En 2010 la producción mundial de biocombustibles (bioetanol y biodiésel) fue de 105.000 millones de litros y se estima que se duplicará en 2020.
La mayoría de los biocombustibles son consumidos en ámbitos nacionales y locales, mientras se exporta solo siete por ciento de la producción total. Ello ilustra el hecho de que los biocombustibles son principalmente usados para estrategias de diversificación de la energía y de seguridad energética nacional.
Muchos aspectos de la producción de biocombustibles han cambiado de modo radical durante la última década, impulsados por la preocupación acerca de las consecuencias sobre los suelos agrícolas y la seguridad alimentaria.
Se han adoptado nuevos métodos en la cosecha de los cultivos usados para su producción, en el tipo de insumos, en los sistemas productivos y en los esquemas de almacenaje y distribución, para asegurar un procesamiento más eficiente y sostenible.
Con las actuales tecnologías, los biocombustibles pueden ser también producidos con una gama más amplia de cultivos comestibles, así como con varios recursos biológicos no comestibles como jatrofa, algas y residuos agrícolas.
Aunque el total de los cultivos no comestibles es todavía bajo, la incorporación de tecnologías de segunda generación puede cambiar significativamente las fuentes de los biocombustibles en la próxima década.
Los biocombustibles fueron en su origen usados sobre todo en el sector del transporte, pero ahora son también utilizados para la generación de energía, la química e incluso la industria aeronáutica. Esas opciones y posibilidades realzan su valor para el desarrollo humano.
Asimismo, debido a los altos precios de los combustibles de origen fósil y a los incentivos económicos y de otros tipos, los biocombustibles se están convirtiendo en una opción para la generación de electricidad en pequeña escala en áreas aisladas de países en desarrollo.
Todo ello demuestra el creciente potencial de los biocombustibles como fuente alternativa de energía; por otra parte, tienen importantes funciones sociales y de desarrollo económico.
Si son concebidos y manejados con cuidado, los proyectos y las inversiones sobre biocombustibles pueden no solo mejorar la seguridad energética sino también crear trabajo y oportunidades de ingresos en las áreas rurales, promover la innovación en los sistemas locales y agregar valor a la producción agrícola.
Esto es particularmente cierto en relación a los biocombustibles de segunda generación, cuyos grados de valor agregado en el proceso de producción y las calificaciones requeridas a los trabajadores y profesionales son mucho mayores.
Por ejemplo, en un reciente estudio de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) se señaló que la producción de biocombustibles con residuos agrícolas en México tuvo como resultado un incremento sustancial de la ocupación.
La bioelectricidad de residuos agrícolas puede añadir más de 39.000 nuevos puestos de trabajo (directos e indirectos), el bioetanol más de 49.000, el biodiésel 71.000 y el biogás unos 4.000. Esas oportunidades incluyen mejores salarios y demanda de trabajadores con calificación más alta que el actual promedio en la agricultura mexicana.
Se ha estimado que en 2010 trabajaban en todo el mundo 1,4 millones de personas en la producción de biocombustibles y que, si la tasa de crecimiento actual continúa, se crearán otros dos millones de empleos para 2020.
Además, muchos países están diseñando y adaptando con éxito sus sistemas de producción y distribución de biocombustibles para satisfacer las necesidades locales, por ejemplo a través de iniciativas para llevar energía a regiones aisladas o para hacer de los biocombustibles un componente explícito de las estrategias de desarrollo nacional, regional y local.
Las experiencias en Nepal y en la Amazonia brasileña han demostrado que no solo es económicamente factible la adopción de modelos de producción de biocombustibles en pequeña escala sino que, además, contribuyen a la creación de empleos, a la inclusión social, al uso de especies de plantas locales, y al suministro de electricidad a bajo costo en áreas sin acceso a los servicios de energía modernos.
Sin embargo, no todas las experiencias son positivas. En Perú, por ejemplo, se teme que el cultivo de insumos para biocombustible en la Amazonia afecte la conservación de la selva tropical y de los suelos agrícolas, provoque efectos negativos indirectos en el ambiente, con la construcción de carreteras e infraestructuras y el asentamiento humano desorganizado en regiones selváticas, sin mencionar los riesgos potenciales para las áreas protegidas.
La producción de biocombustibles solo será sustentable si se observa la debida consideración de las cuestiones ecológicas, sociales y económicas específicas en los respectivos países y si prevalece la voluntad política de desarrollar e instrumentar estrategias adecuadas y efectivas de evaluación y mitigación de eventuales daños. (FIN/COPYRIGHT IPS)
* Supachai Panitchpakdi es el secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).