COLUMNA: La internacionalización de la plaza Tahrir

En la última semana de julio de 2010, la ONU realizó una reunión de alto nivel como parte del cierre del Año Internacional de la Juventud. Ese fue, sin dudas, un año histórico que presenció la movilización masiva y el liderazgo de los jóvenes en el mundo árabe.

El secretario general de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), Ban Ki-moon, mencionó a Mohammad Bouazizi –el vendedor ambulante cuya inmolación dio pie a la revolución en Túnez- como ejemplo de un hombre joven que, a inicios de 2011, desató la caída de dos dictadores de larga data: el de su país y el de Egipto.

Yo me estaba preparando para mi intervención en la Reunión de Alto Nivel sobre la Juventud, en la Asamblea General, cuando muchas ideas me vinieron a la mente. De hecho, muchas palabras y frases: 2011, juventud, internacional, Primavera Árabe, plaza Tahrir, entre otras. También escuché muchas intervenciones de delegaciones oficiales ante la ONU, de jóvenes y sociedad civil entre otras.

Me preguntaba por qué estábamos allí, en esa sala enorme de la Asamblea General de la ONU. Qué significaba estar allí con todos esos rostros, representaciones y experiencias, cómo podíamos salir de allí con algo concreto.

Recordé los días y las noches que pasamos en la plaza Tahrir, en el centro de El Cairo. Los valores que los egipcios pusieron en común en un lugar –compartiendo espacio, pensamientos, ideas, alimentos, entre muchas otras cosas- fueron únicos.
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Jóvenes egipcios de todos los grupos sociales, contextos, educación, formas y tamaños, se congregaron en la plaza Tahrir por primera vez, unidos como si fueran uno solo. Desarrollaron un sentido de pertenencia a esta plaza que fue gradual, sistemático y, de hecho, humano. Fue como una utopía donde los seres humanos se unieron en base a sus valores humanos, olvidando sus diferencias y trabajando juntos por el bien común.

Fue la especificidad del tiempo y el lugar lo que hizo que esos hombres y mujeres se conectaran con los valores humanos de la coexistencia. Esa fortaleza tan idealista dio forma a una revuelta contra la dictadura e hizo colapsar a Hosni Mubarak (1981-2011), titular del régimen egipcio, en 18 días.

También generó una referencia para las demandas de la revolución egipcia, que hasta ahora moldean la presión social sobre el gobierno de transición. Y además aportó un nuevo rostro para el Egipto que el mundo entero estaba admirando.

Los jóvenes del resto de las naciones árabes recibieron un fuerte impulso para liderar sus propias revueltas y reclamar libertad y democracia a su propia manera. Aunque no fueron tan pacíficos como en la plaza Tahrir, estos jóvenes todavía son poderosos, consistentes y comprometidos con lograr un cambio en sus sociedades.

La plaza Tahrir no fue solo un lugar de revolución y cambio, sino también un lugar de consenso, solidaridad y coexistencia donde los egipcios de todos los niveles socioeconómicos, culturas y religiones lo compartieron todo codo a codo, desde la risa y la pena hasta el pan y las medicinas. Vivieron juntos y se protegieron entre sí, a tal punto que surgieron nuevos nombres, como "República de la Plaza Tahrir" y "Sistema Moral de Tahrir".

En la Asamblea General de la ONU tuve el mismo sentido de unidad que el que dominó la plaza Tahrir. Éramos un grupo muy diverso de personas y organizaciones bajo un mismo techo, debatiendo cuestiones juveniles en una Reunión de Alto Nivel. Aquella variedad fue única, representativa y poderosa.

Fue como la variedad de personas que había en la plaza Tahrir, y me pregunté: ¿Podremos tener un diálogo similar y lograr avances reales en la realidad de la juventud?

Siempre hemos dicho que necesitamos la sabiduría de los ancianos y la energía y el entusiasmo de los jóvenes. Lo mismo se aplica hoy a las organizaciones internacionales, los gobiernos y la sociedad civil.

La juventud necesita esa sabiduría, poder, conocimiento y experiencia; así podremos complementarnos el uno al otro. Éste es el valor de la plaza Tahrir, que veo necesario se internacionalice.

La Reunión de Alto Nivel sobre Juventud que se realizó en la Asamblea General de la ONU fue apenas un ejemplo simbólico de esto. Tahrir fue solo un espacio físico en el corazón de una de las ciudades más grandes de África, Medio Oriente y el mundo en desarrollo, hasta que cambió la manera en que los jóvenes manifestaban sus necesidades, de modo diferente y pacífico.

Esto es lo que el mundo debería aprender de Tahrir. De hecho, los jóvenes de Tahrir han jugado un rol importante en el mundo por el bien de la humanidad.

* Karim Kasim es asesor e investigador sobre temas juveniles en Egipto. Fue un participante activo en las revueltas juveniles durante la Primavera Árabe en ese país.

© 2012 Global Experts, un proyecto de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas.

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