Los mellizos mauritanos Hussein y Hassan, de ocho meses, padecen desnutrición desde que nacieron. Su madre, Mariem Mint Ahmedou, no puede producir suficiente leche para alimentarlos.
La mujer sostiene contra su cuerpo a los débiles bebés, sentada de piernas cruzadas sobre una alfombra gastada de su precaria vivienda.
"Como no llegaron las lluvias, no tuvimos cosecha. Compramos arroz a crédito, pero no hay carne, y prácticamente tampoco hay leche. A veces pasamos dos noches sin comer", explicó Ahmedou.
Una situación similar padecen la mayoría de los habitantes de su aldea.
Ahmedou vive en Douerara, pequeña localidad ubicada unos 800 kilómetros al este de Nouakchot, la capital mauritana, en medio de un paisaje de arena y suelos rocosos, en lo profundo del Sahel.
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Una sequía que destruyó la mayor parte de la cosecha en la región devastó el país por varios meses, haciendo que las poblaciones rurales empezaran a quedarse sin alimentos a comienzos de febrero, casi medio año antes de que lleguen las próximas lluvias, si es que caen.
Aparte de Mauritania, también se vieron afectados otros países del Sahel, una zona árida ubicada entre el desierto del Sahara, en el norte de África, y las sabanas de Sudán en el sur. Ellos son: Burkina Faso, Chad, Malí, Níger y las regiones del norte de Camerún, Nigeria y Senegal.
Doce millones de personas soportarán inseguridad alimentaria severa y hambre en esta región, advirtieron varias agencias humanitarias.
Mauritania, con las menores reservas de agua potable del mundo, es una de las naciones más afectadas. Un tercio de su población ya corre el riesgo de sufrir hambre.
"La situación es muy grave, especialmente para los niños pequeños", dijo la nutricionista Khadijettou Jarboue, quien trabaja en un centro de salud pública en Kiffa, una pequeña localidad en el sudoeste.
Cada semana, más y más familias hacen fila en la clínica buscando ayuda. "Estoy muy preocupada por el rápido aumento de casos de niños severamente desnutridos que vemos", dijo Jarboue mientras pesaba y medía a una niña de 21 meses, Khadjetm.
La madre de la pequeña, MBarka Mint Salem, la llevó a ese centro desde su aldea de El-Majba, a 45 kilómetros de Kiffa.
Cuando la nutricionista colocó una banda plástica de tres colores alrededor del antebrazo de la niña, la franja se puso roja, lo que significaba desnutrición severa.
"Estoy muy preocupada. No tenemos leche ni alimentos. Cada semana nos esforzamos más por sobrevivir. Y no somos las únicas. Hay muchas niñas y niños desnutridos en nuestra aldea", dijo la madre.
Las niñas y los niños son los más vulnerables, y por lo general son las primeras víctimas. En una crisis alimentaria pueden morir hasta 60 por ciento de los pequeños desnutridos, pero este año ese guarismo podría ser aun mayor porque la región todavía no se recuperó de la seria sequía de 2010.
"El Sahel es una región en crisis permanente, que afronta inseguridad alimentaria crónica", explicó Felicité Tchibindat, asesora regional sobre temas de nutrición en África occidental y central para el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Incluso en un año "normal", la mitad de todos los menores de cinco años padecen desnutrición crónica en el Sahel. Las estadísticas sobre desnutrición infantil severa superan el umbral de 10 por ciento que para Unicef define una emergencia. Para este año, esa agencia prevé que la situación empeore.
"Cada conmoción adicional empuja al borde las vidas de cientos de miles", alertó Tchibindat.
La ONU etiquetó la sequía de este año como "la peor en décadas". Los precios de los alimentos se triplicaron en Mauritania y otros países del Sahel, mientras que el precio del ganado principal valor en la región- cayó rápidamente cuando las pasturas empezaron a secarse.
Junto a las carreteras yacen los esqueletos de vacas que murieron de hambre o sed.
"Este año será excepcionalmente difícil", dijo Cheik Abdahllahi Ewah, gobernador de la sureña región de Hodh el Gharbi, una de las más afectadas de Mauritania.
"La falta de lluvias de la última temporada fue como una sentencia de muerte para nuestro pueblo. Hay una urgente necesidad de intervención", planteó.
"Apenas estamos en febrero y la gente ya padece necesidades desesperantes. Me preocupa mucho cuán mala será la situación en junio, punto máximo de la temporada seca", agregó.
En un depósito de granos en la oriental aldea de Legaere, el gerente de reservas Jeddou Ould Abdallahi observa con impotencia los pocos costales de mijo y trigo apilados contra las paredes recubiertas de cal. No hay manera de que alcancen para alimentar a cientos de personas en aldeas vecinas hasta la próxima cosecha, en septiembre.
"Estamos al borde de una hambruna. La salud de la población se está deteriorando rápidamente", dijo.
Desde 2000, las cosechas se han reducido continuamente, debido a que caen menos lluvias y a que son impredecibles, planteó Abdallahi, observando que la persistente falta de agua vuelve cada vez más difícil sobrevivir.
La crisis de este año es peor que otras sequías que Abdallahi, de menos de 50 años, pueda recordar.
A pocos kilómetros de allí, toda una aldea acudió a los cultivos comunales de mijo para proteger los pocos que sobrevivieron al acecho de bandadas de pájaros, también desesperados por hallar alimentos.
Mujeres y niños gritaban y arrojaban piedras a las aves, mientras otros envolvían en tela cada tallo de mijo.
Pero fue inútil. "Los pájaros ya se comieron la mayor parte de la cosecha. Este cultivo es todo lo que tenemos. Todo nuestro arduo trabajo fue para nada", se lamentó el agricultor Zeidan Ould Mohammed.
"Me preocupa la supervivencia de mi familia. Al final, solo podemos esperar la muerte", manifestó.