Con la inauguración de la nueva temporada de fútbol en España se han puesto de manifiesto con plena intensidad diversas dimensiones que atañen al sostenido éxito del Fútbol Club Barcelona, más conocido como Barça.
Vencedor en 14 de las 19 competiciones disputadas en cuatro años, incluidas dos copas de Europa, dos mundiales y diversas ligas y copas españolas, el Barça se enfrenta a un reto formidable: la sostenibilidad de sus logros.
De momento, las nuevas competiciones indican que estará en la línea frontal. En la liga española ya aventaja al Real Madrid, pero no consiguió vencerlo en la supercopa (ganadores de liga y copa de la temporada anterior). Con la salida de su entrenador Pep Guardiola y la entrada del segundo de este, Tito Vilanova, los aficionados se preguntan si el sueño continuará.
Al escudriñar los detalles de este éxito, es fácil observar que en dos décadas, desde que el Barça consiguiera su segunda copa europea en 1992 bajo el mando de su entrenador Johan Cruyff, el club ha pasado por una curiosa evolución de su tejido deportivo y su entorno.
Entonces, cuando el equipo consiguió cuatro ligas seguidas, la plantilla estaba compuesta por una alianza de jugadores catalanes forjados en sus equipos inferiores, un número de otros españoles (predominantemente vascos) y un puñado de extranjeros de primera fila. El número de estos estaba entonces limitado por las reglas que imponían una cuota de un máximo de tres jugadores no españoles.
Esta restricción fue dinamitada por la llamada sentencia Bosman de 1995 que impuso el Tribunal de Justicia Europeo por violación de la legislación de la Unión Europea. Jean-Marc Bosman, un futbolista belga que deseaba jugar en Francia al término de su contrato, era obligado a pagar un canon por su transferencia a otro club de otro país, en el que tendría que restringir su actuación al superarse la cuota de tres jugadores «extranjeros.
El tribunal consideró que el cargo impuesto por la federación belga era una violación del concepto del mercado único europeo que prohíbe cualquier traba legal o física para la libre circulación de servicios.
El resultado de esta revolución fue que los clubes europeos se poblaron de jugadores comunitarios, sin límite alguno, aunque se mantuvo una cuota con respecto a los llamados extracomunitarios (principalmente latinoamericanos y africanos). Aun en estos casos, los procedimientos picarescos de adquisición de ciudadanía europea acrecentaron la internacionalización de los clubes.
El Barça, como resultado, se fue convirtiendo en una especie de club holandés con la llegada del entrenador Louis van Gaal y la contratación de una decena de sus compatriotas. En un partido concreto, el Barça llegó a alinear cuatro holandeses. En la liga inglesa, el Arsenal jugaba numerosos partidos sin un solo jugador inglés. Las buenas intenciones de la integración se habían desbocado.
Lentamente, en algunos clubes las aguas volvieron a su cauce y en el Barça se notó un tenaz uso de la cantera, los jugadores que se habían estado educando y adiestrando en La Masía, una antigua casa de campo.
Sin discriminación por su nacionalidad de origen, los alumnos de la cantera solamente respondían a su común experiencia de crecimiento y preparación. Entre una mayoría lógica de catalanes, niños de toda España y de otros países fueron convirtiéndose en futuras estrellas.
El caso más emblemático fue el argentino Lionel Messi, quien a los 11 años fue fichado por el Barça cuando su familia aceptó trasladarse a Barcelona a cambio de diversas compensaciones, entre las que se destacaba un tratamiento de crecimiento hormonal para el apenas adolescente, quien fue detectado tempranamente tanto por su genio como por su baja estatura y debilidad física.
Con la llegada de Guardiola, lo que era ya evidente en los años anteriores, se convirtió aparentemente en una política. Línea por línea, el Barça se fue nacionalizando, aunque conservó e incluso siguió fichando estrellas tanto españolas como extranjeras.
En las dos anteriores temporadas el Barça presumía de alinear sistemáticamente hasta ocho jugadores de La Masía en su dibujo inicial, llegando a nueve al final del partido.
Curiosamente, mientras el Barcelona se hispanizaba (y catalanizaba), la selección española se disponía a conseguir un triple triunfo de dos Eurocopas y una mundial con unas alineaciones en las que los barceloneses eran mayoría numérica. Desde el triunfo en Viena en 2008 hasta la final de Sudáfrica en 2010, La Masía llegaba a situar a ocho jugadores, seis de ellos fijos.
Paradójicamente, mientras España sufría los embates del nacionalismo periférico (en especial vasco y catalán), su selección nacional se despojaba del calificativo de la Furia (basada en el ímpetu físico) para ser conocida como la Roja (cimentada en la calidad).
El juego de control de la pelota impuesto por Guardiola y la movilidad de sus piezas para confusión del contrario fueron incorporados tempranamente por Luis Aragonés, el entrenador de la Eurocopa del 2008, y sin ambages adaptado por Vicente del Bosque en el mundial y la subsiguiente Eurocopa de este verano.
Lo que ahora los observadores se preguntan es si el modelo cimentado en La Masía es sostenible. ¿Podrá el Barça llegar a una final europea con una decena de hijos de La Masía? ¿Será ese el resultado de una evolución natural o causa de su declive? ¿Cuál será el impacto de estas respuestas en la selección nacional española? ¿Se repetirá su éxito en Brasil en 2014? (FIN/COPYRIGHT IPS)
* Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami