Las necesidades de una población que envejece con rapidez llevaron a Japón a flexibilizar sus estrictas normas de inmigración y de capacitación en enfermería, a fin de aceptar personal calificado de otros países. Pero las iniciativas poco sistemáticas muestran sus flaquezas.
Este mes, dos enfermeros indonesios calificados, que habían llegado a Japón en 2008 para capacitarse, abandonaron el país. Formaban parte de 35 profesionales de Indonesia que aprobaron el examen de formación y que consiguieron trabajo aquí.
"Mi esposa me pidió que regresara con la familia", explicó uno de ellos en entrevista televisiva antes de partir.
La llegada de personal de enfermería de Indonesia a Japón se dio en el marco de un acuerdo bilateral de asociación económica entre ambos países.
Tokio firmó tratados similares con Filipinas y Vietnam, que apuntan a fomentar los lazos económicos, y en el marco de los cuales Japón se comprometió a aceptar extranjeros y capacitarlos en atención a la salud.
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La decisión de los inmigrantes indonesios de irse dejó perpleja a las autoridades japonesas y a las compañías prestadoras de salud, pese a que son solo una ínfima porción del total de empleados extranjeros. La sorpresa se debió a la perspectiva desalentadora de tener que hacer frente a la posibilidad de brindar una asistencia inadecuada a una sociedad que no para de envejecer.
Veintitrés por ciento de los 126.800.000 habitantes de Japón tienen más de 64 años, lo que convierte a este país en el hogar de ancianos del mundo.
Esta nación ya cuenta con 200.000 trabajadores en enfermería, y los pronósticos indican que faltarán 1,27 millones para 2025.
Además, los datos oficiales muestran cada vez más casos de mortalidad "en soledad" en la tercera edad, personas de más de 65 años que mueren solas y cuyos cuerpos son descubiertos varios días después.
Actualmente son 15.600 casos al año, según la compañía de seguros Instituto Nissey Research.
En un intento de resolver el problema, el gobierno japonés dicta nuevas normas desde hace dos años. Por ejemplo, las compañías que contratan extranjeros deben pagar salarios iguales a los de los trabajadores japoneses.
En el marco de los varios acuerdos de asociación económica, los extranjeros reciben visas de tres años para poder preparar el examen. Si lo aprueban tienen la posibilidad de permanecer en el país de forma indefinida.
"Pero la decisión de los indonesios de regresar a su país, aun después de haber aprobado el examen nacional es una clara señal de que Japón no atiende la situación de forma adecuada", señaló Waka Asato, profesor adjunto de la Universidad de Kyoto.
Este país no tiene buena infraestructura social ni económica para aceptar a los recién llegados, en especial asiáticos, en el sector de la salud, remarcó.
Entre los principales obstáculos está la excesiva dificultad del examen nacional para obtener la licencia, que los extranjeros deben aprobar en lengua japonesa.
En marzo pasado, solo 35 de los 94 indonesios que dieron el examen lo aprobaron. Era la primera vez que enfermeros de ese país y de Filipinas, que llegaban en el marco del acuerdo de asociación económica, daban la prueba.
Norio Tokunaga, director de Kuwaoen, empresa que ofrece servicios de enfermería, explicó que lo peor son las severas leyes japonesas que impiden que los extranjeros vuelvan a dar el examen si lo pierden la primera vez.
"Después de tres años de estudio y trabajo agotador tienen que pasar esta prueba, que es difícil hasta para los japoneses. Si la pierden deben marcharse. Esa es una de las razones clave de la falta de motivación de los extranjeros", aseguró.
Otro problema es que las leyes no reconocen a los estudiantes extranjeros dentro del personal regular mientras hacen la práctica, pese a que tienen los conocimientos básicos y se están formando en el trabajo.
"Los indonesias registrados estudiaron enfermería en su país y profundizan sus capacidades trabajando en Japón. Cuando no pueden asumir sus responsabilidades como cualquier empleado, se sienten marginados", dijo Tokunaga a IPS.
Las leyes japonesas exigen tres enfermeros por cada paciente en una residencia de ancianos. Al quedar fuera de este sistema, los extranjeros se vuelven "invisibles" en la compañía y pueden llegar a perder beneficios económicos, como los bonos anuales, explicó.
El sistema legal no satisface las necesidades del sector, según expertos.
"No los tratan como a personas con derechos propios de residencia. Es una muestra de la discriminación oficial de extranjeros, profundamente enraizada en Japón", arguyó Manabu Shimasawa, especialista en inmigración de la Universidad de Akita.
Actualmente se debate la creación de un nuevo impuesto de bienestar para cubrir las crecientes necesidades sociales y médicas. Además está en auge nueva tecnología para la tercera edad, incluidos robots funcionales que pueden hablar y dar de comer a las personas.
"De todas maneras, los ancianos necesitan de la mano cariñosa que le extiende un enfermero profesional para ayudarlos a llevar una vida emocional y físicamente estable. El gobierno ignora estas necesidades básicas", remarcó Asato.