El principal desafío que impone el cambio climático a la arquitectura aplicada a las viviendas y ciudades de Cuba apunta a que los propios habitantes puedan adecuar sus hogares a las dificultades, señaló la académica Dania González.
Cuba arrastra un fuerte déficit habitacional, agravado por el impacto de huracanes como Ike, Gustav y Paloma, que en 2008 dañaron 647.110 viviendas, de las cuales se derrumbaron 84.737, entre otros perjuicios que el gobierno valoró en unos 10.000 millones de dólares.
La mayor intensidad de esos fenómenos naturales, prevista como efecto directo del cambio climático, unida a la contracción progresiva de la construcción de inmuebles desde 2007 y el avanzado deterioro de los existentes, amenaza con empeorar la situación, cuya dimensión se conocerá con los resultados del censo realizado en septiembre.
El censo anterior, realizado en 2002, registró 3.534.327 unidades de alojamiento, con un promedio de tres personas por cada una, y reveló que las casas en mal estado llegaban a 15 por ciento del total en las ciudades y a casi 38 por ciento en zonas rurales.
Más allá de esas vulnerabilidades, cuya solución requiere fuertes inversiones, el cambio climático expone a Cuba no solo a huracanes más destructivos, sino también a mayores temperaturas, sequías recurrentes o lluvias intensas. A la vez, la pronosticada elevación del nivel medio del mar pone en peligro algunas zonas costeras.
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"Se saben las amenazas y los retos, y lo que hay que hacer es crear una arquitectura que logre transformarse y adaptarse", comentó González, arquitecta y directora de posgrado del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (Cujae), de La Habana.
No existe una opción única. "En países como el nuestro, de escasos recursos, hay que pensar en soluciones flexibles, transformables, cambiables, adaptables; no hay otra alternativa que le permita a usted vivir normalmente un ambiente natural y apropiado", dijo en entrevista con IPS.
González indicó que los riesgos ante un huracán son diferentes según la zona urbana de que se trate. En La Habana, por ejemplo, hay barrios densamente poblados y con edificaciones antiguas, la mayoría deterioradas, donde el peligro son las lluvias intensas, causantes de inundaciones y derrumbes.
En otros sectores de la capital, con edificaciones más aisladas una de otra, el peligro mayor son los vientos, que varían según la categoría del huracán, pero que pueden alcanzar velocidades de entre 118 y 250 kilómetros por hora o más. En este caso, uno de los daños más comunes es la pérdida de los techos de las casas.
Para enfrentar los riesgos, en ocasiones se construyen viviendas totalmente cerradas, reforzadas para resistir vientos huracanados y evitar que penetren al interior, convirtiéndolas casi en fortalezas anticiclónicas, sobre todo en provincias por donde el paso de estos fenómenos meteorológicos es más frecuente. Pero estudiosos de la Cujae defienden la fórmula de cubiertas ligeras, "bien puestas y bien diseñadas", además de medidas adicionales cuando resulten necesarias. "Son asuntos que no se pueden tratar de manera general, porque la solución depende del lugar, del riesgo mayor en cada caso", indicó González.
En conjuntos residenciales abiertos, las viviendas tienen aleros, ventanas y celosías en algunos casos.
Ante un ciclón, hay que ver cómo ese alero se puede desmontar y cerrar como si fuera una sombrilla, cerrar las ventanas herméticamente y, en las celosías, colocar un panel delante para evitar la entrada del viento, explicó.
"Una arquitectura sustentable requiere flexibilidad y adaptabilidad, lo cual significa que cuando llega un huracán ese alero se convierte en un parabán (muro) que me protege", ejemplificó la académica. "El nivel de riesgo depende de su contexto", dijo e insistió en que la vivienda debe ser "vivible cotidianamente y además segura ante un ciclón".
Para las condiciones del clima de Cuba, con altas temperaturas y elevada humedad relativa todo el día y todo el año, se debe garantizar una protección casi absoluta contra la radiación solar directa y la lluvia.
A la vez, se debe favorecer la ventilación natural y aprovechar la radiación difusa para la iluminación natural en los espacios interiores.
Es un punto en el que González llamó a "beber" de las raíces cubanas, "de lo mejor y más inteligente" de la arquitectura vernácula. Traer ese pasado al presente y "reinterpretarlo y adaptarlo" a las condiciones actuales es otro de los retos.
Pero se trata de "aprender del pasado", no de "volver" a él, aclaró.
"El primer principio de nuestra mejor arquitectura, con similitudes en toda el área caribeña, es la protección contra la radiación solar", sostuvo.
"Tiene que ser una arquitectura de sombra, preferiblemente sombra verde, porque es la que absorbe calor. Se trata de proteger y a la vez ventilar al máximo", añadió. Muebles apropiados, como la tradicional mecedora en que la propia persona, al sentarse, aumenta la ventilación natural de su entorno, y elementos de cierre aislantes de la radiación solar cuando sea necesario, fueron también mencionados por González entre los principios que completan el confort en épocas de altas temperaturas.
"Frente al cambio climático, el mayor reto es lograr una arquitectura hecha con inteligencia, que las propias personas sean capaces de adecuar a las dificultades", insistió. Es un principio sustentable "aprendido del mundo vivo, donde quienes carecen de poder de adaptación perecen".