15 días, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, debió sentirse muy solo sabiendo que sería el único en defender la solución de un estado independiente para su pueblo, al lado del de Israel.

Por enésima vez, Abbas describió cómo la política de Israel de construcción de asentamientos ilegales en los territorios palestinos que ocupa hace que año tras año sea más difícil, sino imposible, concretar la solución de dos estados.

Su discurso fue en esencia similar al que dio exactamente hace un año en ese mismo lugar, salvo que esta vez solo apostaba a lograr el estatus de estado observador no miembro, y no a la membresía plena a la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

Entonces el intento de Abbas de ser reconocido como estado pleno fue archivado en cuanto fue presentado. Estados Unidos y sus aliados occidentales presionaron al Consejo de Seguridad y a la Asamblea General de la ONU para que no prosiguieran con un voto más que nada simbólico.
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Luego, a instancias de Estados Unidos, las potencias del Consejo de Seguridad arguyeron que había que dar otra oportunidad a las iniciativas consensuadas con Israel, no de forma unilateral. El premio consuelo para la ANP fue lograr incorporarse a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como miembro pleno.

Lo único que consiguió este año Abbas de la Asamblea General fueron las clásicas expresiones de reconocimiento y de valoración que genera la cuestión palestina en todos los foros globales.

La Asamblea General fue el primero y principal foro en apoyar la solución de dos estados al conflicto palestino-israelí. En noviembre de 1947 aprobó el Plan de Partición de Palestina y la creación de un estado árabe en el Mandato británico de Palestina.

Pero desde aquella histórica votación, los estados miembro no han hecho más que promesas insípidas y expresado su compromiso con un estado palestino.

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, simplemente ignoró la presentación de Abbas.

Por supuesto cumplió con el ritual: "Tenemos que negociar y alcanzar un compromiso muto".

Pero habrá destinado, como mucho, dos minutos de su discurso al tema, con lo que quedó claro, por si a alguien todavía le quedaban dudas, de que la redacción contundente de una resolución sobre el futuro de Palestina seguirá siendo una gran interrogante.

Netanyahu ya había escuchado al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien salvo por la tradicional oda (¿o acaso un elogio?) al antiguo sueño de una solución negociada de dos estados, expresada en un solo párrafo, no disimuló el hecho de que, en este momento, urge la vía diplomática, pero no entre Israel y la ANP.

El primer ministro israelí enfocó su discurso en reclamar una "línea roja" para el programa nuclear de Irán, con el fin de "evitar la guerra".

Con los murmullos de una guerra contra Irán como telón de fondo de los debates de la Asamblea General, pese a que Obama había pedido "silenciar todo lo anduviera en la vuelta", no es de extrañar que la única receta para el conflicto palestino-israelí sean expresiones compungidas de solidaridad con la causa.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en que los asuntos internacionales giraban en torno al conflicto palestino-israelí.

El año pasado, las tres rondas de conversaciones entre representantes israelíes y palestinos en Amman resultaron infructuosas.

Palestina quedó en el olvido, orbitando alrededor de una "gestión del conflicto", impuesta por Israel, en vez de gravitar en torno a la "resolución del conflicto", encabezada por Estados Unidos. Un problema de "baja intensidad" quedó relegado a un segundo plano en el concierto internacional.

La discutible máxima periodística de "si hay sangre, encabeza" distrajo la atención pública del conflicto palestino- israelí.

Se derrama mucha más sangre en otras áreas, entre chiitas y sunitas, entre liberales e islamistas, entre dictadores árabes y militantes democráticos, entre yihadistas y todos los anteriores.

La verdad es que si uno lo compara con la agitación que vive el mundo árabe, sobre todo en Siria pero también en otros lugares del África del norte y de Medio Oriente, el conflicto palestino-israelí no parece tan maligno.

Y se derramará mucha más sangre si se recurre a una guerra para contener el programa nuclear iraní.

Pero si la atención no vuelve a concentrarse en el conflicto palestino-israelí, será difícil que Estados Unidos y sus aliados occidentales (incluido Israel) convenzan a los gobernantes árabes y, además, a China y a Rusia, también muy preocupados por la cuestión iraní, de adoptar un enfoque unificado y más contundente.

Para impulsar las negociaciones entre palestinos e israelíes, Estados Unidos podría quizá convencer a la opinión pública, impregnada de un profundo sentimiento propalestino derivado del sentimiento antiestadounidense de humillación que invadió a muchos países árabes, como quedó probado por el violento ataque contra sus representaciones diplomáticas en Egipto y Libia.

A su vez, eso podría convencer a los aliados árabes, al igual que a China y a Rusia, de sumarse a la creciente presión sobre Irán. Pero tal iniciativa de Washington deberá esperar al nuevo gobierno que surja en noviembre.

Además, el argumento de la "línea roja" de Netanyahu probablemente sería más convincente si también pusiera un límite a su propia política en los territorios palestinos ocupados por Israel, tradicionalmente muy criticadas desde diversos ámbitos.

Pero ¿por qué optaría por introducir una moratoria en la construcción de asentamientos ilegales, similar a la que con renuencia tuvo que aceptar por 10 meses en 2010?

Después de todo, ¿acaso no aceptó de forma implícita en la ONU que, hasta el año que viene, Israel dejara que la diplomacia y las sanciones sigan su curso? Netanyahu pronosticó que para entonces Teherán habrá completado la etapa decisiva de enriquecimiento de uranio.

Además podría tener que llamar a elecciones en su país en febrero.

Gobernantes como Netanyahu están acostumbrados a caminar por la cuerda floja. La de él pende entre una guerra con Irán y la paz con la ANP, y podría ir para cualquier lado.

Pero mientras los gobernantes iraníes y sirios se tambalean en las suyas, ¿por qué se movería él? Y así es cómo el conflicto palestino- israelí sigue en el limbo.

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